SeungCheol

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Abotonó su camisa con tranquilidad, el tono naranja que comenzaba a adquirir el entorno volviendo el caótico exterior un poco más tranquilo. Esa parte del día le gustaba, cuando todo parecía pausarse por un tiempo, mientras el sol comenzaba a despedirse para dar paso a la noche.

Se suponía que debería haber pasado la noche trabajando, pero un día más de descanso no le haría daño a nadie. Y había comenzado a cansarse de leer los mismos planes, listos desde hacía un par de semanas, para la gala de esa noche. No había detalles por arreglar, no había pendientes, nada. Desde que JiHoon se había ido que todo lo que había podido hacer era concentrarse en ese maldito evento, porque era lo único que podía recordarle más o menos lo que solía hacer antes de toparse con esos ojos felinos y convertir su vida en un continuo flujo de amor por ese joven.

Su trabajo fue lo único que pudo salvarlo un poco, que le recordaba que debía seguir incluso si volvía a estar solo.

Tomó la chaqueta y salió de ese departamento ajeno, dejando a una todavía ebria chica dormida en la cama. Recordaba haberla conocido durante la madrugada en uno de los tantos bares que visitó la noche anterior, y al parecer habían pasado bastante tiempo ocupados antes de poder conciliar el sueño. Si el sexo había sido bueno o no, era algo que el moreno desconocía, y tampoco le importaba mucho, porque sabía bien que en ningún aspecto podría igualar a su ex. Lo único que ella tenía en común con JiHoon era el cabello oscuro, la piel pálida y los ojos rasgados. Esa se había vuelto una mala costumbre suya, buscar siempre al menor en otras personas. A cada lugar que iba siempre esperaba encontrar su mirada, percibir su aroma, escuchar su risa. Desde hacía tres meses que vivía de recuerdos, en la búsqueda perpetua de algo que sabría que no encontraría porque ni siquiera sabía si ese chico seguía en la ciudad, y aquel lugar lleno de edificios y autos era lo suficientemente grande como para que, si se había quedado, no volvieran a encontrarse jamás.

Por él SeungCheol había comenzado a visitar bares baratos, barrios peligrosos y fiestas que de legales no tenían nada. Él pensaba que JiHoon era mejor que todo aquello y sabía que al menor tampoco le encantaban esos sitios, pero le conocía demasiado bien como para saber que cuando su amado se sentía ansioso siempre acudía a un lugar donde pudiera encontrar alcohol, cigarrillos y problemas. Así que recorría las partes malas de la ciudad deseando en todas esas ocasiones encontrarle, pero fracasando vilmente en cada intento.

En cuanto puso un pie en la calle, la brisa de la tarde despeinó sus cabellos y trajo consigo esos melancólicos recuerdos que no le dejaban vivir tranquilo. SeungCheol realmente amaba a ese chico que parecía preferir los días nublados y fríos, pero que sin duda lucía mejor bajo el sol del crepúsculo, cuando su blanquecina piel podía reflejar los rayos del sol remanente.

Tomó entonces un taxi hasta su departamento. Tenía que darse un baño y cambiarse de ropa, además de llegar al lugar de la fiesta antes que los invitados para los últimos detalles; y durante el camino se preguntó qué haría después de que su única distracción terminara. Definitivamente no podía volver a los días tranquilos de pintar y dirigir la galería, se volvería loco sin nada que mantuviera su mente lejos de JiHoon, y tenía miedo de que esa soledad terminará por traer consigo la destrucción de lo que fuera que le hubiera ayudado a mantener la esquizofrenia en cintura. Tenía miedo a la enfermedad, si tenía que ser honesto. Incluso si se sentía ligeramente agradecido con ésta porque le había permitido conocer al que consideraba el amor de su vida, no quería tener que vivir con ello. No quería tener que gastar su vida en un hospital psiquiátrico hasta su muerte, como hizo su madre, porque entonces no sería capaz de buscar más a ese demonio que se había escapado de sus manos como si de polvo se tratara, y todavía no estaba listo para renunciar a él.

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