Capítulo 1

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Nikolas

Siempre tuve mala suerte, así que no me sorprende estar navegando por las calles de la gran manzana recién desempleado, sin dinero y ni puta idea de lo que podría hacer para conseguirlo.

Digo, ni siquiera fue mi culpa que una mujer con el ego por el cielo venga a hacer tanto drama por una bebida derramada sobre un estúpido trozo de tela. Y claro que mi gerente se puso de su lado, claro.

Estamos en Nueva York, donde todos se conocen, donde todos le deben algo a alguien. Donde las personas con poder, simplemente aplastan a las demás.

Como yo.

Un simple mesero que cometió un simple error.

Suspiro y me siento en una de las bancas de Central Park. Se supone que vine aquí por una oportunidad, para perseguir mis sueños, no para sentirme más miserable de lo que me sentía en mi pueblo natal.

Paso la mano por mi mandíbula, raspándome con los cortos vellos de mi barba. Dicen que las desgracias se viven mejor con amigos así que saco mi celular dispuesto a buscar alguna distracción.

Yo: ¿Alguien para festejar que estoy desempleado?

Lionel: ¿De nuevo?

Es la respuesta de mi compañero de departamento y mejor amigo.

Marcos: Yo estoy. Tengo entradas para la apertura de un bar en la quinta avenida.

Gabriel: Dijo desempleado. Ninguno de nosotros, aún con trabajos, podemos pagar algo en ese lugar. Nik menos.

Yo: Gracias.

Gabriel: Es el tercer trabajo que pierdes en el mes, tengo razón y lo sabes.

Yo: Vete a la mierda.

Marcos: ¿Vamos o no?

Lionel: Tenía pensado invitar a Grecia, ¿Será mucho pedir que no pises el departamento hasta mañana?

Yo: ¿Estás de broma? ¿Qué se supone que haga hasta mañana?

Gabriel: Dejalo, no la pone desde hace dos años.

Marcos: El resto de nosotros vamos a festejar que Lionel está por dejar de ser virgen hasta mañana. No te preocupes.

Lionel: ¡No soy virgen y lo saben!

Yo: Bueno...

Gabriel: Es que con el desuso, volviste a serlo.

Lionel: Así no es como funciona.

Marcos: Vengan a mi casa, así compartimos el taxi. Dejemos de hablar de la virginidad de Lionel, por favor.

Yo: Gabriel tiene razón, no podemos pagar un taxi cada uno, menos un lugar como ese.

Marcos: ¿Quién dijo algo sobre gastar? Vengan.

Gabriel: Si insisten...

Vuelco los ojos antes de sonarme el cuello y levantarme de la banca. Me detengo un segundo a admirar el atardecer que parece pintar todo con colores anaranjados, el verde de los árboles que contrasta con el blanco de los edificios de atrás y de los diferentes tonos de los autos que pasan por las calles.

Todo es color, y yo perdí a la que era mi musa.

También dejé atrás todo lado de artista que tenía corriendo por mis venas. Nadie puede vivir de lo que le gusta, no cuando necesita sobrevivir.

***

—¿Esto es lo que a la élite le gusta? —susurra Gabriel cuando llegamos a nuestra mesa—, parece el bar de la esquina de mi casa.

Destructiva Ambición ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora