Siete

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Faltaban unos días para el cumpleaños de Dulce. Anny siempre le
organizaba algo especial, a veces sencillo, otras veces más complicado...
Todo dependiendo de lo que le hubiera pasado ese año. El anterior había organizado una súper cena en el último piso de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, Rodrigo le había ayudado a prepararlo todo.
Había ido medio centenar de personas, incluso había arrastrado a la fiesta a las dos primas más envidiosas de Dulce sólo para demostrarles que ella también podía disfrutar de grandes fiestas de cumpleaños. Había sido una fiesta genial y todo el mundo lo pasó exageradamente bien.
Éste año había pensado en una acampada en una explanada cerca del
lago a las afueras de la ciudad. No era época de vacaciones, por lo que ese camping no tendría mucha gente, y además, caía en fin de semana, por loque podría ser una fiesta de cumpleaños de tres días.
Dulce llevaba dos semanas trabajando, así que era fácil preparar las
cosas sin que ella se enterase.
Esa mañana la tenía libre, así que, ni corta ni perezosa, se presentó en
el despacho de Christopher para proponerle que organizasen juntos el pequeño evento.
—Madre mía, tienes un despacho enorme... —dijo cuándo la secretaria
cerró la puerta al entrar ella.
—En realidad no es tan grande. Si te fijas, es casi más grande la
recepción donde está mi secretaria. Y no has visto el de mi padre. Éste cabría cuatro veces ahí dentro —rió—. Pero dime... ¿En qué puedo ayudarte?
—Sabes que es el cumpleaños de Dul, ¿verdad? —Él negó con cara de
circunstancia—. Bueno, pues es el sábado. He pensado algo. Pero necesito
ayuda. El año pasado fue el traidor el que me echó una mano...
—¿Te refieres a su ex?
—Sí. Organizamos una fiesta y hubo música, espuma, alcohol... Todo
muy divertido. Pero este año quiero algo inolvidable. No puedo hacerlo
todo yo sola, y no quiero que ella se entere de nada. Será un fin de semana entero, en el lago...
—Suena...
—Romántico, tranquilo, renovador. Se celebra su cumpleaños, pero en
realidad será algo así como un fin de semana entre amigos para desconectar.
—Ahí sería yo en único extraño.
—Serás el centro de atención, de eso no te quepa duda —rió—. Los que no estuvieron en la boda se enteraron el mismo día de lo que pasó... Que conste que a mí me encantó, fue como de película —rió nuevamente.
—Dime qué tengo que hacer.
Anny estaba explicándole cómo quería que fuera todo exactamente
cuándo, de repente, entró el señor Uckermann con unos papeles. Miró a la muchacha que había frente a su hijo con el ceño fruncido. Esa chica no era la que había visto por allí días atrás y fijó la vista en su hijo de forma acusatoria.
—No sabía que estabas ocupado.
—Ella es Anahí Puente, una amiga. Él es mi padre.
—¿Tienes tanto tiempo libre que traes amigas a tu despacho? — preguntó hosco, como si le molestase verla.
Anny miró al padre de Christopher y giró la cabeza conteniendo una sonrisa. Pretendía ser seria pero aquel tono le había resultado divertido.
—La verdad es que estamos tratando un tema importante.
—Mejor me voy —dijo ella poniéndose en pie—. Le he robado a Dulce tu número, así que te llamo luego. Encantada de conocerle, señor Uckermann. —Le ofreció una mano como saludo antes de salir, pero el hombre no se la estrechó.
—¿Quién demonios es Dulce?
—Papá, por favor, dime de una vez a qué venías —pidió, llevándose una
mano a la cara mientras suspiraba.
Mantener su matrimonio en secreto no era difícil, de hecho nadie se había enterado en cinco años, pero era más difícil ocultar a Dulce. No podía contarle aún quién era ella, aunque quisiera gritarlo, primero necesitaba asentar un poco más ese matrimonio y, por qué no, pasar más tiempo con ella. El acuerdo que tenían era que le daría el divorcio cuando su padre le diera el puesto de directivo y aún no lo quería.
—No puedes andar con una y traerte a otras a la oficina.
—¿Qué quieres decir? ¿Quién es la una y quienes son las otras? Papá no tengo ni idea de lo que hablas —sabía que su padre sospechaba algo desde hacía días, pero no tenía idea de cuánto.
—Esperaba que me contases tu quién era la inversionista que viene a visitarte a veces... o quién es Dulce.
—Son la misma persona. Y esa chica, Anahí, es una amiga. Es amiga de la infancia de Dulce y ahora también es amiga mía. Nunca te has interesado por mis amistades y creo que no necesitas saber más.
El señor Uckermann miró a su hijo de arriba a abajo y salió de su despacho. Nada, ni actuando de aquella manera conseguía que su hijo le dijera nada sobre su matrimonio. Y lo sabía, sabía que, cuando aquella chica le dijo a Alessia que era su mujer lo dijo porque era cierto.
Podía contratar a un detective para que indagase sobre ese asunto y
respondiera sus dudas de cómo, donde y cuando se había casado su hijo, pero rompería la confianza paterno-filial que se supone debían tener.
Sabía que al final terminaría hablando.
La visita de su padre le había dejado de mal humor, no porque hubiera ido, sino porque no le gustaba que le interrogasen, no le gustaba que su padre cuestionase lo que hacía o con quien lo hacía. No sabía cómo sabía él a qué se dedicaba Dulce, pero tampoco iba a preguntárselo.
La tarde había avanzado relativamente lenta, pero al fin había llegado la hora de marcharse. Había pasado un par de horas mirando en internet
algún sitio donde comprar lo que Anahí le había pedido que comprase y, salió de su despacho con intención de terminar con eso esa misma tarde.
No quería dejarlo para el último momento y que luego faltasen cosas.
Al salir de la última tienda, un local en el que había comprado
farolillos voladores, llovía a mares y tuvo que correr hacia el coche. Por suerte, no se había mojado mucho y la bolsa estaba intacta, algo salpicada pero nada serio.
Era curiosa la sensación que tenía en el estómago, había asistido a un
centenar de cumpleaños, de sus amigos, de algunos parientes, suyos...
pero nunca había ayudado a preparar uno y se sentía emocionado.
A medio camino entre la ultima tienda y el apartamento de su mujer, Christopher no vio el enorme charco de agua que había acumulada en la calzada y avanzó sin cuidado. De pronto el coche se detuvo, y no solo en velocidad, si no el motor, y el agua empezó a meterse por las rendijas. Al mirar al exterior no vio nada, así que trató de abrir la puerta, consiguiendo que el agua entrase libremente inundándolo todo.
—Madre mía... ¿Y ahora qué hago? —preguntó saliendo del coche.
Lejos de enfadarse o de llevarse las manos a la cabeza como habría hecho otro, cerró la puerta como pudo y caminó, con el agua por los muslos, hasta la acera más cercana.
La grúa tardó casi una hora entre llegar y poder sacar el coche de aquella piscina.
—¿Dónde le llevamos? —Preguntó uno de los dos gruístas—. Aunque a
esta hora y con este clima...
—No se preocupen. Mi casa no está muy lejos de aquí, así que iré
caminando, total... —se miró la ropa—, Creo que no me voy a mojar
mucho más —rió.
—¿Seguro? —Christopher asintió—. Bien. Entonces firme aquí. —Señaló
un recuadro en el parte—. Ésta es la dirección del taller. De todas maneras mañana se pondrán en contacto con usted. Pase buena noche.
En sus casi veintisiete años nunca había caminado bajo la lluvia sin
paraguas, solo y a esas horas, pero era divertido. Y más divertido sería llegar a casa y ver la expresión de Dulce al verlo empapado.
Aquella noche llovía mucho y él siempre llegaba un poco más tarde de la oficina por alguna reunión, pero pasaba de las doce de la noche y él nunca llegaba tan tarde.
Caminaba por el apartamento tratando de que los nervios no se
apoderasen de ella. Se acercaba a la ventana intentando ver algo de la
calle, pero la lluvia impedía que viera nada, así que sin pensarlo dos veces
corrió hacia la puerta y del armario de la izquierda sacó su paraguas transparente. Bajó por la escalera asegurándose en cada piso que el
ascensor iba vacío y al llegar a la entrada salió a la calle, quedando bajo la carpa de lona que protegía del agua y del sol todo el ancho de la acera.
