Epílogo

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Siete meses después...

—¡No me jodan! — Gritó Shōyō dándole un golpe a la tierra con su pie desnudo — tienen diez segundos para decirme dónde diablos esta Tobio.

Los cuatro hombres miraban con ojos abiertos a la linda ricura de metro sesenta, ojos dorados como el sol brillante, y cabello pelirrojo largo hasta los hombros, de no ser por el vientre redondito de ocho meses, cualquiera habría apostado que era un bailarín gogo. La mayoría de los machos en la manada pensaban que la pareja del hijo del Alfa era una cosita dulce, eso hasta que lo veían cabreado.

—No sabemos donde esta— se atrevió a responder Oikawa. Era un hombre de metro ochenta y cinco de alto con musculatura de deportista, al igual que los otros tres guerreros de la manada que temblaban bajo la mirada dorada del gatito.

—El dijo que vendría a la tienda de la aldea a traerme unas fresas y no regresó — el pucherito le arranco un suspiro involuntario a los terribles guerreros— yo de verdad quería probar unas cuantas.

—Nosotros lo buscaremos—, se ofreció Iwaizumi, aún a pesar de que acababan de llegar de su vigilancia nocturna—. Regresa a la cabaña.

La sonrisa del gatito iluminó la mañana de los feroces guerreros. En la manada todos preferían buscar al joven felino para hablar de cosas que harían que el Alfa pateara sus culos. Cuando Shōyō era quién daba las noticias, tanto Tobio como Sawamura se tomaban las cosas con bastante más calma.

Shōyō suspiro, tal vez lo mejor sería dejar el trabajo de búsqueda para los lobos, él ahora se sentía demasiado pesado para andar rastreando a su pareja fugitiva. Pateando las hojas secas que tapizaban el camino de grava, comenzó a caminar rumbo la acogedora cabaña que compartía con Tobio.

La brisa fresca del otoño mecía las ramas de los grandes árboles que flanqueaban el camino, dejando caer sobre Shōyō las hojas, como si se tratara de nieve dorada. Respirando profundo lleno sus pulmones comprimidos con el aire puro de la mañana. Por lo visto sus cachorros también se sentían con ánimos para jugar, ya que comenzaron a patear desde dentro a su padre sin ninguna contemplación.

—Calma, niños— trato hacer entrar en razón a las crías no nacidas— dejen de patear a papi. Necesitamos regresar a la cabaña, tal vez papá ya está allí con las deliciosas fresas.

Desde el día anterior no quería más que comer frutas y beber agua. La comida le caía pesada o definitivamente no le apetecía. Al sentir que las crías dejaban de jugar al vóley con sus riñones, continuó con su caminata matutina.

Tardando tres veces el tiempo normal que le llevaría en llegar a la cabaña, alcanzó su meta. Sentándose con cuidado en la banca que tenían en el porche, suspiró cansado. A veces todo era demasiado para él. Apenas si había llegado a la mayoría de edad y ya estaba emparejado y con crías en camino, porque su lobo fanfarrón no podía nada menos que preñarlo con gemelos.

Secándose unas gotas que se le resbalaron por las mejillas, se dio cuenta de que estaba llorando. Bien era cierto que era feliz, muy feliz al lado de su pareja, pero la herida en su corazón sangraba de vez en cuando. Ya habían pasado ocho meses desde que su padre lo sometiera a la prueba ante el Consejo para saber si estaba esperando cachorros, todavía le daba escalofríos recordar como palparon su vientre, como estrujaron a sus cachorros sólo para comprobar algo que él había gritado que era verdad. En las noches a veces despertaba llorando como un bebe, de no ser por los mimos de Tobio, estaba seguro no podría volver a conciliar el sueño nunca más.

Cuando el lobo atrapo a su gato || KageHinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora