Capituló 57.La cueva

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Narradora.

Harry olía a salitre y oía el susurro de las olas; una débil y fresca brisa le alborotaba el pelo mientras contemplaba un mar iluminado por la luna y un cielo tachonado de estrellas. Se hallaba sobre un alto afloramiento de roca negra y a sus pies el agua se agitaba y espumaba. Miró hacia atrás y vio un altísimo acantilado, un escarpado precipicio negro y liso de cuya pared parecía que, en un pasado remoto, se habían desprendido algunas rocas semejantes a aquélla sobre la que estaba con Dumbledore. Era un paisaje inhóspito y deprimente: no había ni un árbol ni la menor superficie de hierba o arena entre el mar y la roca.

—¿Qué te parece? —le preguntó Dumbledore, como si le pidiera su opinión sobre si era un buen sitio para hacer una comida campestre.

—¿Aquí trajeron a los niños del orfanato? —preguntó el muchacho, que no se imaginaba otro lugar menos conveniente para ir de excursión.

—No, no exactamente aquí. Hay una aldea, si se puede llamar así, a medio camino, en esos acantilados que tenemos detrás. Creo que llevaron a los huérfanos allí para que les diera el aire del mar y contemplaran el oleaje. Supongo que sólo Tom Ryddle y sus dos jóvenes víctimas visitaron este lugar. Ningún muggle podría llegar hasta esta roca a menos que fuera un excelente escalador, y a las barcas no les es posible acercarse a los acantilados porque las aguas son demasiado peligrosas. Imagino que Ryddle llegó hasta aquí bajando por el acantilado; la magia debió de serle más útil que las cuerdas. Y trajo a dos niños pequeños, probablemente por el puro placer de hacerles pasar miedo. Yo diría que debió de bastar el trayecto hasta este lugar para aterrorizarlos, ¿no crees? —Harry volvió a contemplar el precipicio y se le puso carne de gallina—. Pero su destino final, y el nuestro, está un poco más allá. Sígueme.

Lo condujo hasta el mismo borde de la roca, donde una serie de huecos irregulares servían de punto de apoyo para los pies y permitían llegar hasta un lecho de rocas grandes y erosionadas, parcialmente sumergidas en el agua y más cercanas a la pared del precipicio. Era un descenso peligroso, y Dumbledore, que sólo podía ayudarse con una mano, avanzaba poco a poco, pues el agua del mar volvía resbaladizas esas rocas más bajas. Harry notaba una constante rociada fría y salada en la cara.

—¡Lumos! —exclamó Dumbledore cuando llegó a la roca lisa más próxima a la pared del acantilado.

Un millar de motas de luz dorada chispearon sobre la oscura superficie del agua, unos palmos más abajo de donde el director se había agachado; la negra pared de roca que tenía al lado también se iluminó.

—¿Lo ves? —dijo el anciano profesor con voz queda al tiempo que levantaba un poco más la varita. Harry vio una fisura en el acantilado, en cuyo interior se arremolinaba el agua—. ¿Tienes algún inconveniente en mojarte un poco?

—No.—respondió Harry.

—Entonces quítate la capa invisible. Ahora no la necesitas. Tendremos que darnos un chapuzón.

Y dicho eso, Dumbledore, con la agilidad propia de un hombre mucho más joven, saltó de la roca lisa, se zambulló en el mar y empezó a nadar con elegantes brazadas hacia la oscura grieta de la pared de roca sujetando con los dientes la varita encendida. Harry se quitó la capa, se la guardó en el bolsillo y lo siguió.
El agua estaba helada; las empapadas ropas se inflaban y le pesaban. Respirando hondo un aire que le impregnaba la nariz de olor a salitre y algas, emprendió el camino hacia la titilante luz que ya se adentraba en el acantilado.
La fisura pronto dio paso a un oscuro túnel y Harry dedujo que aquel espacio debía de llenarse de agua con la marea alta. Sólo había un metro de distancia entre las viscosas paredes, que brillaban como alquitrán mojado, iluminadas por la luz que emitía la varita de Dumbledore. Asimismo vio que, un poco más adelante, el túnel describía una curva hacia la izquierda y se extendía hacia el interior del acantilado. Siguió nadando detrás de Dumbledore, aunque sus entumecidos dedos rozaban la roca áspera y húmeda.
Entonces vio que el profesor salía del agua; el canoso cabello y la oscura túnica le relucían. Cuando Harry llegó a su lado, descubrió unos escalones que conducían a una gran cueva. Chorreando agua de su empapada ropa y sacudido por fuertes temblores, trepó y fue a parar a un frío recinto.
Dumbledore estaba de pie en medio de la cueva, con la varita en alto; se dio la vuelta despacio y examinó las paredes y el techo.

Mi pequeña Hufflepuf.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora