Sexto encuentro.

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Contexto: Segunda Guerra Mundial.

Oliver tenía una vida tranquila, al menos así parecía ante los ojos de todos aquellos que habían tenido oportunidad de conocerle, tenía 27 años, buena posición económica y una familia preciosa. Una esposa que lo adoraba y dos hijos que lo miraban como si de un superhéroe se tratase, principalmente porque su madre se encargaba de decirles una y otra vez que su padre atrapaba a los malos y mantenía en país seguro. Oliver solo podía pensar lo estúpido que sonaba eso, en un principio creía firmemente que estaba haciendo lo correcto, que una raza aria era todo lo necesario para impulsar al país y que el Tercer Reich se encontraba a la vuelta de la esquina, aquello fue lo que le hizo llegar hasta el puesto de Oficial más alto, siendo admirado por quienes se unían y mirado con recelo por los que anhelaban su puesto, él no se había cuestionado nada hasta esa mañana visitando el campo de concentración de Auschwitz, se encontró con un joven que no debería pasar los 20 años, era simplemente precioso, no entendía porque todo lo que quería en ese momento era acercársele, parecía ser nuevo en el lugar y por la mirada que le dedicó, no sentía más que asco por todo lo que su uniforme representaba, y realmente en ese momento se dio asco a él mismo. Llevo su vista hasta la camiseta del prisionero, dos colores eran los que le mantenían allí amarillo y rosado.

Uno de sus compañeros se le acercó, al parecer había notado que miraba al joven porque una risa horrible, si le preguntasen a Oliver, salió de su boca.

— Pobre estúpido, no le bastaba con ser judío, también tenía que salir gay.

Oliver no pudo evitar fruncir el ceño molesto por su inútil y burlesco compañero, algo en su interior le hacía sentir que debía proteger a aquel prisionero, no entendía la razón.

— Ya, ¿cuando lo encontraron?

Aunque quería evitar a su compañero, quería obtener la mayor información sobre el chico, nuevamente no le encontraba el motivo o razón, pero lo hacía.

— Lo trajeron durante la mañana.

Sin más, se alejó. Estuvo el resto del día dedicándose al trabajo administrativo, hasta que llegó la hora de ir a casa. Quizá ver a su familia le alejaría todos los pensamientos sin sentido que tuvo al ver a aquel joven.

Absolutamente no.

Ver a su familia no ayudo de mucho, los niños querían saber si había salvado al país hoy y si podrían ir a su trabajo, Felicie, su esposa, le miraba pidiéndole perdón. Sabía que no era culpa de ella, pero no podía evitar sentir enojo por esto.

Durante las últimas semanas, se estuvo comportando raro para ser sincero con el mismo y es que el joven no desaparecía de su mente e incluso cada mañana tenía el impulso de aparecer en el campo, buscándolo con la mirada con temor de que fuese el próximo en no volver. Sabía que aquello sería un poco ilógico, porque siendo tan joven servía para las tareas más difíciles, pero las últimas semanas las cosas estaban cada vez más raras y temía que un día tuvieran que deshacerse de todos con rapidez. Fue hasta el primer mes, que se acercó al chico, el cual estaba realizando trabajo forzado.

— ¿Qué se supone que estás haciendo?

Pregunto al verle tomarse un descanso que nadie otorgó, sabía que debía encontrarse agotado, pero aún tenía aquel sentimiento de la primera vez que le impulso a aprovechar aquello y hablarle. Sin embargo, el chico solo le miró e hizo el gesto de volver a su trabajo, pero la desnutrición, el calor y la actividad física pudieron con él y volvió a caer sentado en el piso, agotado.

— Mierda.

La primera palabra que oía y era una grosería, simplemente increíble. Oliver le miró, intentando ocultar que quería tenderle la mano para ayudarle.

7 oportunidades de amar. [Olivarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora