Prólogo

74 9 0
                                    

Aún recuerdo cómo si fuera ayer, el día que le había contado a mi mejor amiga, Kylie, que me gustaba su hermano. Y aunque al principio pensé que se enojaría conmigo por eso, no lo hizo, mas bien terminó alentándome.

¿Es qué a quién no le gustaría? Era alto, guapo, atlético, amable, carismático y un chico muy estudioso. Era el chico de mis sueños, por así decirlo.

Me encantaba verlo jugar sin camisa en el jardín de su casa cada vez que iba a "estudiar" a la casa de mi mejor amiga. Como su cabello largo se pegaba a su cara por el sudor. Como sus músculos se contraían cada vez que hacía un movimiento forzado, o la manera en la que mordía su labio cuando saltaba.

Las chicas se quedaban observándolo mientras pasaban y yo sentía envidia porque no tenía el voluminoso cuerpo que todas ellas tenían.

Pero no había de que preocuparse, me decía a mí misma, después de todo, por ahí decían que para el amor no habia edad o... complejos. Vaya que equivocada estaba.

Recuerdo que el día que le confesé mis sentimientos a Khalid Wallet, me había puesto súper nerviosa. Kylie me había ayudado a prepararme para ese día. Habíamos comprado unos rellenos para el brasier, digo, quería que se me notara algo al menos, ¿no? Y como hay un dicho que dice que al hombre se le conquista por la barriga, preparé unos panquecitos, aunque digamos que sabía más a quemado que a panquecitos.

Khalid llegó y lo esperé en su habitación. Aún no entiendo sinceramente que me pasaba y porqué hacia cosas tan estúpidas. En fin, la inmadurez.
Ese día había salido con sus amigos así que había llegado más tarde de lo normal. Cuando abrió la puerta, lo primero que hizo fue dar un brinco del susto, y no entendía porqué. Si Kylie me había maquillado y ni siquiera me dejó verme al espejo porque decia que eso traería mala suerte.

—¿Por qué estás vestida así? —preguntó dejando su mochila a un lado—. ¿Y que haces sola en mi habitación?

—Vine a traerte esto —dije eufórica, entregándolo mis preciados panquecitos.

—¿Y están jugando a las brujas? —preguntó mirándome con los ojos entrecerrados.

—No, ¿por qué?

Sonrió.

—Por nada. Muchas gracias por los panquecitos.

—Khalid —lo llamé por su nombre.

—¿Sí?

—Te quiero —le sonreí.

Él sonrió: —Yo también te quiero, pequeña Wylie.

Yo sonreí emocionada.

—¡Sí! ¡Ahora podemos ser novio y novia!

Por Dios, ¡ya lo sé! Créanme que si pudiera ir al pasado y darle una golpiza a esa niña estúpida de diez años, lo hubiera hecho hace mucho tiempo.

—¿Qué?

Lo miré confundida.

—Yo te dije que te quiero y tú me dijiste que me quieres, entonces podemos ser novio y novia.

—No—

Lo corté: —Ya quiero ver cómo serán nuestros hijos, pero claro antes de eso tenemos que casarnos.

—Espera, Wylie...

—Tienes que ir a visitar a mis papás y decirles que quieres casarte conmigo. ¡Ellos te aman y yo también!

—Pequeña Wylie...

—Eres alérgico a los perros así que no podemos tener perros en casa, ¿que pasa con los gatos? ¿Te gustan los gatos? ¡A mi me encantan los gatos!

—¡Wylie! —Me sobresaltó su grito—. Pequeña Wylie —Se hincó y quedó a la altura de mi cara—. No nos vamos a casar, no iré a pedirle la mano a tus padres, no vamos a tener ni perros ni gatos y no somos novio y novia.

¿Ven lo que les digo? Podría haber sido un poco más gentil y empático.

—¿Qué? ¿Por qué?

Me sostuvo de ambos brazos.

—Eres una niña de diez años y yo tengo diecisiete.

—¿Y qué? Para el amor no hay edad, ¿no?

—Esto es diferente. Además —se mordió el labio— tengo novia.

—Pero tu dijiste que me querías —hablé a punto de sollozar—. ¿Entonces no me quieres?

—Claro que te quiero, pequeña Wylie, pero como un hermano mayor quiere a su hermana menor. Siento el mismo amor por ti y por mi hermana, porque eres como una familia para mí.

—¿Entonces no podemos ser novia y novio, casarnos, tener un gatito y muchos hijos?

Negó: —No.

Ese día salí corriendo fuera de la casa de los Wallet llorando y repitiendolo una y mil veces que jamás me enamoraría de nuevo y que los chicos eran un asco, y por supuesto que los dichos no tenían razón para nada. Desde ese día no volví a ver a Khalid, se había ido a Canadá. O así fue hasta el día de mi cumpleaños número dieciocho.

—¿Qué me vas a regalar? —le pregunté a Kylie.

Ella sonrió malévola.

—Algo que te va a sorprender.

Y vaya que si me sorprendió. Ver al chico, ahora convertido en un hombre, por el cual había tenido un enamoramiento infantil por muchas años, me hizo ver qué tal vez aún no sabía ni siquiera lo que era enamorarse de verdad.

Lo incógnito de tus besos © [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora