La sonrisa del diablo

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PRÓLOGO

Las luces de la costa se alineaban a la izquierda del aparato, perfectamente visibles desde las ventanillas de ese lado. Formaban una línea viva que separaba el mar de tierra firme. Era un moteado amarillo que tachonaba la oscuridad con su fuerza pura, recortando formas, creando misterios, configurando un mundo situado a penas a unos cientos de metros del avión que ya llevaba unos minutos iniciando el descenso y la maniobra de aproximación al aeropuerto del Prat. El macizo de Garraf, la vieja carretera llena de curvas, la mas reciente autopista que lo taladraba, les recordaban a los ocupantes del Boeing 727 que se acercaban a su destino, que el viaje tocaba a su fin. Cuando de repente el macizo concluyó y vieron las playas de Castelldefels, sus construcciones veraniegas, las pistas de tenis iluminadas y el bullicio de la vida, el avión inició la gran curva que le llevaría a sobrevolar Barcelona, adentrarse en el mar, regresar a la linea de la costa y finalmente aterrizar en dirección norte sur.

El vuelo IB - 1247 tocaba a su fin.

Un minuto, dos... Cinco.

Los ciento cincuenta y cinco pasajeros y los seis miembros de la tripulación esperaron por última vez.

La pérdida se produjo justo al aproximarse de nuevo a tierra. Primero fué una sacudida, después un apagón global de las luces de la cabina. Un parpadeo impotente. Finalmente el avión se convirtió en un simple juguete alado.

Dejó de volar como un prodigio metálico y se convirtió en un pesado objeto atraído por la ley de la gravedad. Dejó de dominar el aire para ser dominado por él. Dejó de vivir para disponerse a morir.                                                                                                                                                                         Todo fue muy rápido.

Tal vez el piloto quisiera enderezar el morro. Tal vez hubiera logrado llegar a tierra y estrellarse allí. Tal vez creyó que a un kilómetro de la costa aún tendrían una probabilidad.

Al tocar el agua el 727 se partió en dos. Sus cuarenta y seis metros y sesenta y nueve centímetros de longitud se quebraron a la altura de las alas. La parte delantera, incluidas ellas, con sus treinta y dos metros y noventa y dos centímetros de envergadura, rebotaron en el embravecido Mediterráneo que en ese instante no era precisamente un mar en calma. La parte trasera quedó flotando apenas unos segundos entre las olas, antes de picar hacia delante y hundirse en apenas un abrir y cerrar de ojos. La delantera todavía flotó unos minutos más, tan breves como agónicos, mientras de su interior algunas personas intentaban el milagro de la supervivencia.

Algunas llevaban puestos sus chalecos salvavidas, Otras no...

El morro del boeing desapareció de la superficie batido por las olas. Y en unos pocos instántes más, sobre las aguas tan solo quedaban algunos de los escasos supervivientes y los restos del naufragio en forma de objetos inanimados y huellas de la catástrofe. Barcelona, a menos de un kilómetro, brillaba como un faro en la noche.

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