II

196 46 65
                                    

Nadie, ahora a punto de cumplir quince años, reparó en el cielo buscando la luz del sol que alguna vez albergó en él. Calidez, aquellas sensaciones de una pasada niñez que escapó en un fugaz parpadeo. Recordó, cuando era mucho más pequeño e hizo grandes colas en busca de leche, arroz, azúcar mal procesada y pan de asqueroso sabor; lástima de parte del estado hacia los más afectados por la inflación. Iba toda la familia cuando el día apenas saludaba y aguantaban horas de martirio diario para regresar a comer con resignación, mientras su padre trabajaba lejos de ellos. Su situación había estado difícil y no solo ellos habían estado así, no obstante, nada se podía hacer. Si bien algunas cosas mejoraron, las secuelas del anterior gobierno corrupto seguían deslizándose en la economía del pobre, a menos que fueran las elecciones y todos los candidatos empezaban a prometer imposibles.

En ese entonces aquellas mañanas eran sobrias y sin color. Tomó de costumbre dirigirse directo al bulevar para recoger a Rosa e ir juntos a la única secundaria del vecindario. Conversaban ajenos a los problemas de sus familias, dinero o futuro. Eran las simples expresiones de ella, su piel morena brillando bajo la luz nublada del verano y su gran cabello acaparador; todo ello contagiaba a su rostro una felicidad sin nombre.

Observó su secundaria casi destrozada por el pasar del tiempo. Todo envejecía y dejaba de servir en algún momento.

—¿No seré yo así en algún momento? —preguntó Nadie hacia la nada.

Ella no lo escuchó, agradeció eso, pero no paró de pensar. Nunca podría hacerlo.

Algún día ya no le serviría a nadie, ni así mismo. Algún día cuando su secreto volviera a atormentarlo... Cuando tome forma y vuelva a aparecer.

Sus días eran así por las mañanas, las tardes eran escapadas y las noches torturas no mediadas.

Azul estaba por terminar la universidad cuando el dinero empezó a faltar. Mamá no tenía como ayudar con el poco dinero que recibía del anterior sueldo de su esposo fallecido ni con su trabajo de cocinera; Amarillo también apoyaba con el entusiasmo que la caracterizaba y al trabajar mientras estudiaba, tuvo que elegir y el querer ayudar a su hermano fue más grande que su propio futuro. La moneda se devaluó más y los casi inexistentes ingresos ahorcaban a la familia colorida. No podían seguir viviendo así, no podían pagar el alquiler de aquel cuarto que había sido testigo de sus penurias.

Las noches perseguían a Nadie, acosaban y ultrajaban su mente. Ignoró cualquier tipo de pensamiento erróneo, sin sentido, ¿cómo podía ser así? Lo que sentía ni siquiera tenía nombre. Se acomodó en la normalidad que todos le pedían, no tenía oportunidad de ser más. Todos sufrían y su rareza no importaba.

Ya no se probaba las ropas de Amarillo, ya no robaba las ropas de Azul.

«Qué difícil es actuar como si no hubiera sentimientos, que difícil era encarnar otro cuerpo», cantó dentro suyo.

Ante tantos problemas y muchos otros desesperantes, pero ignorados, decidió buscar trabajo. "El Alcatraz" fue su primera opción, estar con gente nueva le incomodaba y el estar en un lugar conocido era una grandiosa idea. Con ánimos repuestos y planes casi resueltos, se dirigió al lugar cuando la jornada escolar acabó, asimismo adquirió un color ambiguo de esperanza. Podía hacer algo por los demás, podía pertenecer, ¿podría dejar de ser "Nadie" para ser "Alguien", alguna vez?

Rosa aceptó tan feliz como Nadie el estar juntos un par de horas más. Moviendo hilos, argumentando y puede que, tal vez, gritando las inexistentes razones para ganar el trabajo.

—¡Es necesario, papá! ¿No decías que necesitabas ayuda?

—De un hombre, no de... ¡Eso! —exclamó el padre de su amiga, mirando al adolescente frente suyo como si fuera algo sin nombre y extraño.

Café para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora