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Ese beso no es como el primero. 

Ni como los que siguieron en el cuarto de hotel entre copas de vino y silencios incómodos. No acaba con ellos despidiéndose en un vestíbulo. Esta vez ponen la maleta de Miguel en la maletera del carro y se van juntos. 

Miguel tiene un plan muy específico para su visita a Bolivia; una misión de la que solo saben sus padres. Le cuenta todo mientras se adentran en la ciudad: sobre el novio de su hermano y como sospechan que se han estado viendo a pesar de que el tipo se había mudado a Paraguay, la conducta evasiva y las respuestas escuetas cuando preguntan por la universidad, y el hecho de que siempre parece encontrar una excusa para no ir a casa durante las vacaciones. Manuel no tiene hermanos, así que solo escucha y hace preguntas mecánicas aquí y allá. 

En realidad está pensando en que debió haber llevado flores. 

Habían como diez parejas más en esa sala de llegadas, y no vio a ni un solo alfa que no esperara a su omega sin flores. Y a él, que trabajaba en la super romántica industria literaria--en administración--ni se le había ocurrido que le faltaba algo entre las manos. Ahora las sentía muy vacías.

Aunque también podía ser el efecto de sostener la mano de Miguel de la puerta de la sala de llegadas al carro y tener que soltarla para manejar. 

Estaba siendo ridículo. Lo sabía porque cuando veía a Miguel por el rabo del ojo, le parecía que estaba soñando y que en cualquier momento iba a despertar solo en su cama. Estaba siendo ridículo y sentimental, y de seguro eso después lo iba a golpear en la cara.

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