Esta es la historia de una joven de Argentina, su nombre era Charlie. Charlie le tenía miedo a la oscuridad, hasta que adoptó a un perro que le hacía compañía. Durante años, Charlie dormía tranquila porque sabía que bajo la cama estaba su perro, Saku, como decidió llamarle, y si tenía miedo, solo tenía que extender la mano: entonces, el perro empezaba a lamerla hasta que se quedaba dormida.
Así pasaron los años y Charlie se hizo adulta. Una noche, en la radio, escuchó que cerca de el apartamento en el que vivía, estaban en busca y captura de un asesino muy peligroso. Charlie, acompañada de saku, no tenía miedo: se metió en la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las noches, empezó a lamerla.
Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no se hubiera cansado de lamerle la mano en toda la noche. O eso creía: al abrir los ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo de la habitación. Bajo la cama, un hombre seguía lamiéndole la mano.