Capítulo 5: La subasta

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Nathan

“El corazón es una de las pocas cosas que no se puede comprar. Pero cuando uno te pertenece, es tuyo porque sí. Por más que no lo aceptes e intentes huir, seguirá latiendo por ti”.


—¿Puedo pasar, mi tesoro? —Es la voz de mi madre. Pregunta, al tiempo que deja unos toques en la puerta de mi habitación.

No respondo, y en un momento, la tengo dentro. Mi madre tiene el don de exasperarme. Estoy por pensar que lo disfruta.

—¿Cuándo dejarás de hacerlo, madre? No te quejes si un día ves lo que no te compete ver —reclamo.

—No sería la primera vez. Lo he visto desde que naciste. Aunque para ese entonces no era tan impresionante —camina hasta la cama y se sienta en un borde.

Nadie la manda a entrar antes de que le de el permiso. Necesita respetar la privacidad de los demás.

—Madre, por favor, no es gracioso. ¿Acaso quieres traumarme?

—Lo mismo podría decir yo de las veces que he entrado a esta habitación y me has dejado ver tu paquete, a propósito —pongo los ojos en blanco—. Si no fueras tan desvergonzado tu madre no tendría ese dato. Pero conociéndote como lo hago, sé que eso es algo que no te importa, así que deja de hacerte el recatado.

Con ella es inútil fingir, así que solo la dejo hacer, de lo contrario, comenzará a castigarme con el látigo de la indiferencia.

Y después se preguntan a quién saqué este carácter. Obviamente a mi padre no fue.

—¿Qué quieres, mamá? Necesito ir a un evento y ya se me está haciendo tarde —hablo mientras me planto frente al espejo, tratando de acomodar mi cabello húmedo.

Acabo de salir del baño y lo único que me cubre es la toalla que se encuentra alrededor de mi cintura. Necesito vestirme y, con ella dentro, no puedo. Me doy la vuelta vuelta para verla. Sé que quiere preguntar, así que no lo dilato más. Es eso o tenerla aquí y atrazarme.

—Habla ya, mamá. Sé que algo quieres.

—¿Qué evento es ese al que vas y por qué no te acompaña tu hermano? —pregunta del modo en que no me gusta, sabiendo que odio ese tono y que jamás respondo una pregunta hecha de esa manera.

—Pregúntale a él por qué no me acompaña. El evento es uno como otro cualquiera.

—No he oído hablar de ese evento. Tu hermano me dio la misma respuesta evasiva, pero no creas que me lo creo —se pone de pie y cruza los brazos a la altura del pecho, en señal de reclamo.

—Madre, por favor, mañana te cuento lo que quieras saber. Se me está haciendo tarde y todavía no he comienzo a vestirme. ¿Me dejas solo, por favor?

La única manera de convencerla es por las buenas.

—No creas que olvidaré esto que acabas de decir. Mañana tendrás que contarme todo, con lujos de detalles.

—Sí, como quieras —mis ojos nuevamente se tornan blancos—. Ahora déjame solo, por favor, o terminaré por dejar caer la toalla frente a ti —la amenazo y sabe que no es en vano. Ella sabe que soy muy capaz de hacerlo.

Me lanza una mirada aniquilante y se pone de pie. Viene hacia mí y, aunque trata de mantener su pose de bravucona no puede, así que se acerca y tira de mi torso para  dejar un beso en mi frente. Me inclino un poco, para darle acceso, ya que por mi altura es necesario.

—Cuídate, mi tesoro —habla y me regala una pequeña sonrisa. Le devuelvo el beso y se marcha de la habitación.

Después de unos minutos ya estoy casi listo. Necesito lucir más perfecto de lo que ya soy, para esta ocasión. Mi ego siempre está en las nubes, donde debe estar, aunque los demás se encargan de colocarlo en el cielo.

Sumisa [Libro 1 bilogía El Amo del deseo]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora