-JeanMarco- Hace tanto [Yaoi/Gay]

Ch 3. Jodido Jaëgar

Por primera vez, mientras caminaba de un lado para otro, recorriendo su habitación ansioso, se planteó que ese directo al cadete Jaëgar podía no haber sido una buena idea. Aun así, ese idiota y su perpetuo optimismo le sacaban de sus casillas. ¿Qué coño le pasaba? ¿No entendía acaso la evidente superioridad en número, tamaño y fuerza de los Titanes? ¿Qué pretendía? ¿Erradicarlos a todos él solito? Menudo imbécil. ¿Acaso era él alguien para juzgar su más que lógica decisión de entrar en la Policía Militar y olvidar de una vez todo lo ocurrido? Realmente le exasperaba.

-J-Jean... ¿Te ocurre algo? -Interrumpió su pensamiento el cadete Bodt, entrando en el cuarto de ambos.

-¡M-Marco! Me asustaste, idiota... - Dijo, ocultando su ruborizado rostro mirando hacia otro lado -. No es nada... Agh, maldito Jaëgar... -Se sentó en su cama, exasperado.

El moreno tomó asiento a su lado, y le miró.

-¿Qué pasa, Jean? S-si quieres, puedes contármelo... -Terminó de acomodarse, a la derecha del castaño, dejando su mano izquierda casi rozando la derecha de este. Ambos, casi instintivamente, estiraron los dedos para tocar la mano del otro.

-Es Eren -confesó, rendido ante la comprensión del pecoso-. Realmente no le entiendo, Marco. ¿No comprende que  la mayoría aquí lo hemos perdido todo?  ¿No comprende que los Titanes nos tienen a su merced? Entonces, por qué... ¿Por qué es tan jodidamente idiota y sigue con su forzado idealismo? -Concluyó, acercando más su mano a la del interlocutor.

-Jean -sonrió con tristeza-. Las personas tienen distintas maneras de afrontar las situaciones como esta. Jaëgar simplemente utiliza una distinta a la tuya, solo eso. Le duele esta situación, he oído que perdió a su madre en Shingashina delante de sus ojos y que su padre les abandonó a su hermana y a él. -Dijo, ante la triste sorpresa del castaño - Jean -volvió a decir, cogiendo a este ya totalmente de la mano-. Todos aquí tratamos de superar lo ocurrido, sea en Shingashina, o en María. La mayoría aquí lo han... Lo hemos perdido todo. Pero hay que seguir adelante -sonrió, escapándose una lágrima de su ojo derecho-.

-¡Marco! -exclamó, al ver esa lágrima rodar por su mejilla, sintiéndose culpable y egoísta a más no poder. Apretó la mano que cogía la del chico, y con la otra limpió con suavidad su cara de ese débil llanto. Al acabar, no retiró la mano; sino que la mantuvo, acariciando su mejilla con ternura.

"¿Qué haces, Jean?" se preguntó a sí mismo cuando empezó a acercar su cara a la del moreno. "Para. Joder, para. No hagas... No está bien... Marco no siente..."

"Hazlo", se dijo a sí mismo cuando vio que el pecoso se destensaba y entornaba los ojos, acercando él a su vez sus labios a los de Jean. Estaban a penas a uno o dos centímetros cuando el condenado cadete Jaëgar irrumpió en el cuarto.

-¡Idiota caracaballo! Te has lucido, el Comandante quiere que vayamos a... -Se detuvo al contemplar la escena que ambos intentaron ocultar separándose con brusquedad-. P-pero bueno, te espero fuera, esto... Jean -dijo a toda prisa, cerrando la puerta tras salir.

Los apenas cinco segundos que pasaron hasta que Jean reaccionó y se levantó balbuceando y sonrojado fueron eternos

-¡C-creo que... Eh... Tengo q-que... Ir a e-eso! S-si no te importa, esto... Eh... M-Marco...

-¡N-no, no! V-ve, no sería... Bueno que... Esto... T-te retrasases... ¿No?

-¡Sí! O... O sea, no... Esto... ¡Adiós! -Dijo por toda respuesta saliendo del cuarto y cerrando con rapidez la puerta tras de sí.

Una vez en el pasillo se apoyó de espaldas contra la pared y respiró profundamente, cerrando los ojos, tratando de calmarse. Cuando los abrió vio la mirada incrédula de Jaëgar hacia él

-Esto... Eh -comenzó a decir Eren.

-Una sola palabra y te arranco los intestinos y te los hago tragar, cadete de pacotilla -dijo con total seriedad, mirándole a los ojos, muy enfadado por su interrupción-. Jodido Jaëgar -dijo, echando a andar apresuradamente hacia el despacho del comandante.

Eren le siguió, por primera vez intimidado de verdad por Jean, sin atreverse a decir una sola palabra.