Parte 4

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Frente a ellos se encontraba un hombre alto y fornido de aspecto intimidante, tendría no más de 30 años, su larga cabellera negra la llevaba sujeta por una cinta obscura a la altura de la nuca. Ese día vestía el tradicional kimono de tonos obscuros, lo que ellos describirían más tarde como una bata larga de mangas anchas y unos pantalones gruesos y holgados con un cinturón sujeto a la cintura. En sus pies usaba sandalias de madera.

Les dio la bienvenida solemnemente con una reverencia y les extendió la mano a la manera occidental. Su nivel de inglés era aceptable. Luego les pidió que se reunieran durante la cena indicándoles que entonces hablarían.

Los viajeros fueron alojados en una amplia habitación de madera, con puertas corredizas muy delgadas y carentes de mobiliario. Una mujer mayor vino en seguida a la habitación, les indicó en un francés mediocre pero con grandes ademanes el lugar donde podían asearse y les entregó un kimono a cada uno, descorriendo unos paneles les indicó donde guardar sus cosas, extrajo unas colchas muy delgadas y los sorprendió al armarles las camas en el suelo. Puso unas lámparas y les explicó cómo vestirse con los kimonos. Luego les hizo una reverencia y salió dejándolos solos.

Durante la cena que fue servida a la usanza japonesa, en una mesa baja bastante amplia con una gran variedad de platillos, se encontraba el dueño de casa sentado en el suelo de frente a ellos. El señor Hiragizawa era el amo de esos territorios y se hacía acompañar por una mujer de larga cabellera castaña que sólo miraba hacia el suelo. Durante la negociación, el señor Hiragizawa se desenvolvía bien en los términos acordados demostrando gran habilidad para hacerse entender, pero al conversar de temas generales y cotidianos, se confundió. Entonces habló la chica que había estado pendiente de la conversación, pero sin intervenir hasta ahora. Les habló amablemente en un perfecto francés, pero sin levantar su rostro.

-"Quisiera que me cuenten quiénes son ustedes. Es mi deseo conocerlos."

Jean comenzó hablando de sus padres y hermanos, sus años como postulante a la armada, su vida actual junto a su esposa y sus hijos, sus aspiraciones y sueños. En seguida habló largamente de cómo llevaban la empresa y los viajes anteriores a medio oriente, de la enfermedad que afectaba a los gusanos de la seda y de cómo habían finalmente llegado a las tierras del señor Hiragizawa.

Enseguida Syaoran improvisó una breve historia personal, porque quedó descolocado con lo largo que había sido el discurso de su amigo.

-"El señor dice que la ruta que escogieron es la más larga y peligrosa, que deben revisar sus cartas y buscar una mejor ruta para regresar" – habló la joven con una voz suave y Syaoran sin poder contenerse la miró directo a los ojos, al mismo momento en que ella había levantado la vista para mirarlo a él.

Ese leve contacto con sus ojos marrones fue suficiente para ella, volviendo a inclinar la vista visiblemente avergonzada.

El reparó en su hermoso rostro, parecía ser una chica joven, pero le impresionó descubrir que no tenía rasgos orientales en sus brillantes ojos verdes.

-"Si su señor lo prefiere nos puede sugerir una ruta más apropiada, con gusto la tomaremos. Y estamos agradecidos"- decía Jean cuando la mente de Syaoran regresó a la reunión.

Ella en tanto, seguía traduciendo al japonés sin hacer comentarios.

Durante el resto de la cena, tanto Syaoran como la joven japonesa buscaron la manera de volver a sentir esa conexión, pero les fue imposible.

Más tarde en su habitación sin ventanas, los amigos conversaban.

-"Oye Jean, ¿tú crees que ella sea su esposa?"

-"No lo sé, se ve algo joven para serlo" – lo miró y tuvo una sospecha – "Noo, amigo, no puedes fijarte en ella. Sea su mujer o no, igual le pertenece, son las leyes de este imperio".

-"Eres un idiota. Pero la chica es muy linda..."

-"¿Cómo lo sabes, si nunca llegamos a verle la cara?"

Syaoran sólo podía pensar en ese preciso momento en que sus ojos se encontraron y la reacción de ella, ¿sería posible que ella haya sentido la misma atracción que sintió él?

Al día siguiente fueron invitados a un espectáculo de teatro kabuki, que no entendieron mucho pero les produjo interés por el atuendo recargado de sus personajes masculinos. No habían visto nada parecido antes.

Las cenas que vinieron fueron siempre en compañía del señor Hiragizawa y su pareja, y aunque Syaoran estuvo muy atento no se volvió a repetir la escena del primer día. Algo había en esa muchacha que le inquietaba, pensaba que en torno a ella había un gran misterio.

Al tercer día, les entregaron varias docenas de hojas de moreras llenas de huevesillos, los que ocultaron con mucho cuidado entre sus ropas. En Japón estaba prohibido comercializar con los gusanos de seda, el negocio era la venta de la tela una vez confeccionada. De manera que la transacción que realizaban constituía un delito frente a las autoridades del país.

Se despidieron la madrugada del cuarto día, en el acceso a la casa principal se encontraba de pie el señor Hiragizawa, les hizo una inclinación de cabeza en señal de despedida a la que ambos respondieron. Enseguida ingresó al interior del edificio perdiéndose de su vista.

La hermosa muchacha llevaba un kimono con flores rosas bordado y su largo cabello amarrado con una cinta. Estaba inclinada al lado derecho de su señor pero alejada del mismo, los observaba con el rostro levantado, pero Syaoran podría haber jurado que durante esos últimos minutos jamás retiró los ojos de su rostro. Incluso durante el camino, se dio la libertad de imaginarla con una sonrisa en el rostro.

Iniciaron la larga travesía de regreso a casa, el mismo barco holandés de contrabandistas los acercó a las costas de China, caminaron, subieron a carretas de mano, cabalgaron en caballos y en camellos, atravesaron 4000 kilómetros de la estepa siberiana, llegaron a Kiev y siguieron en tren atravesando toda Europa, llegando después de tres meses a Francia.

Una vez en casa, fue cosa de días para vender y multiplicar las ganancias. La mercancía resultó realmente valiosa, la enfermedad había acabado con la producción textil en gran parte de Europa por lo que su viaje resultó prodigioso y literalmente salvó la economía de la ciudad.

Se podía decir que la sociedad textil había alcanzado un crecimiento inesperado, ahora se podían llamar a sí mismos como unos acaudalados comerciantes de la seda. Abrieron tres nuevos talleres y Syaoran se dio a la tarea de reparar la antigua casa de sus ancestros, se adjudicó un terreno aledaño y proyectó un gran parque. Se puso a diseñarlo y sin darse apenas cuenta acabó bosquejando un jardín de estilo japonés sospechosamente parecido al de Hiragizawa, maravillado por la casa que lo había acogido con sus puentes de madera, la laguna con nenúfares, papiros, lirios, flores de loto. Por supuesto que encargó que toda la entrada al parque quedara cubierta por árboles de cerezo rosa.

Al cabo de tres meses de su llegada a casa, se acordó de sus mapas de ruta y su diario de viaje para realizar las anotaciones antes que la memoria le jugara una mala pasada, equivocando nombres y tiempos. Trajo su viejo bolso de mano arrojando su contenido sobre el escritorio. Tomó el diario y se dispuso a realizar las primeras anotaciones, cuando algo llamó su atención. Una escritura en una letra que no era la suya, en tinta negra gruesa.

"Je suis Sakura.

Tu me plais".

Lo leyó varias veces, temeroso de haberse equivocado, el corazón le bombeaba con fuerza. Sólo podía ser de ella. Se cerró a cualquier otra posibilidad.

El resto de la tarde lo ocupó pensando de qué manera ella pudo haber llegado a escribir en su diario de viaje.

Al día siguiente se dio a la tarea de localizar alguna persona que hablara japonés o que pudiera enseñarle. Anhelaba conocer más acerca de su cultura. Le escribió a su cuñado, profesor universitario para preguntar si le podía recomendar un profesor para ponerse en sus manos.

La carta demoró en llegar, o la ansiedad que sentía lo hacía relativizar el tiempo y volverlo más extenso de lo real. Su cuñado le indicaba que difícilmente en toda Francia encontraría a alguien así, que había consultado con sus colegas pero a todos les parecía una tarea titánica. Le recomendó seguir entendiéndose en inglés con los nativos. A la vez que le indicaba que las noticias llegadas desde América pronosticaban aires de cambio para la isla, ya que algunos países como Estado Unidos empezaban a presionar para que el gobierno de Japón terminara con su política de ostracismo y se abriera al mundo.

La Ruta Hacia TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora