Diez

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Aún se escuchaba algo de música en la lejanía, como si quien fuera que la escuchaba se alejase cada vez más de allí.
—Ha sido realmente un gran día —suspiró.
Dulce ya no quiso aguantarse las ganas de estar más cerca de él y sin
mediar palabra salió de su saco y se introdujo en el de él.
—¿Qué haces, Dul?
—¿Puedes dejarme ser espontánea por una vez? Déjame dormir así
contigo aunque solo sea ésta noche... —le rodeó la cintura con su brazo izquierdo y se apoyó en él.
Sentirla así de cerca, teniéndola piel con piel y notarla tan cálida fue lo peor. No quería dejarse llevar por la tentación, por la provocación y terminar haciéndole el amor dentro de un saco de dormir. Se arrastró fuera del saco. Se enfundó los vaqueros aun húmedos de esa mañana y salió de la tienda descalzo, para remojarse los pies en el agua, agua queaún estaba templada. Volvería cuando ella se hubiera dormido, o cuando se le hubiera pasado.
No hacía ni dos minutos que había salido cuando de repente sintió dos
manos calientes sobre su piel, después fue la suave tela de una manta lo que le rozó y luego notó como Dulce pegaba su cuerpo a su espalda desnuda. Permanecieron solo un minuto así. Pronto tuvo la necesidad de verla y soltó su agarre para girarse. Por un momento Christopher la miró asombrado con los labios entre abiertos.
Dulce sintió como sus mejillas ardían, quizás se había pasado de
atrevida y no le había gustado, quizás por eso mismo se había marchado de la tienda, porque le incomodaba que se acercase a él así, de repente. Le tentó darse la vuelta y regresar sobre sus pasos, pero él la estaba mirando como tanto había imaginado ese día que la mirase: con los ojos llenos de hambre, como se mira lo que más se desea. Quizás era una locura, pero ella también le deseaba a él.
Le había sorprendido que ella saliera tras él de la tienda, y que le abrazase por la espalda, le había sorprendido que pegase su cuerpo al suyo y que rodease su cintura con los brazos, pero más le sorprendió ver su expresión de vergüenza cuando se giró y la tuvo de frente. Tragó, acercándose despacio a su mujer. Iba a besarla. Iba a besarla y no iba a
detenerse.
Dulce sonrió de manera traviesa al ver la forma en la que estaban situados: él estaba de espaldas al lago y ella bloqueándole con su cuerpo.
Llevó las manos a su torso de forma sensual y las posó en su pecho al ver que él se acercaba, para besarla, tal vez. Avanzó un paso para acercarse y luego otro, obligándole a que retrocediera de espaldas, hacia el agua.
—No lo hagas, Dul. Puedo ver tus intenciones y si tú no te detienes tampoco yo lo haré.
—¿No te detendrás con qué? —preguntó retadora.
—Sigue y lo comprobarás.
—¿Me vas a mojar?
—Sigue y lo comprobarás.
Aceptando el reto, Dulce dio otro paso al frente, solo que esta vez él
sujetó sus brazos y tiró de ella hasta que el agua les llegó a la cintura.
—¿Esto era lo que me ibas a hacer? ¿Mojarme?
—No. —Christopher tiró de ella un poco más hacia dentro, y cuando el agua les llegó a media espalda se detuvo. Llevó las manos hasta su cuello, acariciando con los dedos el borde de su mandíbula— ¿Puedo besarte? — preguntó, algo que ella no esperaba.
Pero lejos de asentir, Dulce acortó la distancia para posar sus labios
contra los de él. Un beso ardiente y duro, ambos

presionando tan fuerte que parecían poder fundirse en un solo ser. Entre ellos había, una embriagadora e irresistible mezcla entre la frialdad del agua y el roce de sus pieles.
Christopher llevó las manos a su cintura y la atrajo para pegarla contra su cuerpo, y Dulce notó como sus manos se deslizaban por debajo de sus caderas y apretaban sus muslos mientras los dos salían del lago.
El agua estaba templada, pero el aire era fresco y se estremecieron al contraste; Christopher se puso de rodillas en la manta que ella había dejado caer antes de arrastrarlo hasta el agua, y la tumbó suavemente sobre la
prenda.
Dulce se dejó llevar sin poner impedimento a lo que parecía haber iniciado entre los dos. Al encontrarse con sus ojos pudo apreciar como sus pupilas se agrandaban mientras la miraba. Su ropa se aferraba a su cuerpo tanto como la de Christopher se aferraba al suyo. Dejó que sus ojos recorrieran la anatomía de su marido, analizando lo que le era familiar y lo que no: el brillo de la piel mojada de sus hombros, la curva de su cintura, las líneas que delimitaban los músculos de su abdomen... Su
mirada llegó un poco más abajo...
—Oh, vaya. Creo que ya entiendo a lo que te referías... —sonrió, aun
sabiendo que lo había adivinado en el momento en el que la retó antes de entrar en el agua.
Él rió, con un oscuro y flojo tono áspero.
—Es un poco injusto que puedas saber lo mucho que quiero esto solo
con mirarme y yo no pueda saber ni un poco solamente si tú piensas del mismo modo.
Dulce no dijo nada, solo llevó las manos hasta su cintura y le instó
para que se pusiera sobre ella. Sintió su pulso acelerarse cuando sus cuerpos se rozaron y cerró las manos alrededor de la manta a cada lado de ella.
—¿Estás seguro de que no podrías saberlo? —Preguntó en un
murmullo lamiéndose los labios—. Mírame.
Obedeció a lo que ella pedía y la recorrió con la mirada, despacio.
Había hambre en sus ojos, un hambre devoradora que la hubiera asustado
si hubiera sido otro que no fuera Christopher. Pero era él, su marido y el hombre con el que llevaba viviendo más de un mes, y confiaba en él. Sus ojos siguieron adorándola, devorándola, deleitándose con esa imagen de ella, y sentía como su piel ardía en todas las partes por donde pasaba su mirada. Trasladó sus ojos de nuevo a su cara y se posaron en su boca, en esos labios que poco a poco esbozaron una sonrisa tímida.
—No puedes imaginarte lo mucho que quiero besarte.
—Pues hazlo. ¿Por qué siempre me pides permiso?
—Porque aunque estemos casados no eres mía y no quiero hacer algo
que pueda molestarte.
—No me molesta. De verdad que no me molesta.
Dulce soltó la manta y entrelazó los dedos detrás de su nuca para acercarle y que la besase. Él deslizó una mano por debajo de la camisa mojada tratando de alcanzar el sujetador, pero no lo lograba, así que se apartó despacio, rodó sobre la manta para que fuera ella quien se pusiera sobre él y empezó a desabotonar la prenda.
—Espera. —Se detuvo de repente—. ¿Está bien si hacemos esto aquí?
No estamos solos y tus amigos...
—No lo había pensado. Por un momento me había olvidado de todo.
Volvamos a la tienda. —sonrió enardecida.
Christopher se incorporó, dejándola sentada sobre su regazo, la miró
nuevamente a los labios y la besó, esta vez sin pedir permiso. Se levantó con su mujer rodeando su cuerpo y la manta colgando de una de sus manos. Fueron hasta la tienda sin que Dulce se separase de sus labios y, al entrar, se separó de ella, dejándola sobre los sacos de dormir. Se dio la vuelta para bajar la cremallera que les dejaría completamente a solas y volvió junto a ella.
Con la poca luz que se filtraba a través de las telas, a duras penas podía verla, a duras penas podía contemplarla, pero a oscuras podría ser interesante también. Se acercó despacio mientras se agachaba,deslizándose sobre su cuerpo y sintiendo nuevamente la fría tela húmeda de su ropa contra su pecho.
Ninguno dijo nada mientras él se deshacía de la camisa, dejando su
torso perfecto sólo con el sujetador. Cuando sus manos se deslizaron por
debajo de la tela hacia sus senos Dulce se mordió el labio inferior y cogió aire con fuerza ante la sensación, asintió con una sonrisa cuando él se quedó inmóvil. Dulce acarició sus manos y las guió hasta el broche de la parte delantera y entonces con un solo movimiento, el sujetador se abrió. Por un momento fue él quien se quedó sin aliento, mirándola como si ella brillase bajo aquella tenue iluminación. Cuando inclinó la cabeza y rozó con sus labios la suave piel de sus pechos Dulce gimió. Se cubrió la boca acto seguido, pero Christopher agarró sus manos y se las apartó, llevándolas a su nuca, donde las había tenido mientras ella buscaba sus besos casi desesperadamente.
—Quiero escucharte. —afirmó con voz ronca.
Ella asintió con la cabeza y hundió sus manos en su pelo mientras se entregaba a todo lo que él quisiera hacerle. Notaba sus besos, sus pequeños mordiscos y el roce de su lengua en la zona más sensible y no podía más que cerrar los ojos y rezar porque no terminara nunca.
Nunca había sentido nada tan intenso con ninguno de los chicos con los que había estado. No habían sido muchos, tampoco, pero ni uno solo la había hecho sentirse así de deseada.
Christopher acarició los bordes de sus pechos con los pulgares y bajó
lánguidamente hasta el límite que marcaba su pantalón. Ella se arqueó y puso sus piernas alrededor de sus caderas y empezó a moverse despacio, rozándose con él. Christopher levantó la cabeza para mirarla con la respiración entrecortada.
—Si haces eso, ya no seré capaz de parar. —Su voz sonó diferente, pero
de un modo que todavía le gustó más.
Hundió su cara caliente en el cuello de ella, tratando de encontrar ahí
un poco de calma para la locura que estaba desatándose dentro de sí.
—Pues entonces no pares, porque yo tampoco quiero que lo hagas. —Y apretó su agarre en él.
Dulce deslizó las manos por debajo de su marido y le besó, dura y lentamente mientras llevaba los dedos a su vaquero y aflojaba el botón para meter las manos dentro.
—¿Eso es que quieres hacerlo?
—¿Que si quiero? —Preguntó Dul. Hubo un deje salvaje en su suave
risa.
Con un gruñido Ucker tomó de nuevo la boca de su mujer, ardiente y demandante, succionando su labio inferior, rozando su lengua con la de ella. Dulce degustaba su sabor: a la sal del sudor y al agua dulce del lago que resbalaba por su piel. Tampoco la habían besado así antes, ni siquiera Rodrigo, con quien se iba a haber casado. La lengua de Christopher exploró su boca antes de abandonarla para deslizarse por su mandíbula hasta su
garganta: sentía calor húmedo en el hueco de la clavícula y gimió, aferrándose a él con fuerza, pasando sus manos por todo su cuerpo, dibujando su forma, la pendiente de su espalda, el vientre plano y duro, los músculos de sus brazos.
Christopher siguió con el camino de besos: bajando por sus hombros, por sus pechos, por su estómago y sus caderas; la besaba mientras ella se quedaba sin aliento y se movía contra él de una manera que Ucker tuvo que suplicar que se detuviera o todo habría terminado demasiado pronto.
Dul se echó a reír a través de sus jadeos, le dejó seguir, intentado mantenerse quieta, pero era imposible.
Ucker se detuvo antes de extraer cada pieza de ropa de ambos, como
pidiéndole permiso con los ojos y le dijera si debía seguir adelante. Y cuando finalmente no había nada entre ellos más que la piel, ella le abrazó fuertemente, pegándose a él para sentir su piel desnuda en todo su cuerpo, pensando que no había manera de estar más cerca de otra persona que en este instante, que dar un paso más sería como abrir su pecho y exponer el corazón.
Sintió los músculos de Christopher flexionarse y cuando se estiró para coger algo oyó un crujido plástico.
—Lo bueno es que siempre tengo protección en la cartera—. Sonrió.
—¿Siempre llevas preservativos encima?
—Bueno, recuerda que antes de ti he salido con muchas chicas...
supongo que es la costumbre. —Pero no era de eso de lo que él quisiera hablar con ella.
De repente todo le pareció muy real; Christopher había vuelto a ponerse sobre ella y al sentir el peso de su cuerpo sintió como de repente el miedo se apoderaba de ella.
—Espera —susurró nerviosa.
Christopher se quedó quieto. Su mano libre estaba acunando su cabeza, con los codos clavados en los sacos de dormir, a cada lado de ella, manteniendo el peso de su cuerpo. Todo él estaba tenso, las perlas de agua de su piel brillaban con la poca luz que entraba y sus ojos se veían completamente oscuros, como los de una fiera a punto de devorar a su presa.
—¿Ocurre algo?
Oír a Ucker sonar tan poco seguro le hizo sentir un poco mejor: él
estaba tan nervioso como ella.
—No —Susurró—. Solo sigue... —suplicó, y lo hizo, sin moverse ni
hacer nada más.
Dul se rindió ante sus besos, a sus caricias, al discurso sin palabras
que le decía cuanto la deseaba con cada uno de sus movimientos. Sus manos temblaban, pero eran rápidas y hábiles en su cuerpo, haciéndola querer más y más, hasta que ella empujó y tiró de él, apretándose contra su cuerpo con la muda súplica de que siguiera.
E incluso cuando Christopher procedió y sintió una momentánea punzada
de dolor, presionó para que continuara, envolviéndose a su alrededor y no
dejándole ir.
—Christopher —susurró ella, y él inclinó la cabeza para besarla mientras, cuidadosamente, empezaba a moverse dentro de ella.
Podía ver por la tensión de su cuerpo y el agarre en sus hombros que, como ella, él no quería que terminara demasiado rápido. Cerró los ojos, se mordió el labio inferior y abrió la boca entre jadeos mientras se abandonaba al placer que ese hombre estaba regalándole.
«Te quiero, Ucker». Pensó ella, clavándole los dedos en la espalda
mientras llegaba el éxtasis. «Te quiero».
Vio que sus ojos se abrían y la miraban mientras se movía contra ella una última vez. Le besó en el cuello antes de que él se derrumbara sobre su pecho. Y cuando finalmente sintió su peso cubriéndola por completo cerró los ojos, se dejó llevar por el pensamiento de que aquel había sido, sin dudas, el mejor cumpleaños que había tenido en toda su vida.

Casada ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora