Why not me?

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Compré un espejo en un bazar, un poco sofisticado y con adornos tallados en los marcos. Al inicio lo coloqué en la estancia, pensando que era la mejor opción. Semanas después mi familia (la cual sólo me visitaba una vez a la semana) me sugirió que lo moviera de lugar, a opinión de mi madre "el espejo no va con el estilo de la decoración en la sala". No estaba muy de acuerdo, pero decidí subirlo a mi habitación, ya que me faltaba un espejo y el tamaño de ese estaba perfecto. Lo coloqué frente a mi cama, esperando que fuera la ubicación perfecta.

Pasaron los días y las noches. Y por más que pensé que tal vez, el poner un espejo frente a mí sería mala idea, la verdad era que no. Es más, me gustaba tanto que sólo quería tenerlo para mí misma. Mentiría si dijera que me veo normal frente a él. Me veía mejor de lo que pensaba, se volvió parte de mis días y rutina pasar en todo momento frente a él para verme el más mínimo detalle. No existía alguna razón específica, sólo me gustaba lo que veía.

Para ella todo iba perfectamente normal, y claro que lo vería de esa manera cuando no sabía lo que pasaba en la noche. Donde, las primeras siete noches, su reflejo se levantaba para sentarse al borde de la cama, sin hacer nada. Siete noches después, su reflejo se levantaba, se cambiaba, peinaba, maquillaba y salía de la habitación.

Era una escena escalofriante, estar dormida frente al espejo y que sólo se refleje la cama sin tu cuerpo recostado.

La mañana se llegó luminosa, sin nubes que interrumpieran el camino de los rayos de sol. Cristina despertó e hizo su rutina. Esta vez, omitiendo el paso más importante: Mirarse recién despierta en el espejo. Pues es que la mujer iba tarde al trabajo, disfrutó tanto su sueño que no escuchó la primera alarma. Se metió a bañar en cuanto peló los ojos. A la media hora de haber despertado ya estaba totalmente arreglada.

Tomó sus cosas y partió de su casa casi como el que llega y se va. Fue lamentable, pues en todo ese tiempo que pasó de un lado al otro por el espejo, no se percató que su reflejo, aún estaba en cama, sentada y mirando cada acción de Cristina. Pero no importaba, su reflejo esperaría pacientemente a que regresara, para darle la sorpresa.

La vida de Cristina era más ocupada de lo común durante los últimos días, ya no le daba tiempo de nada, incluso tuvo que pedirle a su familia que pospusiera las visitas. Pero así era el trabajo, y para ella alimentar su ambición era casi como alimentarse a sí misma: Era vital para seguir viva. Cristina ya había llegado al edificio donde trabajaba, justo cuando se estacionó, uno de sus asistentes iba en camino a donde estaba ella, definitivamente fue un problema haber llegado tarde. La mujer recordó que no se había echado un vistazo antes de salir.

Rápidamente bajó la visera parasol y abrió el espejo. Sorpresivamente, su reflejo se veía borroso, cosa que le pareció extraña. Cerró la visera y bajó del auto.

- ¿Cómo me veo? -le preguntó seriamente a su asistente mientras se acomodaba la blusa.

-Como siempre, increíble claro-Repuso.

Así empezó su día, nadie más lo notaba, pero ella veía borrosa su figura en cualquier superficie reflejante. Era normal cuando su reflejo había tomado la decisión de quedarse en casa.

La noche cayó, Cristina regresaba a casa totalmente intrigada por los sucesos que estuvieron presentes durante el día. Entró directo a su habitación y comprobar que lo que le sucedió era producto de su imaginación.

Se miró al espejo, encontrando ahí otra sorpresa peor que la primera.

Podía ver su rostro, sus facciones, lunares, cuerpo y tantas cosas, pero quien estaba ahí no era ella. Podría verse como ella, pero eso no significaba que lo era realmente. Se le puso la piel de gallina, su cuerpo se paralizó unos momentos, miró alrededor para ver si estaba sola. En efecto, lo que sus ojos presenciaban era real. Por raro que se escuchara, sentía más curiosidad que miedo, aunque por fuera se mirara al revés.

La soledad de los coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora