Capítulo 4: Pésimas Noticias

858 47 1
                                    

Vanesa

“Y este sería el detonante que cambiaría el curso de mi vida. Luego entendí que detrás de la tormenta, siempre nos da un rallito de sol”.

Aquí estoy, de espaldas a la puerta. Estática como una foto. Con todos los colores subidos al rostro.

Me encuentro frente al último hombre con el que esperaba encontrarme en este lugar. El mismo con el que tuve una sesión de sexo intensa y que deseaba encontrar aunque juro que no de esta manera.

Estoy a punto de colapsar, pero aun así me es imposible evitar clavar la mirada en sus ojos azules. Es lo único que puedo hacer en este momento. Eso y desear que la tierra se abra justo debajo de mí y me trague. Estoy en shock, pero aún así me permito detallarlo.

Es un hombre increíblemente hermoso. Demasiado atractivo y sexy. Tiene rostro de estrella de cine. Poseer esa combinación en una sola persona, debería ser considerado como uno de los siete pecados capitales, o quizás el octavo.

Personas así te arrastran a la perdición sin ni siquiera proponérselo. Este me tiene totalmente hechizada desde el instante en que lo vi y mis ojos hicieron contacto con los suyos.

Lleva un traje negro, elegantísimo, semi abierto en la parte superior. Al parecer hecho a medida, y una camisa blanca que se ajusta perfectamente a su musculatura cincelada.

Luce elegante pero al mismo tiempo con desenfado. Su estatura, que aun sentado se nota, hace que se vea imponente, y esos ojos azules brillantes, que me observan detenidamente, hacen que más que eso luzca intimidante.

Sus ojos desprenden un brillo diabólico que me obligan a parpadear y bajar la mirada al piso. No lo miro, mi cuerpo ha reaccionado de esta manera. Me tiene paralizada, pero puedo sentir cómo la silla corrediza se desplaza y se levanta de ella, viniendo a mi encuentro.

Llega hasta mí y se planta en frente.

¡Por Dios!

Delante de este hombre, en estatura, soy como una muñeca. Todo mi cuerpo se contrae. Se que está disfrutando de esto, ya Brad me lo había advertido.

Mi respiración cambia el ritmo. Poco a poco se vuelve errática y se me dificulta respirar. Es evidente que él lo nota, pero en vez de terminar su tortura, camina a mi alrededor hasta que se posa detrás de mí. Respira en mi nuca y súbitamente habla:

—Señorita Davies, ¿se quedará aquí, de pie? ¿Acaso eligió quedarse en este sitio para la entrevista?

¡Maldito de los mil demonios!

Acabo de pegar un brinco y como si eso fuera poco, todo mi cuerpo a reaccionado dejándome sentir un escalofrío que me recorre de pies a cabeza, delatándome en el acto.

Juro por lo más sagrado que este hombre acabará por quitarme la poca cordura que me queda.

En un momento vuelve a rodearme hasta quedar nuevamente de frente, y me extiende una de sus manos, en señal de saludo. No sé que rayos me pasa, pero las palabras no quieren salir de mi boca. Solo puedo parpadear más de lo normal y apretar mi cartera, hasta que siento mis nudillos doler.

—Soy Nathan Scott, pero imagino que ya lo sabe.

Todo pasa ante mí, pero es como si no estuviera en este lugar. Mi cuerpo no reacciona hasta que lo escucho hablar nuevamente. Levanto la mirada para observar cómo enarca una de sus cejas.

—¿Se siente bien, señorita Davies?

¿Habrás visto cosa igual?

No puedo creer cómo es que una persona puede ser tan cínica y descarada al mismo tiempo.

Sumisa [Libro 1 bilogía El Amo del deseo]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora