Cuando Danna Silvetti abrió los ojos por la mañana y se dio cuenta que su alarma no había sonado a la hora que la había programado –hacía más de horas- supo que su día en serio iba a ser horrible.
Saltó de la cama tan rápido como pudo y frenó sus pasos en el mismo momento en el que pasó delante del espejo y se percató de la manera en la que lucía su cabello. ¡Jesús bendito! Daba la impresión de que se había peleado con cien pájaros al mismo tiempo y que claramente, había perdido la feroz batalla. Pero eso no era todo, en su frente –justo en medio de sus cejas- una montaña del tamaño del Everest había nacido durante la noche.
Un grito de horror escapó de sus labios y un segundo después la puerta de su habitación se abrió de golpe. Los ojos de la Camila la miraron fijamente como si estuviese buscando la escena del crimen en algun lugar de la habitación.—¿Quién se ha muerto?—cuestionó si dejar de mirar a su hermana.
Danna suspiró.—Yo. En los próximos cinco minutos, claro está.
—No entiendo de que estás hablando.—respondió la pelinegra.
La castaña inspiró con fuerza antes de dejar salir el aire de sus pulmones de golpe, se giró sobre sus talones y ancló sus ojos en los de su hermana que permanecía de pie en la puerta de la habitación.
—¡De esto!—anunció señalando el punto medio de sus cejas.
—Ay, no es nada que el maquillaje no arregle.— se burló.—Por el amor de Dios, Danna…pensé que algo realmente malo te había pasado…
—¡Tengo una audición!—exclamó.—¿Recuerdas eso, no?
—Ah, es verdad.—asintió.
—¿Y lo dices así?
—Vamos, Dan…—murmuró.—No serás ni la primera ni la última actriz que vaya a una adición con un grano en la frente.
—¿Eso debería hacerme sentir mejor?—cuestionó.
Camila hizo un ademán con su mano restándole importancia. Danna soltó un suspiro y negó lentamente volviendo su atención al espejo, frunció sus cejas y luego dejó escapar un largo suspiro.
—Ven a desayunar antes de que decidas que te morirás por tener un grano en la frente.—se rio.—Dios, los actores son tan dramáticos…
—No tengo tiempo para desayunar, además no puedo. Tengo el estómago revuelto por los nervios, comeré algo cuando salga de la audición...
—Bien, como quieras.—respondió la pelinegra.—Solo te recuerdo que en la ducha no hay caliente…
—¿Qué?
—Anoche se ha roto la tubería ¿recuerdas?—cuestionó.—El fontanero está ocupado hasta después del medio día así que si quieres una ducha, tendrás que tomarla con agua fría…