Solo nos estamos conociendo ¿verdad?

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Me desperté en la madrugada sobresaltado, varias horas luego de que hallaran al pescador. La noticia me había llegado aunque no le presté atención. Mi habitación (hasta el día de hoy) está formada por cuatro paredes y una puerta sin la misma.

Era simple. Tres tarimas y un colchón de plaza y media, con mantas (varias hechas con vieja ropa cocida) un gran reloj de manecilla que sonaba a las tres y cuarto de la mañana, exactamente tres veces.

Afuera llovía como si se viniera abajo el mundo. Me encontraba tapado con todas las cobijas de la casa, pero mi piel se entumecía por un frío asfixiante, podría jurar que sentía como me rodeaban varías manos heladas. Tocaba mis brazos y solo hallaba frío, como si estuviese tocando los de alguien más, los de un cadáver, para ser más exacto.

La habitación se inundó de luz creada por un rayo que cayó a unos metros de allí.

El reloj marcaba las cuatro y cuarto y lo recuerdo porque lo había escuchado quejarse una última vez unos minutos antes.

Mi madre no había ido a despedirme, lo cual fue extraño ya que nunca había noche en que no me abrazara y me dijera en qué hora regresaría. Era una buena mujer, viuda a la edad de treinta y cuatro años, había nacido y pasado toda su vida en el puerto, aguantó a mi padre -que hoy en día descansa en el medio del río junto a la basura, como la basura que fue- y también el fallecimiento de mi padrastro en un raro choque de automóviles. Trabajaba de enfermera suplente en el Hospital San Antonio y debía hacer cuarenta minutos de ida y cuarenta minutos de vuelta en el colectivo que pasaba a las cuatro de la mañana; se levantaba a las tres, colocaba la olla de agua a calentar y se duchaba, desayunaba una taza de café y pan (duro). Luego de ello echaba una mirada al reloj frente a mi cama, donde me hacía el dormido para que no se preocupara, aunque sabía que estaba despierto porque me decía "volveré a las tres hijo, hay pescado en el horno. Intenta dormirte" a lo cual no respondía.

Aquél día sería el último que la vería, al menos con vida.

Volví a intentar dormirme aquella madrugada pero el frío que rondaba aquellas paredes era insoportable, me sentía congelado e incómodo, sentía como unos ojos se clavaban sobre mí, como penetraban mi piel hasta llegar a mis nervios como cuchillos afilados.

Me incliné para intentar ver si había alguna ventana abierta, y me sorprendió otro rayo y allí, en la cocina, una gran sombra se desplazó por el pasillo lo suficientemente rápido como para que solo distinguiese su altura. Realmente no tenía miedo, para que mentirles. Un olor a vino tinto invadió la casa, era embriagante y dulce, acompañado por unas voces susurrantes y una tormenta de fondo, la sombra, con otro rayo que terminó de iluminar la casa, se asomaba por mi habitación, era enorme y de morfología extraña, con una silueta maligna.

Me quedé paralizado mientras se acercaba, entre rayo y rayo acortaba nuestras distancias, caminando torpemente como si se tratara de un muñeco de cera derritiéndose en cada paso de la penumbra.

Nuestros ojos se encontraron y lo reconocí.

El pescador se encontraba conmigo aquella noche. Pero ya no era él. Ahora era un ente negro, reducido a una sombra chorreante, que perdía oscuridad a cada paso. Sus ojos se cambiaban de color continuamente y solo quedaba de su antiguo rostro una gran boca de dientes afilados y ojos inhumanos que habían reemplazado el dulce aroma del vino por el olor a vinagre fermentado.

Abrió aquella gran boca que ocupó la mayoría de su cabeza y de un bocado, me hundió en la oscuridad.

Él no me mató -ojalá hubiera sido eso- pero hizo algo muy similar, entregó mi alma por la suya. ¿Te suena familiar? Si verdad...

El diario de un muerto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora