Parte Única

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Querido lector, ¿alguna vez se puso a pensar por qué lee? Uno suele leer porque quiere saber más, porque se hace preguntas.
¿Por qué del árbol salen ramas?
¿Por qué con la electricidad hay luz?
¿Por qué el viento, el sol o las estaciones?
¿Por qué el amor?
Ahora y miles de años antes, los humanos nos hicimos estas preguntas. Pero los antiguos romanos, egipcios, chinos, hebreos; ellos las respondieron. Se tomaban el tiempo para contar historias. Historias que eran respuestas.
Pero lo mágico es que las leyendas crecen desde el final.

¿Alguna vez se han preguntado por qué las moras son rojas?

[...]

—¡A qué no me encuentras!—Dijo Atsushi asomando la cabeza por la casa de Akutagawa, un amigo que vivía al lado, para que se sumara al juego. Luego salió corriendo apurado por encontrar un escondite.
Había un amplio jardín frente ambas casas, donde transcurría los juegos de ambos niños.
Atsushi siempre se escondía. Se escondía detrás del carrito de las verduras cuando su padre iba al mercado. Se escondía bajo la mesa cada mediodía cuando lo llamaban a almorzar, y se escondía en cualquier lado cuando jugaba con Akutagawa. Siempre lo hacía. Y lo hacía tan bien que a veces las personas lo dejaban olvidado en su escondite y seguían con sus vidas, compraban las verduras, comían, simplemente vivían. Menos Akutagawa. Akutagawa siempre lo encontraba.
Luego de contar hasta cien, el niño de cabello azabache salió a buscar al otro.

¡Si no te encuentro yo, te van a encontrar los tigres!Gritó Ryunosuke con la voz ronca —¡Tigres carnívoros!

¡Todos los tigres son carnívoros!— Gritó Atsushi entre carcajadas desde su escondite. Había caído en aquel viejo truco sin darse cuenta, siempre lo hacía. Akutagawa siempre lo hacía reír, para que la risa lo guiara a su escondite.

¡Te encontré!Gritó Akutagawa cuando halló a Atsushi acurrucado detrás de una fuente.

Siempre lo haces—Dijo el otro en una sonrisa.

Pero hubo un día en donde Ryunosuke no lo encontró más.
¡Oh sí!, sabía dónde estaba, pero entre ellos había un muro tan alto e inescalable como un amor imposible. Los padres de ambos se habían enemistado. Fukuzawa, padre de Atsushi, había sido parte de los empleados de un orfanato, mientras que Mori, padre de Akutagawa, había sido parte de los médicos de ese mismo lugar. Al parecer ambos pelearon por una niña a la que el médico no quería consultar, o capaz siempre habían estado enemistados y no se habían dado cuenta porque eran niños...
Ahora eran dos hermosos jóvenes. Atsushi era un niño apuesto, tenía una blanca cabellera mal cortada y algunos mechones negros. Sus ojos padecían una heterocromía segmentaria, con púrpura y amarillo a lo largo de la curva inferior de su pupila.
Akutagawa era muy pálido, tenía el pelo corto y negro, con un flequillo lateral que finalizaba en color blanco. Ambos ojos eran agudos y grises, donde un vacío oscuro se apreciaba.
Al haber crecido, y los padres de ambos se llevaban mal, decidieron levantar un muro entre ambas casas, también prohibiéndo a los jóvenes verse.
El juego de las escondidas se habia acabado. O no. Porque para ambos el otro estaba escondido, y por eso siempre seguirían buscándose.

El amor había florecido entre ellos, como las ¹nomeolvides a los pies del muro, como las palabras todavía no dichas. Atsushi y Akutagawa no lo sabían, no sabían leer entre signos, pero ahí estaban; en la forma en la que el corazón se les aceleraba cuando pensaban en el otro, en las largas tardes pensando en como escapar de sus casas para encontrarse, en los poemas que se hacían y que nunca se hacían llegar gracias a las immportunidad de sus vidas.

Una tarde de primavera a Atsushi se le ocurrió una idea para comunicarse con Akutagawa. Ataría una nomeolvides a las patas de un ave y la haría llegar al otro lado. Tendría suerte, o tal vez no, pero cualquier intento era mejor que, a la larga, no verse. Decidido, el joven peliblanco salió al jardín para estudiar a las aves. Un colibrí no, nunca se detenía mucho en ningún lado. Un pequeño carancho tampoco, a Atsushi no le gustaban, lo espantaría. Una paloma... ¿Por qué no había una paloma cuando uno más lo necesitaba?
Por fin, Nakajima encontró una torcacita escondida en unas piedras del muro, y sonrió. De todos modos, tampoco allí tuvo suerte; en cuanto estiró la mano, la torcaza, asustada, extendió sus alas y emprendió a fuga. Y entonces... ¡Entonces!
¿Cómo no lo había visto? El hueco. El hueco que había ocupado el pájaro. El pequeño hueco que daba al otro lado del muro. Un hueco que era una esperanza.
Durante muchos días, Atsushi se paro desde su lado del muro y susurró un nombre por el hueco.

wall | shin soukoku ; osDonde viven las historias. Descúbrelo ahora