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—Por todos los santos. Son las seis de la mañana, Juliet. ¿Se puede saber por qué no estás durmiendo? —exclamó Yeidi entrando a la pequeña cocina—. Aún faltan como cuatro horas para que entres a estudiar y tú ya estás vestida.

—Buenos días a ti también —respondió la chica levantando la vista de su tablet. Observando el gesto malhumorado de la dueña de casa, se abstuvo de comentar que era bastante tarde; el reloj indicaba que eran casi las siete.

—Sí, sí, como sea. —Se dirigió hacia la alacena y abrió las puertas de par en par. Empezó a sacar comida mientras refunfuñaba y enumeraba cada uno de los aspectos que eran extraños en la chica, comenzando, por supuesto, por su manía de despertarse a horas insultantes. —De verdad que no te entiendo, niña. Sé de sobra que todos los días te acuestas tardísimo, tan sólo hay que ver las ojeras que te traes. Y para colmo, no aprovechas a dormir lo suficiente porque, según tú, es casi un pecado seguir durmiendo después de las seis de la mañana.

—En realidad, dije que después de las cinco, no las seis.

Yeidi le lanzó una mirada amenazante y Juliet cerró la boca.

Ignorando el tintineo de las ollas y el golpe de los cajones, la joven siguió leyendo el artículo que se mostraba en la pantalla que sostenía: una noticia acerca de la repentina quiebra de un banco muy reconocido a nivel nacional. Teniendo en cuenta que ella, a "petición" de Jelle, estuvo involucrada en la disolución de aquella entidad, no necesitaba leer el boletín informativo puesto que conocía los hechos de primera mano. Por esa razón, cuando notó que nada de lo sucedido había sido contado, sino que, en cambio, estaban ocultando con descaro la verdad, no pudo hacer más que reír. Tendría que ir a hacerle una visita a aquel despreciable periodista que le encantaba ser una molestia.

Alrededor de cuarenta minutos después, Yeidi posicionó varios platos repletos de comida frente a la jovencita, quien frunció el entrecejo con disgusto.

—Yo no...

—Ni una sola palabra, Juliet. ¿Qué me dirás esta vez: que ya desayunaste, que el médico te recetó que comieras sólo después de las nueve o que estás haciendo una dieta que no te hace falta? Y tampoco me tragaré ese cuento de que ahora crees en Dios y estás ayunando para demostrar tu gran amor hacia los necesitados.

Una sonrisa muy sutil curvó los labios de Juliet. —No puedo creer que pensaras que decía la verdad sobre eso.

—Cállate y come —gruñó Yeidi. La joven se encogió de hombros y accedió sin protestar más.

Apenas probó un par de bocados de la deliciosa comida antes de que otra persona hiciera acto de presencia en la cocina.

—Tanto ruido a estas horas significa que tu querida hija adoptiva decidió honrarnos con su presencia, ¿eh? —dijo el recién llegado entre bostezos—. Por cierto, mamá, huele delicioso. ¿Me prepararías lo mismo?

El muchacho, que aparentaba una edad cercana a la de la chica presente, se recostó sobre el marco de la puerta mientras examinaba la escena en la cocina con expresión adormilada: su madre, con las manos en su cintura y sus labios fruncidos, escudriñaba a una Juliet sentada frente a ella que sonreía con inocencia. No pudo evitar la punzada de dolor que se extendió por su pecho.

—Corbin, hijo. Primero que todo, no seas celoso. Y segundo, ya va siendo hora de que empieces a madrugar y aproveches el día. La puntualidad es fundamental en la vida. Deberías aprender de Juliet. —La susodicha arqueó las cejas mirando a Yeidi. Tomó una cucharada de su caldo—. Además, yo no crie a vagos, así que prepárate tu desayuno que ya estás grandecito. Me voy a duchar que aún me quedan muchas prendas por coser. —Salió de la cocina.

Oscuras Mentiras «Luminiscencia I»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora