III

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El pueblo dejó de tener sol al finalizar la adolescencia de Nadie y, como si de una despedida se tratara, llovió sin parar en aquel oasis rodeado de un desierto interminable.

Al Azul irse sin decirle nada a ni uno, pasado un tiempo empezó a enviarles dinero. No fue mucho al comienzo, aunque los dólares valían más en la veraniega ciudad. Pero ni Amarillo, ni Nadie vieron el dinero. La madre de ellos no dudaba en derrocharlo como si no le costara el esfuerzo de su hijo, la mujer quería aparentar frente a sus cuñados una vida que no tenía. Por eso mismo, Amarillo compró un lote vacío para que su madre cesara de malgastar; y construyeron una pequeña casa de madera, apenas se podía vivir en el lugar, además su hermana terminó de estudiar y se mudó con su pareja.

Nadie se sentía con un extraño tormento.

Su madre, de oscura existencia, había oído la noticia: un terreno por un voto. Cosas de la política y el pueblo de mascota. Igualmente, Nadie no entendía de gobiernos, votos o presidentes. Todos ellos eran igual: un país pobre con gente mucho más pobre. Pero mamá apoyaba al candidato sin siquiera preguntar. Tenía dieciocho y debía vivir en el nuevo hogar que supuso ya tenían.

Al ganar el presidente, de ascendencia oriental, ofreció al pueblo terrenos gratis si se inscribían y prometían seguir el partido. Eso no pasó, al menos no con totalidad.

Su familia consiguió la oportunidad de conseguir el título de su nuevo hogar y, también, el poder construir la casa con planos, ingenieros, ¡sin peligro de que en algún sismo la construcción se viniera encima!

El problema fue que su madre todavía recibía una compensación por la muerte de su esposo ex policía y Amarillo vivía con otra persona, ¿cómo podían conseguirlo?

La idea que soltó su mamá asustó su ser.

—¡Piénsalo! Si tú y Rosa dicen ser pareja, pueden conseguir que les hagan caso. Ya saben, los dos apenas y trabajan en un bar de mala muerte.

—No. Ella no tiene nada que ver. —Nadie expresó sin titubear y conteniendo el enojo.

—Solo es una mentira, ¡Por Dios!

—Mamá, ya detente con eso. No lo obligues a hacer algo que no quiere. —Amarillo se interpuso entre ellos antes que una pelea volviera a nacer.

—¡Es para todos!

La mayor se paseó exasperada por la pequeña vivienda que no hacía más que frustrarla por la pobreza que gritaba.

—Ma... No sé si ella quiera.

—¿Cómo no? Llevan años pegados, debe de ser una fantasía de ambos. —Se mofó riendo después.

—No es así...

—¿Es que tú solo sabes dar problemas?

—¡Mamá! —Amarillo se alarmó, pero fue ignorada por los presentes.

—¡Nosotros dejamos de ser amigos hace mucho! —reveló sin poder evitar el dolor de sus palabras.

Nadie se alejó de su amiga por el miedo de "pegarle" su extrañeza, ella no necesitaba querer a un ser que no tenía nombre con el cual identificarse.

—Hey... —Su hermana quiso acercarse para consolar al menor, ella sabía el aprecio que se tenían y lo triste que era dejar ir a alguien.

—Déjame seguir, solo... solo quise quitarle mis problemas encima, ¿y quieres que la meta en todo esto?

—Es una pequeña mentira, quítale el sentimentalismo, ¡Dios!

—¿Tanto te importa ganar algo material a costa de incomodar a otro?

Café para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora