JAVED

Padres, ¿Es posible odiarlos?

Por alguna extraña razón, me gustaba jugar con las arañas, me fascinaba una especie muy peligrosa: La viuda negra. Ese reloj que llevaba en el trasero era un símbolo amenazante. ¿Se imaginan tener uno tatuado en el culo? Para los pretendientes de esa araña, debe ser bastante excitante.

Desde pequeño me gustó ir a fastidiarlas, meterlas en un frasco, junto a otra especie, pero claramente con cuidando de que ninguna me picara. Luego veía como la Viuda negra se enfrentaba con la otra especie, por más grande que fuera, siempre ganaba la del reloj en el trasero.

En la escuela, mis compañeros de clase se burlaban de mí. Decían que yo me parecía a una cucaracha indefensa y que luego se la tragaría una araña. La araña, eran ellos, una Tarántula enorme que cuando le antojaba salía en busca de su presa, la cucaracha, que, en lugar de tragársela, la golpeaba y escupía.

Mi padre era un hombre cruel, nunca golpeo a mi madre, ni a mí, parecía que nos ignoraba. Pero al mismo tiempo; buscaba alguna excusa para que saliera el veneno de su boca.

- ¿Sabías que, si te dejas picar por uno de esos insectos con el culo rojo, te convertirá en el hombre araña? - A mi corta edad no entendía, pero luego me fui dando cuenta de que su intención era otra.

No era tan idiota como para creer que una de esas picaduras me convertiría en el hombre araña.

Cuando cumplí los 15 años me había hecho mi primer tatuaje, lo tenía en la muñeca, era el reloj de arena que caracteriza a la hermosa araña. Era color rojo. Ese mismo día, cuando volví a casa, mi madre estaba llorando en la sala. Mis ganas de contarle lo contento que estaba por mi reciente hazaña, se vinieron abajo. Otros dos sujetos vestidos de negro y con pintas de sicarios me quedaron mirando.

-Sentimos mucho informarle señor Javed, - ¿señor? - Su padre falleció, un accidente automovilístico.

En ese momento solo me quede estático ante la noticia. No sabía cómo reaccionar, mucho menos sabía que decir. ¿Debía llorar? ¿Por qué? ¿Por un hombre que me mandaba indirectas para que me hiciera daño o que me matara? Es ridículo. Lo primero que hice luego de salir de mi estado de shock, fue correr a mi habitación.

Meses después me entere de la verdad a través de los medios. En realidad, ese "accidente" era un ajuste de cuentas.

Con el dinero de los negocios y trabajos turbios de papá. Mi madre decidió que nos iríamos a vivir fuera del país. ¿Saben a dónde? A Colombia. Ya antes habíamos estado allí. Fuimos de vacaciones a Cali, pero en esta ocasión, nuestro destino seria Bogotá. Salir de Perú, para ir a Colombia, no es un gran cambio que digamos. Pero mientras estemos lejos de los problemas de mi padre, aun después de muerto, era reconfortante. Tres de sus fieles perros falderos, tenían la atareada misión de cuidarnos a mi madre y a mí.

Al cumplir los 17, no tenía decidido qué hacer con mi vida después del colegio. La casa que compro mi madre, parecía un laberinto, estaba enorme. Decidimos contratar a una sola sirvienta, quien, para colmo, venía con sorpresa, una hija de mi edad, su nombre era Fathima Venables. Cuando ambas llegaron, se le asignó una habitación a cada una. Mi madre era una persona bastante generosa, aunque con una mirada misteriosa y fría, no era racista ni despectiva. Yo, por el contrario, me había convertido en un desobediente y mal educado. No saludaba nunca a ninguno de los que podía llegar a casa. No veía necesidad, era aburrido. La única a la que parecía caerle en gracia, era a Fathima. A quien con el paso de los días empecé a estudiar su forma de ser. Era igual que yo. La había observado leer en el patio, recostada sobre el pequeño árbol que había, mientras jugaba con una araña, hice algún ruido y se giró a mirarme, profunda, fría y al parecer sin sentimientos.

Una tarde en la cocina, me acerque a Graciela, la sirvienta. Le pedí que me preparara algo de comer, mamá no estaba y yo recién volvía de mi búsqueda de insectos.