4. Alex habla de mí en televisión

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La casa de Alex era bonita

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La casa de Alex era bonita.

No estaba tan lejos de mi departamento. Tal vez a unos diez minutos alejándose del centro, en un barrio bonito y tranquilo. Era una de esas casas de ladrillitos pequeños que por alguna razón siempre tenían gnomos en el jardín delantero.

Ella se bajó del auto para abrir el portón y regresó unos segundos después para meter el auto.

No tenía idea de qué estaba haciendo yo ahí ¿Por qué acepté su oferta? Debería haber entrado a mi departamento ¿A quién le importaba un par de reporteros? Pude haber llamado a mi padre.

¿Por qué estaba en la casa de Alex?

–¿Vas a quedarte ahí todo el día?

Alex abrió la puerta de su lado y cerró. Me quedé sola en el auto hasta que reaccioné y la seguí. Nos metimos al pequeño caminito de piedras que llevaban hasta la puerta de su casa y me quedé pegada junto a ella como si pudiera protegerme de la lluvia, aunque ya no llevara el paraguas.

Dentro estaba caliente. Era totalmente diferente al ambiente nublado y helado de afuera. Las luces estaban encendidas y había una chimenea de gas funcionando debajo del televisor. Una niña miraba un programa, recostada en el sofá y cubierta de mantas hasta el mentón. Se veía igual a Alex, pero como diez años más pequeña.

–¿Dónde está mamá? –preguntó Alex mientras cerraba la puerta.

La niña señaló detrás de ella, a una puerta, y clavo sus ojos en mí con curiosidad.

–¿Quién es ella?

–Es mi profesora. –Mintió y enganchó su brazo con el mío para comenzar a arrastrarme hacia la otra puerta–. Dijo que si le daba un beso me aprobaba, pero no le digas a papá.

–No, no es... –comencé a balbucear, pero Alex siguió tirando de mi. La niña abrió más los ojos y me miró aterrada–. No le creas.

Alex abrió la otra puerta que daba al patio trasero. El frío volvió y temblé. Su madre estaba parada en la pequeña galería que la refugiaba de la lluvia. Cuando se volteó a vernos casi se horrorizó.

–Santo cielo ¿Quién es ella? Está empapada.

–Me llamo Jessica –temblé.

Su madre me tomó por los hombros y me obligó a entrar de nuevo a la calentita sala de estar.

–Ve a darte una ducha –me ordenó–. Te va a dar algo. Pobre niña –comenzó a empujarme escaleras arriba–. Estás helada. Alex, llévala al baño. Búscale ropa.

–No es necesario –me apresuré a decir.

Intenté oponer resistencia pero ahora Alex tomó el lugar de su madre y ella me empujó con más fuerza. Subí a regañadientes, temblando y con nervios.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora