IV

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“El arte es magia liberada de la mentira de ser verdad.”
– Theodor Adorno

—Cuando conocí a Thor,—dice Jane mientras bebe su cerveza servida en el bar de policías de la esquina entre la quinta avenida y la 75. — a petición de los jefes, realmente me pareció algo ridículo, es decir, le estaban dando a ese psicópata justo lo que quería. Incluso lo investigamos y seguimos antes de reclutar oficialmente a un civil; no hubo nada excepcional en ese sujeto salvo el hecho de que era un loquero, y ni siquiera un loquero de los aceptados, Thor es un psicoanalista. Los psicoanalistas son incluso despreciados por los mismos profesionales de la rama. Son algo así como los motivadores de superación personal en el campo de la psicología: una parte fantasiosa con poco respaldo científico, y de lo que los psicólogos y psiquiatras pueden valerse es que sus carreras  son comprobadas con ciencia y estudios. Pero luego, cuando lo traté, me sentí inmediatamente segura de que nada en él era común. Su voz, su estatura, su complexión, digo, ¿cuantas veces te has topado con alguien como él? —Bruce asiente en concordancia a lo antes dicho por la detective. 

—¿Y nunca le has dicho lo de aquella nota? —Jane da otro sorbo mientras niega la respuesta. 

—Son órdenes de arriba. No se puede hacer mucho contra los jefes y menos en esta ciudad de mierda, lo sabes. Pero aun así… todo este tiempo me he estado preguntando ¿qué es lo que este sujeto quería con él? Después del primer asesinato nunca mas lo volvió a mencionar ni a dejar nada.  Nada hasta ahora. 

—¿Crees que Thor lo conozca? —Jane bebe su cerveza de un solo trago y se limpia los labios con poco decoro. Bruce está acostumbrado a verla así, el hombre de la barra también sabe que es su costumbre pedir aros de cebolla cuando bebe y como él es bueno en su trabajo, se anticipa a entregar el platillo antes de que la detective levante la mano para ordenarlos. Y más allá de la cuarta y quinta mesa, el hombre que los observa mira su reloj de pulso (porque aborrece la falta de elegancia que ofrecen los relojes digitales) y sonríe. 

La hora marcada pasa de las seis de la tarde y la limita en los cuarenta y cinco minutos antes de las siete, paga la cuenta dejando una propina que le vendrá bien a la mesera que lo ha atendido en silencio y sin el parloteo que muchas otras piensan es educado. Ese gesto es digno de agradecer piensa el cliente. 
La tentación que le brota al pasar a lado de los oficiales le sacude el alma, decirles un "buenas noches" de cortesía le resulta una travesura casi irresistible, pero no lo hace. No cuando su voz está fresca en sus mentes por aquello llamada telefónica. 
Pasa a su lado como alguien más a quién la hora feliz se le ha terminado, Bruce es quien lo mira de reojo, pero no es el único que lo hace, otros también lo siguen con la mirada porque no es común ver a un hombre tan alto y tan exorbitantemente elegante en un bar de la calle 75, donde la mayoría de los policías van cuando el turno acaba o el día ha sido demasiado pesado. 

Lo mira salir del lugar y esperar un taxi justo en frente, no tarda en encontrar uno y para ese momento Bruce se siente hipnotizado por el sujeto, por el movimiento de su cabello ligeramente largo pero tan negro como la obsidiana; su cuerpo delgado pero definido parecen danzar al moverse y sus labios seducen cuando hablan y le dicen al conductor el lugar al que quiere ir.

Es un breve, muy breve segundo en el que sus miradas, la de Bruce y ese hombre, se encuentran. El detective nota que el color de esos ojos es un verde esmeralda fascinante que de un modo extraño  siente que a nadie le quedaría mejor que a ese hombre. Apenas y dura el tiempo en que el taxi vuelve a arrancar pero a Loki le basta para darle una sonrisa juguetona en lugar de ese "buenas noches" que se le había antojado antes. 
Bruce se siente acalorado y pasa por alto, gracias a su orgullo, el escalofrío que le ocasiona ese gesto. Toma ese incidente, o casi coqueteo, sin importancia como la victoria de la noche, sonríe y vuelve su atención a su compañera devoradora de grasosos aros de cebolla. 

El taxi se detiene en una casa a las afueras del centro, no muy lejos de éste pero tampoco muy cerca. Lo suficiente para no ser de ahí pero tampoco un foráneo.

—Que tenga buena noche, señor —le dice el conductor pero no  le responden la cortesía, en su lugar solo hay tres billetes de más que no se molesta en intentar devolver porque le parece un tipo de justicia divina por tener que soportar un cliente odioso y engreído. Eso le salva la vida aunque no lo sabe, y probablemente nunca lo sepa.  Loki se aleja del taxi y entra a su casa. 

No hay nada lúgubre como la mayoría de las personas pensarían es la casa de un asesino serial, pero en realidad él no es sólo eso. No. Él tiene un propósito personal que poco tiene que ver con la basura sexual que muchos de esos tipos tienen.

Se da un baño, bebe agua natural y baja a su sótano donde apenas hay dos cerraduras porque le resulta fastidioso exagerar en seguridad y no en apegarse al plan. 

—¿Quién es? ¡Por favor ayúdennos! —súplica la mujer que se mantiene atada de pies y manos sobre una mesa de metal quirúrgico. 

—Shhh, shhh—susurra el recién llegado —¿A quien esperan que venga? Siempre me reciben con la misma estúpida pregunta y siempre soy yo. Nadie más. 

—¿Por qué nos hace esto? —pregunta otra vocecilla escondida detrás de la que es su madre y compañera de prisión. La voz es de apenas una adolescente de quince años; está sucia y despeinada, pero a diferencia de su madre sus extremidades están libres y solo una cadena la ata en la cintura dejándole una falsa libertad de dos metros —¿Qué le hicimos? 

—Nada—dice  Loki despreocupado recargándose en la pared y cruzando los brazos. —Ustedes en realidad nunca me harían nada, pero son la clase de personas por las que él me perdonaría todo. ¡Arg! —se queja con molestia y se muerde el labio inferior —¡Ahora quiero verlo!

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