Una decisión

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La publicación de Galen tenía varios comentarios, en ellos los integrantes del grupo aceptaban la propuesta y compartían sus ganas de participar. Otros pedían la ubicación y por último se encontraban aquellos que sólo saben comentar con emojis. La página principal del grupo se actualizó y apareció un nuevo mensaje, en él estaba la ubicación, fecha y hora de la reunión.

Una llamada llegó a su celular. Era el conductor, lo que significaba que tenía que bajar a recepción y tomar el auto que le dejaría en la librería en donde se realizaría la rueda de prensa y firma de libros. El terror que le provocaba el pasado seguía ahí, como una herida abierta que hace difícil y doloroso cada intento de moverse. Tenía apresado su cuerpo en un estado inmóvil, la presentación del libro se había escapado de su mente. El celular estuvo sonando unos segundos y no contestó, nuevamente sacudió su cabeza, levantó la taza de café y tomó un último sorbo, dejando el café a la mitad sobre una mesa.

Ahora el teléfono de la habitación emitió su tono de llamada entrante, André se puso su abrigo largo que estaba sobre la cama y corrió para contestar.

— ¿Sí, diga? — preguntó agitado.

— Señor Austen, su conductor ha llegado — anunció el recepcionista.

— Enseguida voy — cortó. 

André recogió su maletín plateado y la tarjeta de la habitación antes de dirigirse al elevador. El tacón de su zapato iba marcando un eco continúo a lo largo del extenso pasillo hasta llegar al elevador.

La imagen de Galen y de los otros compañeros de clase recorría su mente, tomando nuevamente el tren al pasado. Su cabeza repetía esos momentos oscuros, haciendo que su mente y cuerpo se hicieran entes independientes, estaba claro que eso le causaría problemas. Una vez en planta el ascensor emitió su pitido de aviso, lo que lo hizo volver a realidad. Vio que su conductor se hallaba junto a la salida con un paraguas en mano. Salió y con paso decidido se dirigió a las puertas de cristal que ahí estaban.

— Que tenga un buen día, señor Austen — le dijo el recepcionista al verle pasar.

— Gracias, Alex. Pero recuerda que no tienes que llamarme "señor" — respondió André. Él y Alex se conocían desde hace algunos años, ese era el hotel que André siempre elegía si viajaba a Nueva York, porque estaba cerca de todo.

— Entendido, señor Austen. Digo...

— Tranquilo, ten un buen día también— le interrumpió y salió del edificio.

James, el conductor, se acercó y abrió el paraguas para cubrirle. Él sí estaba preparado y no sólo llevaba un paraguas, sino también una chaqueta impermeable verde. James le conocía desde que era un pequeño niño. Cuando era más joven trabajaba con Joaquín y gracias a su compromiso y dedicación, formaron una fuerte amistad. Siempre pensaba que estaba en deuda con la familia Austen, ya que durante un tiempo estuvo presente una gran crisis de desempleo en el país, junto a eso, su hijo había sido víctima de una fuerte enfermedad y el tratamiento era costoso. Cuando Joaquín lo conoció y notó sus admirables valores hacia su familia, primero pasó a ser parte de la Pastelería Cervantes como repartidor y posteriormente se le vería con traje elegante y corbata para cubrir el puesto de conductor de los organizadores de festejos. Joaquín, al saber de la enfermedad del hijo de James, le invitó a cenar y se ofreció a cubrir los gastos del tratamiento como agradecimiento por su labor. Esa noche al regresar a casa, James abrazó a su esposa e hijo y con lágrimas en los ojos les contó la noticia.

— Parece que no viniste muy preparado — comentó James con un ligero tono de burla.

— Sólo fue el paraguas, nada grave— André puso los ojos en blanco.

Nuestra sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora