Capítulo XXX

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Enigmático Lord
XXX
La caricia del amor

¿En dónde estaba? ¿Había vuelto al edén donde las almas descansaban en la paz eterna o al mismo lugar donde jugábamos antes de nacer?

No lo sabía. Podía sentir como su cuerpo parecía flotar y divagar, como si estuviera sobre una nube, pero al mismo tiempo sin poder ver alguna imagen a su alrededor, como si sus ojos estuvieran cegados por una neblina espesa que le permitiera saber en dónde había ido a parar...

Estuvo unos largos minutos de esta forma, solo divagando en su pensamiento interior, tratando de concentrarse en una sola figura conocida para no perder su recuerdo de un minuto a otro, Sesshomaru... ¿Has venido en busca de tu verdadero amor...? ¿Has venido a rescatar a esta alma que ya no podría vivir sin ti? ¿Has venido... Por una mujer que solo desea permanecer a tu lado por toda la eternidad incluso si eso significa atravesar cualquier tormenta o tempestad si es a tu lado?

El remolino de pensamientos permaneció de la misma manera, cuando pudo sentir que su cuerpo era envuelto por algo cálido, pero que le hacía sentir bien... ¿Era un sueño?... No, las antiguas sensaciones ya no estaban... Ya no flotaba, ahora podía sentir como su cuerpo se sentía mucho más pesado y como reposaba sobre algo mucho más tenso que una nube... Seguía en el mundo de los vivos.

Trato de abrir los ojos con algo de esfuerzo, un esfuerzo casi monumental ya que sentía como sus párpados parecían estar unidos por una fuerza invisible y no querían obedecerle... Una vez que lo logró, sintió el leve ardor que le hizo parpadear un par de veces como efecto de la luz que se filtraba por el ventanal y a la cual no tardó en acostumbrarse... Miró a su alrededor encontrándose con el techo de su cama identificándola como propia... Estaba en su habitación compartida en York.

Se sentó de un solo salto... ¿Pero cómo había llegado? Ayer recordaba haberse quedado en el jardín... ¡Claro! La idea vaga de haber visto al Lord llego a su mente como un rayo rápido pero luminoso, cuando de su frente cayó un pequeño pañuelo ya seco tomándola por sorpresa... Lo tomó entre sus dedos... No sabía que había sucedido... Se sentía un tanto perdida...

—Ya estas despierta... —

Esa voz...

Casi automáticamente, Kagome giró su cabeza desconcertada. Su mirada castaña no perdió ni un solo instante al encontrarse con la dorada... Él... Estaba allí...

Permaneciendo de pie, tenía entre una de sus manos un libro con bordes gastados, su cabello lucia ligeramente despeinado, y ya no llevaba la levita negra... En cambio conservaba su chalequillo adornado con bordados y las mangas de su camisa blanca estaban recogidas hasta sus codos dejando ver sus fuertes antebrazos. Tenía las facciones relajadas y casi parecía alegre de que estuviera despierta...O eso quería creer. Ante tal imagen, su boca no pudo articular ni una sola palabra como respuesta, su mente sólo se concentraba en un solo pensamiento:

Él la había cuidado... No fue un sueño cuando lo vio hincado frente si... No... Él había ido por ella... Y ahora estaba en frente suyo como uno de esos príncipes que siempre iban por la princesa para rescatarla de las garras de un gran dragón.

Su distracción había sido tal que no se había percatado de su cercanía, se había acercado hasta sentarse a su lado y acariciar con su mano libre su mejilla que ahora estaba sonrojada con el color de los frutos rojos...

— ¿Ya te sientes mejor? —Preguntó, dejando que su voz de tenor sonara amable endulzada con la ternura que no podría sentir más que con ella.

Sus ojos la escudriñaban con ansiedad, ayer, creyó que la había perdido para siempre pero... Un milagro la había devuelto a su lado después de cuidarla toda la noche, tal y como ella había hecho con él en todas aquellas ocasiones pasadas.

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