Era una tarde de otoño, nublada y lloviendo. Ella se tenía que quedar en casa, y miraba desilusionada por la ventana, como miles de diminutas gotas de agua bajaban de las nubes hasta chocar contra el suelo, juntándose y formando charcos. No se sentía triste, solo sola y aburrida, aunque relajada por el sonido de la precipitación.
Empieza a llover más fuerte, y hace pompas. Se avecina un día muy malo y un fuerte aguacero.
Su esclava entra en la habitación para anunciarle que probablemente al siguiente día tampoco podría salir, ya que se prevé otro chaparrón.
-Valla rollo- piensa.
Pasa dos horas viendo la misma escena, a excepción de un plebeyo que pasa corriendo por las calzadas.
De repente, la esclava vuelve a entrar para arreglarla para la cena. En su provincia, Numidia, gobernada por su padre, son muy exquisitos incluso dentro de la familia o el palacio con la imagen.
-Hoy habíamos programado cenar con varios senadores,-comienza su padre- para hablar del futuro de nuestra región y del imperio. Desgraciadamente, debido a la lluvia no han podido asistir, pero esta novedad se retrasará a pasado mañana. Por adelantado: sed respetuosos con nuestros invitados y no interrumpáis.
Después de cenar, se fue a la cama. Todavía se oía los leves golpes de la lluvia contra la ventana. Mientras, los hombres veían vino sin limitaciones, por lo que en poco rato estaban borrachos. Como siempre. No hacía falta verlo para saber qué todos los días pasaría lo mismo.
A la mañana siguiente amaneció soleado. Para nada parecido al anterior. Salio de su habitación y llamó a su mejor amiga, que vivía cerca, en una casa de unos nobles muy cercanos al gobernador.
-¡Hola Adria!
-¡Hola Livia! ¿Qué tal lo pasaste ayer, en el palacio?
-Estuve todo el tiempo en mi habitación, viendo llover, ¿Y tú?
-Exactamente igual. Ven, -dice cogiéndole la mano- te voy a enseñar un sitio.Adria la llevó a través de la calzada, y pasaron por el foro, donde iban mirando los puestos de los mercaderes. Había todo tipo de cosas: desde comida, hasta joyas. Se pararon un momento en un puesto en el que vendían estás últimas. Había un colgante de oro, con rubíes y esmeraldas puestos milimétricamente y en el centro un diamante. Estaba colgando de una de las barras que sostenían la tela que servía como paredes y techo. Livia se lo probó y le gustó, y le pidió el precio. Sacó un saquito de sestercios y le dio una parte. El comerciante se lo dio en un saco de cuero y ella lo sacó y lo llevo colgando del cuello.
Prosiguieron su camino hacia las afueras y salieron de las murallas. Su amiga la guió a través de unos caminos, y llegaron a una llanura. Caminaron doscientos metros que a Livia le parecieron kilómetros, hasta llegar a un bosque. Se oían las hojas moverse con la ligera brisa que se filtraba sorteando los árboles, y los pequeños rayos de luz que llegaban al suelo esquivando las hojas hacían de la arboleda un lugar encantador. Se oía también de vez en cuando el trinar de los pájaros, que ya se iban preparando para la llegada de la época fría. No anduvieron mucho más y Adria guió a su amiga fuera del sendero hacia unas rocas. Caminaban sobre unas piedras, para no mojarse las sandalias por la verde y espléndida pero húmeda hierba. Llegaron a las rocas, y para sorpresa de Livia, se veía un hueco ovalado, de unos 50 centímetros hacia una cavidad.
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Numidia
Исторические романыUna historia orientada en la antigua Roma, en la que se reproducen guerras, conflictos, relaciones...