Capítulo 3.

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«Al final, cuando algo te pertenece un día inesperado vuelve» 

Así que mi primera semana en Nueva York había transcurrido sin problemas y esa era una de las razones por la cual me hallaba de tan buen humor. Podía sentir como, de a poco, todo en mi vida se estaba acomodando. Me sentía fresca, y renovada. 

Era lunes, lo que quería decir que comenzaba la rutina. Hacía pocos días había adoptado esa tendencia de salir a correr por Central Park temprano en la mañana. Así que con mi usual conjunto de ropa deportiva, y mis auriculares en mis oídos, comencé el trote. El ejercicio me resultaba relajante, canalizaba mis emociones y, a parte, me ayudaba a comenzar el día con ganas. 

Repasé mentalmente las cosas que tenía pendientes para ese lunes en particular. Una de esas era una junta con Damián—mi nuevo cliente.  Estaba trabajando en su divorcio y, de hecho, me estaba resultando más complejo de lo que había creído. Ambas partes del caso—tanto el cómo su, por el momento, esposa—decidieron concretar una reunión para aquel día. Iban negociar acerca de la separación de bienes, y  otras cuestiones más. Como su abogada, era mí deber estar presente. 

Corrí treinta minutos reloj, y me detuve solo para beber agua de una de las fuentes del parque. Para la vuelta a casa, caminé con serenidad, observando cómo la gente presurosa comenzaba su jornada también. 

Cuando estuve en casa no esperé más y me adentré en el baño a por una merecida ducha. Una vez que estuve limpia escogí un vestido fresco como conjunto para aquella mañana. No era mucho el calor, el sol apenas se alzaba, sin embargo, la temperatura suele ascender unos cuantos grados cuando llega el medio día. 

Como de costumbre, Nick no se encontraba en casa sino que, por el contrario, se hallaba ocupándose de uno de los hoteles que poseía más al centro de la ciudad. Me encontraba en soledad. Fue por esta razón  que me sorprendí cuando escuche unos leves golpes en la puerta. Fruncí el ceño, no estaba esperando a nadie. En realidad, eran pocas las personas que conocían  sobre mi parado en Nueva York. 

—¿Quién es?—pregunté mientras me acercaba a paso lento, y vacilante. 

—Abre la puerta y averígualo. 

En cuanto escuché su voz, no lo dude más. Corrí hasta alcanzar la puerta y me apresuré a abrirla. Natalie se encontraba de pie frente a mí, con una sonrisa radiante y sus brazos abiertos aguardando por un, tan anhelado, abrazo.    

—¡Sorpresa!—chilló abalanzándose sobre mi y estrechándome en sus brazos.—Hey, traje el desayuno—tarareo efectuando una sonrisa picara, y dejando ver una bolsa de papel que contenía, como ella bien había dicho, el desayuno. 

—No puedo creer que estés aquí ¡y con el desayuno! 

—Lo sé, es casi increíble—se burló llevando sus ojos desde mi hacía el interior del pent-house—Ahora, si eres tan amable, realmente necesito utilizar el baño. Fue un viaje  largo y mi vejiga va a estallar. 

Solté una risa y me hice a un lado para dejarla pasar. Ella entro a paso rápido y patinó en el piso encerado, aunque no llegó a caer. Soltó una risotada. 

—Por el corredor, primera puerta a la derecha—indiqué, mientras cerraba la puerta detrás de mí, y la aseguraba. 

—Lo tengo todo bajo control, gracias—alzó la voz a medida que se alejaba—bonito lugar, por cierto. 

Negué con la cabeza, divertida. Mi prima, finalmente y después de muchos meses sin verla, estaba conmigo. 

Natalie se tomó alrededor de quince minutos en el baño. Supuse que estaría revisando todo, ella tiene esa rara costumbre de curiosear entre las cosas nuevas. La esperé en la mesa con el desayuno que ella había traído: dos medialunas acompañadas de dos frappucinos. 

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