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Una vez cumplidos los 16 años tanto Ajay como Octavio se fueron de casa. Las razones fueron varias, pero la primordial fue: ahí ya no tenían familia. Ellos encontraron su lugar en otra parte y lograron salir adelante haciendo lo que les gustaba. Son felices, pero sus padres... Es complicado.

La familia Silva siempre fue algo triste pues Eduardo, el padre, nunca tenía tiempo para estar con su hijo y cuando lo tenía prefería hacer otras cosas antes de estar con él, y aún así siempre le imponía reglas tontas y lo obligó a hacer muchas cosas que él no quizo. A Octavio nunca pareció importale mucho pero siempre trae esa espina clavada en él hasta día de hoy. No lo ha superado, tan solo ha aprendido a vivir con el hecho de que nunca fue prioridad sino más bien una decepción para su padre. Pero ya no le importa, él ha encontrado una familia que lo aprecia y admira y eso llena su corazón.

Para la familia Che fue más difícil que su chiquita se fuera, pero ellos nunca buscaron la manera de comprenderla. Ajay siempre fue tan distinta a ellos y sus ideas casi nunca coincidían, eso le hacía sentir fuera de lugar, incomprendida. Ellos nunca comprendieron la simpatía que tenía con aquellos que no eran de su clase, ni porqué sentía la necesidad de ayudarles. No comprendieron su amor por la música. Subestimaron su capacidad para hacer algo por su cuenta. Siempre creyeron que seguía siendo su niña. En la noche en la que descubrió la verdad sobre sus padres ella se marchó y cortó toda comunicación con ellos y, a día de hoy, ellos siguen sin entender porqué se indignó tanto; después de todo los negocios solo son... Negocios, limpios o sucios.

Para cuando se fueron, el señor Silva estaba por realizar su quinta boda y la señora Che terminó encinta. Una segunda ronda. Una segunda oportunidad. Tratarán de mejorar ahora. Y olvidarán aquel primer intento que no terminó bien.

-¡Jona, Selena! ¡Vengan a comer!

-¡Ya vamos!

El sonido de pequeños pasos apresurados por la casa les alegraba el corazón, pero ese melancólico recuerdo les hacía flaquear. Pronto dos niños se presentaron en el comedor.

-Selena, te he dicho sobre tu cabello. Amárralo o se te va a ensuciar.

-¡Sí papi!

-Jona, lávate las manos, ya te dije sobre estar jugando con esa cosa babosa.

-Slime, se llama slime papá, ¡ya te lo había dicho! Ugh, ya voy.

Ellos eran distintos y, a su vez, tan parecidos a... A ellos. Eran como sus versiones opuestas.
Jona Che era un pequeño de piel morena y un colocho cabello rebelde. Sus ojos un poco achinados de color oscuro y su rostro repleto de pecas lo convertían en un niño chocolatoso adorable. Bastante obendiente y calmado, pero increíblemente curioso y creativo, se preocupaba bastante por los demás. Ellos eran muy parecidos.
Selena Silva era un caso especial. Un ser indomable. Nunca podía quedarse quieta y si la perdías de vista por un segundo ya estaría subida en algún árbol. Tenía una piel clara quemada por el sol, ojos marrón, cejas pobladas, orejitas saltonas y un cabello difícil: realmente odia peinarse y también odia la ropa elegante, por lo que era normal verla con sus ropas rotas. Son demasiado parecidos.

Ya era costumbre que el señor Silva llevara a Selena a jugar en casa de los Che, ¡esos dos eran como hermanos! Casi que nacieron juntos y han estado juntos durante toda su vida.
Tras los... 'percances' que tuvieron, la familia Che y la familia Silva volvieron a ser muy unidos. Dejaron de trabajar tan exhaustivamente y empezaron a dedicarse más a ser padres, pasando ahora el 70% de su tiempo con sus hijos, cosa que debieron hacer mucho antes. El tiempo y los eventos ocurridos les hicieron madurar y valorar los momentos con los niños, pero no era nada fácil; tener hijos cuando ya rondas los 50 no es muy sencillo, pero con el pasar de los años han obtenido la suficiente experiencia para darles una infancia digna y feliz. Infancia que otros no tuvieron.

『𝔻𝕖𝕛𝕒 𝕧𝕦』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora