🎐𝑆𝑢𝑚𝑚𝑎𝑟𝑦: Pactos, un ultimo adiós y el lamento de una alma arrepentida.
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Jaebeom no tenía ni idea de con quién se había metido.
Sus ojos abiertos de par en par miraban de un lado a otro y su cuerpo amarrado a la silla en la sala de estar se movía violento, intentando escapar con desesperación.
Pronto los pasos de aquellos botines con tacón bajando las escaleras no se hicieron esperar, las velas de cera negra que estaban colocadas sobre la mayoría de los muebles se encendieron a la par gracias a un espeluznante ventarrón que envolvió el cuarto.
El horrible escalofrío recorrió su columna vertebral y sus vellos se erizaron ante aquella presencia pesada.
En la oscuridad que envolvía el cuarto continúo, dos puntos rojizos cobraron vida.
Vacíos, tal vez llenos con un pequeño destello de malicia y sed de sangre, Lim tragó saliva nervioso y cagado del miedo.
Los pasos avanzaron hacia él, dejando ver aquel elegante calzado, el vestido largo que igual se veía costoso y una cabellera azabache bien cuidada que hacía un espectacular contraste con la pálida piel de la mujer.
Verla a ella era como ver la viva imagen de aquel a quien amo en el pasado pero por una jodida estupidez y por su egoísmo lo había perdido y al intentar recuperarlo de nuevo cometió un error aún más grave.
Las orejas puntiagudas, los ojos teñidos de un color carmesí similar al de la sangre y la belleza extrema que poseía eran los puntos que mostraban que aquella silueta de humanidad no tenía nada.
—así que, ¿querías comprar algo pero sin pagar, eh? —su voz es dulce, suave e incluso se podría decir que compasiva, era como escucharlo a él pero con tonos agudos.
La mordaza puesta en su boca no le dejaban hablar pero desde su garganta se encargó de negar la acusación.
La joven sonrió, dejando ver los colmillos afilados en su perfecta dentadura y no, ella no era un vampiro.
Con sus delicadas manos acaricio su cabellera lacia, enredando sus finos dedos entre los mechones de oscuro color, su mirada se encontraba tranquila pero sus orbes color sangre decían mucho más que sus labios ahora sellados en una sonrisa arrogante.
—Oh, ¿entonces estoy mintiendo? —aclama sintiéndose ofendida y está vez sus manos van hacia su pecho. —Vaya, soy una chica mala.
Deja atrás su lugar en el marco de la puerta para aproximarse hacia donde está su víctima.
Jaebeom cierra los ojos con fuerza y comienza a pedirle piedad y perdón al creador supremo, reza todas las oraciones que se sabe de memoria y proclama de manera mental los salmos que se llegó a aprender, pero nada parecía funcionar.