Caminó de lado a lado, mirando a todo el que pasaba, que a esa hora eran pocos pero ninguno era él. Luego volvía a subir sólo para acercarse a la ventana nuevamente. No había querido llamarle por miedo a parecer una novia psicótica, pero no saber nada, a esa hora y con ese clima era de lo peor. Diez minutos de haber subido bajó nuevamente y poco después volvió a subir. La sexta vez que bajó decidió permanecer ahí aunque tuviera que esperarle toda la noche, pero como por arte de magia, tan pronto como llegó bajo el toldo, divisó una silueta que caminaba bajo esa lluvia torrencial. Al principio solo sintió lástima por quien fuera, incluso pensó darle su paraguas cuando pasase por su lado, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca lo reconoció. Era él, su marido.
—Dios mío, Ucker... ¿Qué te ha pasado? —preguntó acercándose a él,
empapándose con el agua sin que le preocupase lo más mínimo.
—¡Hola! —sonrió—. Mi coche... He pasado por un charco que no
había visto, pero era demasiado grande y le ha entrado agua al motor. Me llegaba el agua hasta aquí —señaló una altura en sus piernas.
—Pensaba que te había pasado algo. Nunca llegas tan tarde. Ni siquiera has llamado...
—¿Te habías preocupado por mí? —sonrió.
—Se enfrió la cena sobre la mesa. Y no me quería ir a dormir y luego tener que escuchar ruidos que interrumpieran mi sueño. —mintió.
—Corramos bajo la lluvia.
Christopher la agarró por la cintura y empezó a correr con ella mientras Dulce se quejaba.
—Estás loco, ¿Sabes? Es casi la una ¿y tú quieres correr bajo la lluvia?
—A veces es bueno hacer cosas fuera de lo común. Así, cuando nos separemos podrás recordar algunas cosas buenas.
De todas las cosas que podría haber dicho para molestarla, esa era la
peor. ¿Cuándo se separasen? Ella misma llevaba días sin pensar en eso, sin pensar en una separación. Se sentía cómoda con él, se sentía bien, y lo último que esperó que le dijera era eso, que podrían hacer algo divertido para que, cuando se separasen, pudiera recordar que no todo fue malo.
Soltó su agarre y se dio la vuelta para volver al apartamento.
—¿Te has enfadado? ¿He dicho algo que te haya molestado?
—Si. Me ha molestado lo que has dicho.
—El qué ¿Qué hiciéramos algo divertido?
—Que cuando nos separemos... Olvídalo. No quiero mojarme más.
Caminó hacia la entrada del edificio y se miró la ropa. ¿Cómo era posible que se hubiera empapado de esa manera por estar solo un par de minutos bajo el agua? Cuando Christopher entró detrás de ella iba todavía peor, sus zapatos sonaban a encharcados y su traje se pegaba a su cuerpo.
Llevaba el pelo adherido a su frente, pero una sonrisa encantadora en la cara. Por un momento pensó que quizás no sería tan malo hacer algo espontáneo. Llevó una mano a la de él y tiró hacia la calle, chapoteando con los pies en el agua.
—¿Y esto? ¿No estabas enfadada?
—Lo estaba. No quiero que vuelvas a decir nada de cuando nos
separemos. Mientras sigas aquí no quiero que hables de separación.
Cuando tengas que irte vete sin más, pero entre tanto, no hables sobre separaciones, porque eso solo marca distancias.
Christopher sonrió por lo que había dicho. Dulce no quería hablar de separación aun cuando esa convivencia había empezado por obligación y por un trato. Ajustó el agarre de sus manos y arrancó a correr, tirando de ella.
La lluvia caía con fuerza sobre ellos, hasta un punto en el que ni siquiera sabían dónde estaban. A duras penas podían tener los ojos abiertos por el aire y por el agua que les golpeaba la cara y entonces Dulce decidió que ya era hora de volver.
Habían corrido durante dos minutos al salir del portal, pero tardaron
más de quince hasta que encontraron el portal.
Para más inri, un trueno enorme hizo que se fuera la luz y el ascensor se detuvo con ellos dentro.
—¿Y ahora? Esto es por tu culpa, sabes...
—¿Por mi culpa? —notó que miraba con los ojos abiertos de par en par pero sin ver nada y empezó a reír.
—Sí, eso, ríete. —Trató de fingir estar molesta, pero se le escapó la risa.
—Tramposa. Quieres hacerme sentir mal pero en realidad estás
pasándotelo en grande, ¿no?
—Vale. Admito que lo estoy pasando bien. Pero también que estoy
empapada y empiezo a tener frio.
Sin dejar que ella volviera a decir nada se acercó a una de las esquinas, se sentó en el suelo y tiró de ella, encajándola entre sus piernas y apoyando su espalda en su pecho.
—¿Qué haces?
—Compartir mi calor...
—¿Te das cuenta de que los dos estamos empapados por igual? No es
que tú estés mucho más seco que yo...
Acababa de darle una idea. La separó ligeramente y Dulce notó que
se movía sospechosamente detrás de ella. De pronto Christopher tiró de su sudadera y la dejó en sujetador. Quiso gritarle, preguntarle si estaba loco o qué demonios pretendía, pero entonces tiró de sus hombros hacia atrás y la rodeó. Christopher se había quitado la americana y la camisa, y tenía el torso completamente desnudo, y ella no iba mucho mejor, aunque llevase el sujetador era como si no llevase nada. Notó como se calentaba su cara hasta el punto de arder.
—Supongo que así no tendrás tanto frío... —susurró en su oído.
—¿Bromeas?
Su pecho era tan cálido como una soleada mañana de primavera. El primer contacto había sido frío, pero en cuando sus pieles estuvieron juntas fue como un estallido de calor y no podría tener frío aunque no llevase absolutamente nada de ropa.
Al principio trató de tocarle lo menos posible. A pesar de dormir juntos y de hacerlo prácticamente desnuda, no se habían tocado más de lo estrictamente necesario salvo por un par de besos. Pero a medida que iban pasando los minutos Dulce fue relajándose y poco a poco fue pegándose a él, relajando su espalda, sus hombros y por último apoyando en él su cabeza.
Lo que ellos supusieron que habrían sido un par de horas después
terminó siendo toda la noche y los ruidos de los electricistas los
despertaron al intentar abrir las puertas del ascensor para comprobar si se había quedado alguien encerrado.
Apenas habían abierto los ojos cuando la intensa luz de la mañana entraba por las puertas. La pareja de técnicos empezó a reír al verlos y cuando Dulce se dio cuenta de que ambos estaban desnudos de cintura para arriba y de que ambos estaban estirados en el sueño y abrazados no supo hacer otra cosa más que cubrirse el pecho con la ropa a toda prisa y la cara con el pelo para que no la identificasen.
—Dios mío, qué vergüenza, ¡qué vergüenza! —se quejaba al entrar en
el apartamento, tapándose la cara con las manos.
—¡Yo también! Imagínate... ¡No llevaba sujetador! —bromeó, tirando de
esa prenda de las que ella llevaba colgando en las manos y corriendo hacia el dormitorio.
—Te odio, ¿sabes? Esto es por tu culpa...
—Vamos, atrévete y dime que lo has pasado bien...
—Trae. —respondió tirando de su sujetador para echarlo en el cubo de
la ropa sucia—. No lo he pasado mal —confesó con una sonrisa—. ¿Te
duchas tu primero o lo hago yo? Aún es pronto y puedo preparar el desayuno antes de ir al trabajo.
Con otros chicos que hubiera habido antes en su vida, nunca lo había
pasado como en esa noche. Nunca había corrido bajo una lluvia tan copiosa que le hubiera hecho hasta perderse, nunca se había quedado atascada en un ascensor y menos aún había dormido con alguien de esa guisa. Lo había pasado bien, muy bien, pero aunque tratase de olvidarlo, aun había ciertas palabras de unas horas atrás, que se habían quedado grabadas en su pensamiento: «Cuando nos separemos tendrás algo agradable que recordar».

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