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MATEO:

—Capo, pasame el aerosol.

Camilo metió la mano en la mochila y de ahí sacó el spray. Lo atrajo hacia mí.

—Gracias.

Lo agité un poco y empecé a hacer grafitis en la pared.

Realicé mi firma e hice un sol al costado.

Después intenté dibujar los dos puentes pero me salió para el culo.

—¿Qué carajo es eso? —Se burló mi mejor amigo.

—El orto de tu vieja boludo, si me lo sé de memoria. —Bromeé. —Traté de dibujar los dos puentes amigo, soy de madera. —Confesé.

—Na, te caes a los pedazos. —Rió.

—Tomá, no quiero dibujar ma'. —Le tiré el envase, para que lo volviese a guardar.

Me senté en el cordón de la vereda.

Miré al piso y me puse a pensar en mí, en mi vida. No me gusta el colegio, pero es mi último año. Me encantaría poder dedicarme a la música, que es lo que me gusta, pero es imposible.

Sin razón alguna, levanté la cabeza y ví en la esquina a una mina encapuchada, con las manos en los bolsillos, caminando en dirección a nosotros.

No sabía el motivo de su acercamiento. Era raro.

Conozco bastante el barrio y nunca la había visto. Me alarmé, entonces decidí levantarme nuevamente para demostrar seguridad.

No es que le tenga miedo a una piba, pero puede tener gente detrás.

Cómo lo esperaba, llegó hasta nosotros y se paró en frente mío.

Se quedó mirándome un segundo hasta que por fin habló.

—¿Sos amigo de Nano Díaz?

—Si, ¿vos quién sos? —Contesté seriamente.

—Volá ya a la plaza Matheu. Tu amigo necesita ayuda, Mateo.

Pará, ¿cómo sabe mi nombre?

Me quedé completamente flasheado. Fruncí el ceño por inercia al no entender su afirmación.
Era todo muy específico. A todo esto, mi mejor amigo no hablaba.

—Para para, ¿quién mierda sos? ¿cómo sabes mi nombre? —Cuestioné desconcertado.

—Yo solo vine a decirte esto, queda en vos qué hacer. —Se dió media vuelta, dispuesta a irse.

Agarré su brazo y la traje de vuelta a mi.

—Contesta mi pregunta. —Hablé firme.

—Eso no importa.

—De acá no te vas sin decirme quién sos. —Rápidamente descoloqué su capucha.

Definitivamente nunca la había visto. Era morocha, rasgos bien definidos.

—¿Esto es una broma? —Pregunté confundido.

—Voy a ser precisa. —Se acercó desafiante. —Si queres salvar a tu amigo, andá donde te dije. Sino, cagate. —Acotó por último y empezó a caminar en dirección contraria.

Me quedé viéndola fijamente mientras se alejaba.

¿Cómo una wachina me puede hablar con esa seguridad? ¿Cómo sabía todo eso de mí?

Desapareció a paso rápido.

Una vez que se fue completamente volví a sentarme en mi lugar.

—¿Quién era? —Interrogó mi mejor amigo.

—No sé, alguna enfermita. —Me encogí de hombros.

—¿Y cómo sabía tu nombre?

—Ni idea, Camilo, ni idea.

—¿Vas a ir?

—Ni a palos, no la conozco. No me voy a regalar así. Me van a terminar robando.

—Tenés razón.

[...]

Hasta volver a vernos || TruenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora