Eternal ┋❛Ángelo Hrodric había tomado las riendas del su familia a la edad de 13 años, tomo el pobre y peligroso condado Hrodric para hacerlo el mejor de Obelia, elevo el estatus de su familia, y a su vez se convirtió en el criminal mas renombrado d...
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PASADO
—¿No crees que ya has bebido lo suficiente? —La suave voz del único heredero del condado Hrodric lo hizo fruncir el ceño.
—¿No crees que deberías meterte en tus propios asuntos? —Las palabras arrastradas llenas de veneno y molestia no tuvieron ningún efecto en el menor. Ángelo no temía a su padre, y mucho menos le tenía respeto.
Lancelot Hrodric no era más que un borracho deprimido que había terminado de enterrar el apellido Hrodric; todo el mundo lo sabía.
El conde, que en su momento se alzó en la gloria, ahora solo era un mísero fantasma.
—Lo hago —Ángelo tomó el atrevimiento de sentarse en uno de los sofás de la oficina, sus ojos oscuros con un pequeño, pero notable brillo rojo no abandonaron la figura de su padre ni por un segundo —Es por eso que estoy aquí, estás arruinado Hrodric con tus tonterías.
—¡Hrodric me pertenece! —el repentino arrebato lo sobresaltó, pero aun así se negó a apartar la mirada —¡Yo decido qué hacer con lo que es mío!
—Hrodric no es tuyo —su voz se mantuvo serena, Ángelo siempre había sido diferente a su padre en ese aspecto, rara vez explotaba, y si lo hacía era en privado, había sido educado para ser un caballero, para suprimir arrebatos que podían costarle mucho, para tragarse todo hasta llegar a casa y desmoronarse, se le había enseñado que había un momento para todo y ciertamente aquel no era el momento para gritar y llorar —eso es algo que ningún noble parece entender, nuestro territorio, nuestras tierras no son nuestras, nosotros somos de ellas, somos sus protectores, quienes ven por ellas, servimos a ellas y a la gente que vive ahí, nosotros somos sus sirvientes. Nuestra gente va antes que todo, incluso nosotros mismos, debes entender eso.
La carcajada que Lancelot soltó solo le dijo lo tontas que eran sus palabras para él, para el conde Hrodric las palabras de su heredero no eran más que estupideces, falacias sin sentido, tal vez por eso Ángelo comenzaba a sentirse como una molestia al igual que su esposa nunca dejaba de decir tonterías.
—Deja de molestarme, niño —Lancelot se recostó sobre el sofá frente a su heredero para dar un gran trago a la botella de ginebra entre sus manos —. Ve a tu habitación o suicídate, no me importa.
Ángelo soltó una suave risa para caminar a la puerta —deberías cuidar lo que dices, padre —habló para voltear a verlo mostrando sus perlados dientes en una sonrisa divertida —. Un día de estos puede que te tome la palabra y lo haga, justo como mi madre.
La puerta de roble se cerró tras él. Lancelot gruñó arrojando la botella hacia la pared. El vidrio voló por los aires, pero el hombre no se vio afectado por el gran estruendo, temblaba, no de miedo, no de tristeza, sino de ira.
