Conducia un poco acelerada, se le hacia tarde. Y no le gustaba correr con el coche porque en la urbanización las curvas eran cerradas y siempre podía toparse con algun niño en la calzada o con algun loco subiendo a toda mecha aun a aquella hora. El hecho de saberse cada palmo de memoria no significaba nada y lo sabía. Menos de un mes antes dos coches se habían emporrado allí mismo, cerca del puente, antes de llegar al pueblo.
Piso el freno.
Doblo la última curva, descendió la ultima pendiente, giro a la izquierda y atravesó el puente sobre la riera sin que nadie le saliera al paso. Volvió a darle al acelerador. Al llegar a la bifurcación con el restaurante Selva Negra a un lado y la calle que conducía a la nacional 340, se detuvo por mera precaución antes de volver a girar a la izquierda. Era una larga subida al término de la cuál se ubicaba el mercado. Allí si había que acelerar.
Lo hizo y llegó hasta la calle de la iglesia en menos de un minuto. Giró a la derecha y enfiló la primera calle con coches aparcados a la derecha. Ya no iba rápida. Era imposible. Circulaba muy despacio. Esa fué su suerte. El hombre apareció entre dos coches, de forma inesperada, asustándola tanto a ella como se asustó él al notar la presencia del vehiculo y del inminente impacto. Por un brevisimo y fugaz instante los dos se miraron a los ojos.
Después, el choque, y el desapareciendo de su vista.
Frenó el coche en seco y salió a la carrera. Por un momento llegó a temer lo peor. Al ver al aparecido en el suelo moviendose, recuperando el equilibrio para sentarse, sintió un primer atisbo de alivio. A veces bastaba muy poco, un simple toque en la cabeza, para enviar a alguien al otro mundo. El atropellado no mostraba herida aparente alguna.
-¿Está bien?
-Sí, sí...
Le ayudó a ponerse en pie.
No hubo reproche alguno, por ninguna de las dos partes. Nada de "¡hombre de Dios!, ¿Porqué a salido así, sin mirar?" ni "caramba, señora, podía tener más cuidado". Nadie caminaba cerca de ellos, estaban solos. No lo conocía, asi que o era alguien ajeno al pueblo o uno de los muchos nuevos habitantes desperdigados por cualquiera de las diecisiete urbanizaciones que rodeaban Vallinara. La mayoría utilizaba su casa como segunda residencia próxima a Barcelona.
-Lo siento -aceptó su culpa ella, atenazada por los nervios.
-Oh, no, no - se la rechazó el, tranquilizandola-. He salido sin mirar, con la cabeza en otra parte.
-Dejeme que le lleve al puesto de la cruz roja. Esta aqui cerca, fente al Casino.
-Estoy bien, ¿ve?- Hizo un par de flexiones con las dos piernas, se toco los brazos y el tórax. Era joven, treinta y algunos, atractivo, cabello negro y ojos profundos. Vestia de sport con elegancia. El tambien la obserbaba a ella, así que apartó su mirada.
-No puedo dejarle así - Insistió.
-Si me lleva a la cruz roja o al dispensario o a donde sea, por el simple hecho de estar involucrado su vehículo tendrán que dar parte y pueden retirarle el carné. No sea tonta. Le aseguro que estoy bien.
-¿Y si se encuentra mal dentro de un rato? A veces los golpes tardan en salir.
-Deme su telefono. Si sucede algo así, la llamo, ¿ De acuerdo?
Sonreia con encanto.
Ella se sintió extrañada. Turbada.
Regresó al coche, sacó su bolso, una libretita y un bolígrafo. Le anotó el número y su nombre, aunque también se lo dijo al entregarsela.
-Me llamo Ana.
-Yo Eulalio, aunque todos me llaman Lalo. - El recogió la nota y le tendió la mano.
Seguia sonriendo, como si aquello le resultara divertido.
-Lo siento - se relajó Ana.
-Nos veremos - dijo Lalo.
Por encima de los posibles efectos del accidente, Ana tuvo la sorprendente sensación de que así sería.
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La sonrisa del diablo
Mystery / ThrillerCuando Ana atropella a Lalo con su coche todavía no sabe que su vida cambiará por completo. Lalo aparece como una persona encantadora que arrastra un doloroso pasado de orfandad y fracasos amorosos. O eso dice... Su enorme atractivo seduce a Ana, un...