Capitolo due

83 22 8
                                    

"Debo estar dispuesto a renunciar a lo que soy con el fin de convertirse en lo que seré."

Albert Einstein.

Los siguientes meses después fueron exactamente iguales, voy a la facultad por la mañana, almuerzo, y el resto de mi tarde la paso en la librería leyendo.

Debo admitir que es una rutina a la cual podría acostumbrarme tranquilamente.

Como todas las tardes, me siento en mi sillón blanco, y a los pocos minutos, llega el anciano, y se sienta en el sillón negro que tengo delante.

No hemos intercambiado casi ninguna palabra desde aquella vez. Apenas nos hemos saludado con un movimiento de cabeza, o nos hemos despedido.

Desde pequeña soy sumamente observadora, y gracias a que vengo literalmente todos los días, sé que él suele llegar a eso de las tres de la tarde, y se va de la librería a las siete, acompañado siempre por una señora.

Todos los días las ganas de preguntar quién era aquella señora me consumían, pero me contengo, planteándome a mí misma el hecho que es su vida, y seguramente no quiera compartirla con una extraña.

Como de costumbre, toma el mismo libro que siempre, lo abre en una página en específico, y comienza a leerlo.

Aprovecho que está sumergido dentro de las páginas del libro que está leyendo, para darle un pequeño escáner con los ojos.

Como casi siempre, lleva un suéter con una camisa blanca debajo. Las mangas de la camisa dobladas perfectamente sobre las del suéter, acompañado de un pantalón negro, y los lentes para ver colgados sobre el bolsillo de su camisa.

Me detengo en algo bastante peculiar, lleva un anillo de compromiso en su dedo anular.

Entonces está casado...

—Oiga, jovencita — la voz del anciano me toma por sorpresa. Intento hacerme la distraída a la hora de responderle.

Carraspeo antes de hablar —. ¿Si?

—¿Podría alcanzarme aquél libro, por favor? — con su dedo me señala uno de los libros situados más altos de toda la estantería.

—Claro.

No dudo al responderle. Dejo apoyado el libro que estaba leyendo sobre una mesita de café, que hay entre medio de ambos sillones, y me levanto.

Me pongo de puntitas de pie para alcanzar el libro. Después de dos intentos, logro agarrarlo con la suficiente firmeza, y lo bajo con cuidado.

Me acerco al señor, y estiro mi brazo con el libro, para que lo tome — Gracias.

Habla una vez que ya lo tomó.

Le dedico una pequeña sonrisa, y vuelvo a situarme en mi lugar. Solo que esta vez no tomo el libro, sino que me quedo viendo al señor directamente a los ojos.

—¿Podría decirme la hora? — habla nuevamente, solo que esta vez no aparta la mirada del libro —. Me olvidé mi reloj en mi casa.

—Son las... — enciendo mi teléfono para fijarme la hora — seis y media.

—Perfecto, si llego.

Esta vez la intriga me consume de pies a cabeza, y es jodidamente inevitable el preguntarle —. Disculpe la intromisión, pero, ¿llega a qué?

Esta vez si deja el libro a un lado, para fijar sus verdes ojos sobre los míos.

—A comenzar el libro antes de irme.

—Irse... claro, entiendo.

Por más de que estas sean simplemente unas palabras, una simple conversación, no puedo evitar el no ponerme feliz. Nos llevamos encontrando aquí por meses, y estas son las primeras palabras que nos decimos, que podrían considerarse una conversación decente.

—Y la señora con la que se va es su mujer, ¿verdad?

¿Puedo sonar muy entrometida? Definitivamente. Pero acabo de saltar al acantilado sin paracaídas, y no me arrepiento.

—Vaya, que observadora eres. — una pequeña sonrisa curva mis labios, y asiento lentamente, esperando su respuesta —. Si, si lo es.

—Se ven felices — desvío la mirada a la señora, que ahora sé que es su mujer.

Es una mujer mayor muy hermosa, y por más de que sea grande, la edad le favorece en muchos aspectos. Tiene una hermosa cabellera rubia, lleva puesta una camisa cuadrillé celeste, con un chaleco encima. Unos jeans comunes, y unos zapatos negros, bastante peculiares.

Tiene maquillados los ojos, y los labios pintados de rojo.

—Lo somos.

Responde casi en un susurro inaudible, que llego a escuchar por poco.

—¿Y ella te viene a esperar a vos?

Una risa abandona sus labios, la cual no sonó mal, ni en burla. Sonó más a una risa amable, la cual fue acompañada por un movimiento de negación de su cabeza.

—No, de hecho, yo soy el que la espera a ella.

Mis labios se entreabren de la sorpresa. Es el gesto más hermoso que he visto en toda mi vida.

—Entonces, ust...

—Sí, eso significa que vengo todos los días a la librería acompañándola, y luego nos volvemos juntos.

Si, definitivamente es de las historias más tiernas que he escuchado en mi vida.

Fijo mis ojos en los del señor nuevamente, los cuales están posados sobre su mujer. Puedo ver desde esta distancia ese pequeño brillo que se alumbra en sus ojos al mirarla, una pequeña sonrisa melancólica se dibuja en sus labios.

Su voz vuelve a hacerse sonar, aún sin despegar los ojos de su mujer —. Ella es... de esos amores adolescentes que jamás se olvidan. ¿Me comprendes? De esos que te hacen sentir vivo, que te impulsan a querer seguir adelante a pesar de los obstáculos, con ella es todo más sencillo... y hasta podría decir que ella, es y siempre va a ser, mi primer amor.

Rápidamente me seco una lágrima que rodaba por mi mejilla, la cual no me había percatado que había salido de mi ojo.

—Jamás la dejaría sola, incluso si eso implica pasarme todas las tardes del resto de mi vida sentado en un sillón, leyendo. Lo haría.

Sus palabras me llegan realmente, siento que estas son de esas historias que pintan en los cuentos de hadas, los cuales jamás creí que fuesen reales... hasta hoy.

—El día en que ya no me encuentres en esta librería será por dos únicas razones. — sigue hablando sin girarse hacia mí. Su mirada está fija en su mujer —. Y una de ellas es porque ya no estaré aquí para poder acompañarla... o yo no tendré a quién acompañar.

La última frase sale de su boca, casi en un susurro.

Jamás creí que una historia como esta existiese... en la que él la acompaña y apoya hasta el último de sus días. Y si lo comparo con mis historias de amor, las mías no le llegan ni a los talones.

—En fin — se recompone, cerrando el libro que tenía sobre las manos, para devolverlo a su lugar. — Ya nos vamos, hasta mañana.

Se despide con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Hasta mañana...

Me despido, viéndolo caminar junto a su mujer hacia la salida. 

_______

Instagram: mar.p.xx

Toda una vida © #1  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora