Capítulo treinta y séis.

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La oscuridad formó parte de él desde hacía... ¿cuántos días? Bah, ni lo sabía. Pero la oscuridad se convirtió en su mejor amiga, su pelotita anti-estrés en su entretenimiento, los llantos nocturnos en algo dolorosamente habitual.

Los rayos de la luna apenas se asomaban por su cuarto aquella noche. Era una de las tantas noches donde no lograba pegar un ojo y el corazón le dolía tanto que tenía que usar todas las fuerzas que le quedaban en su cuerpo para no gritar. Estaba alejado de todo el mundo, sumido en una depresión inimaginable de la cuál creía que jamás podría salir.

Lloraba todas las noches.

No comía durante el día y los huesos empezaban a marcarse en su piel. Se daba asco. Y lo peor era que seguía con la idea de que todo fue su culpa, de que si tan solo no hubiera peleado con él todo estaría bien. ¡Pero no! ¡Él tenía que comportarse como un idiota!.
Sentía rabia y estaba enojado con el destino, con la mala suerte que tenía y las estúpidas decisiones que tomaba. Ni siquiera pudo despedirse correctamente de él porque, como un tonto, se había convencido de que lo vería al otro día, felíz y recuperándose.

Había tenido demasiada confianza en que todo saldría bien, ese era el problema. Se había despistado por la felicidad que lo embargaba en aquél entonces, y cuándo algo así sucede, no hay forma de que termine bien. Siempre alguien sale lastimado.
Ahora Harry había perdido la capacidad de sonreír o de sentir emoción alguna que no fuera negativa. 

Todo... todo era un desastre. Extrañaba su risa, esa carcajada que le alegraba el día en cuestión de segundos, esos perfectos dientes y las arrugas de sus ojos. Extrañaba el hecho de que se reía de todo lo que él le decía, incluso a pesar de que sus chistes eran malísimos. Pero Louis aún así reía porque sabía que eso precisamente era lo que le hacía felíz a Harry, además porque lo quería y lo contaba con tanta torpeza y entusiasmo, que terminaba siendo algo gracioso.

Jamás viviría eso de nuevo...

Y para sumar un problema más al asunto, una parte de Harry no lo procesaba. Una parte de él esperaba a que Louis cruzase la puerta de su habitación de nuevo, se tire a sus brazos, lo bese y le cante una canción. Una pequeña parte de él buscaba un poco de esperanza, y quizá eso era lo que lo mantenía de pie aún; el pensar que todo podría estar bien, cuando la realidad es que todo se había jodido para siempre.

Se miró en el espejo del baño. Las ojeras, el cabello despeinado, los labios partidos. Antes dramatizaba, porque ahora realmente no se reconocía. Todo flacucho, ojeroso y pálido; su aspecto se asemejaba al de un fantasma.
Se sentó sobre la bañera. El agua caliente quemó su piel pero al cabo de unos segundos se volvió relajante. Apoyó sus brazos en los bordes y cerró sus ojos, como si tan solo haciendo eso, sus problemas desaparecieran. 

La verdad es que quedarse así, durante horas, era de las muy pocas cosas que lo tranquilizaba. 

Estuvo dos horas así, hasta las siete de la mañana cuando su padre interrumpió.

—Buenos días, Harry. Sé que estás ocupado, hijo, pero Niall te busca afuera.

¿Niall? Vaya. No había visto a ninguno luego del funeral, y eso pasó hace varios días. De repente notó que inconscientemente lo había extrañado.

—Me cambio y bajo.

Des se fue sin decir nada más y Harry estuvo varios minutos mentalizándose antes de salir y estremecerse bruscamente por el frío que lo invadió.
Se puso lo primero que había encontrado y bajó; no era solo Niall, también estaba Sidney. Le fue imposible disimular su incomodidad, porque todos sabían que —lamentablemente— ella fue la última persona que lo vió vivo.

Mi adorable lector - [Larry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora