Almohada

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Llevo meses contándole a mi almohada de ti, de cómo mi día se volvía mejor cuando me sonreías entre las miradas coquetas que compartíamos. Llevo meses relatándole como a veces rozabas mis dedos entre los tuyos, causando pequeñas corrientes que se extendían por todo mi cuerpo. También le conté esa vez que me abrazaste en público, lo cual, para mí, fue el acto de amor más grande de todos.

Hasta que hace unos días entre lágrimas tuve que decirle que nada de lo que le había dicho había funcionado. Que ni las miradas, los roces y los abrazos, habían sido lo suficientemente reales. Ella sintió lastima y esa fue la razón por la que aguantó toda la noche el mar que yacía sobre ella mientras yo te culpaba por cada una de mis heridas.

Mi almohada, que estaba más enamorada de ti que yo, reproducía en mi mente los momentos bellos que viví a lado, como, por ejemplo, la primera vez que tu cuerpo y el mío fueron uno o cuando me decías que nunca me harías daño, que me amabas, pero hacerlo público era mucho para ti, entre otras. Por lo que, me tuve que ir y no la llevé conmigo.

Cuando volví, estaba más centrada y había comprendido
muchas cosas. Y le admití, que en realidad tú nunca me habías roto el corazón, yo solita lo había hecho, con ilusiones y deseos. Tú no eras el culpable de que yo no supiera entender que solo querías diversión, es solo que, cuando me mirabas, lo hacías ver tan real.
Ella lo comprendió, llenó mis noches de hermosos sueños donde ya no aparecías tú, aunque de repente, no puede ocultar que aun te extraña y se le escapa uno que otro... como anoche.

Cuando todo da vueltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora