Capítulo dos

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Al menos el resto de clases no fueron una carga para mi bienestar mental. Y no lo decía en mal rollo ni mucho menos, simplemente no quería agobiarme en el primer día.

La última hora se estaba haciendo eterna, nunca había deseado tanto que el reloj marcase las tres en mi maldita vida para poder salir de allí e ir pitando a casa.

Pero no. Parecía que el reloj se había detenido.

Y para joderme más, el profesor nos mandó a todos sacar un folio en blanco y hacer un comentario crítico sobre no sé qué cosa, si hubiera estado atenta me habría dado cuenta.

—Ptzz, rubia —alguien llama mi atención, frunzo el ceño por el apodo y volteo con ganas de lanzarle la libreta a la cara—. ¿Me prestas un bolígrafo azul?

—¿Disculpa?— cuestioné desconcertada al ver a Christen allí, mucho más simpático que en la primera hora.

—Es que solo traje bolis rojos, no sé porqué... Al fin y al cabo, nunca uso el rojo pero...—y mucho más hablador, también.

—Si, si —lo interrumpí para que se callara de una maldita vez, lo que menos necesitaba es que el profesor nos pillase hablando y me echara fuera de clases. Le tendí el bolígrafo que tenía en las manos y él lo tomó con una sonrisa.

—Gracias —me susurró, su compañera de asiento suspiró embobada y yo parpadeé antes de girarme. Tuve que mirar de reojo el título de mi compañera para saber de qué tema había que escribir.

Lo hice más o menos bien, escribir no era algo que se me diera del todo mal. Al menos no cuando escribía por mi propia voluntad, cuando me daban un tema a seguir no siempre me salía tan bien. Pero bueno, no iba a quejarme de mi forma de escribir porque ese era el menor de mis problemas.

Cuando la clase terminó pude respirar con tranquilidad, por fin era hora de volver a casa. El profesor pasó a recoger nuestras redacciones, lo hizo con toda la tranquilidad del mundo mientras los alumnos guardábamos las cosas en la mochila y nos levantábamos dispuestos a irnos.

—¡Hey, Christen! —Lo detuve cuando estaba a punto de cruzar la puerta para salir—. ¿No me vas a devolver mi bolígrafo?

Él se detuvo y me regresó a mirar con una sonrisa burlona en los labios.

—Te lo devolveré mañana, no te vas a morir por un bolígrafo... Espera, ¿cómo me has llamado?—una sonora carcajada se escapó de su garganta.

—Christen —murmuré el nombre que él mismo me había dicho a primera hora de la mañana, en sus ojos brilló la diversión y estuve a punto de preguntarle por qué.

—Claro —asintió—. ¿Y tú eras...?

—Cyra —bufé—. Ya sé que mi nombre será insignificante para ti, pero al menos no seas tan obvio.

Mis ojos se desviaron hacia las chicas que lo observaban como si fuera el amor de su vida. Bueno, no las culpaba por tener un crush con él. Era guapo.

—Tienes un nombre peculiar, no me olvidaré de él —me guiñó un ojo antes de cruzar la puerta.

—¡Oye! —lo seguí y me planté delante de él—. Mi bolígrafo.

Bien, estaba haciendo demasiado drama por un maldito bolígrafo pero no quería que se acostumbrara a esto. No era la primera vez que me pedían algo prestado y terminaban quedándose con ello para siempre.

—Vale, vale... —rodeó los ojos, todavía con una expresión de diversión en el rostro. Pensé que una vez más no me haría caso, pero vi que se descolgaba la mochila para tener acceso al bolsillo más pequeño, el lugar en donde guardaba el estuche. Tras abrir la cremallera y rebuscar en el interior, lo tomó en sus dedos, chasqueando la lengua, y me lo tendió.

—Gracias —susurré tomándolo con mis dedos, él no despegó la mirada de mí en ningún momento e incluso me regaló una sonrisa.

—De nada, Cyra —respondió, tenía los labios entreabiertos dispuesto a seguir hablando pero alguien gritó al fondo del pasillo, había más estudiantes por allí así que tal vez el grito iba dirigido a alguno de ellos.

—¡Christopher, tío! ¿Vienes o qué?

Él ni siquiera se giró, simplemente rió y se dedicó a cerrar su mochila para después acomodarla en su espalda otra vez.

—Hasta mañana, rubia —pronunció a modo de despido, pero al ver mi mirada ante el apodo fue rápido en corregirse—. Cyra, es verdad, Cyra... Hasta mañana, Cyra.

—Hasta mañana, Chris.

Lo miré caminar por el pasillo y reunirse con aquel grupo de chicos que anteriormente habían gritado. Pero... ¿No habían gritado "Christopher"? ¿Acaso me había mentido con su nombre?

Bufé, frustrada.

Por razones como esas estaba tentada a volverme lesbiana. Es decir, los hombres eran tan difíciles de llevar... Y mentían como si fuera su pasatiempo favorito.

Vale, las mujeres también podían ser unas mentirosas descaradas, eso no me servía de excusa.

Salí del instituto cabreada, tal y como había llegado por la mañana. Hay cosas que nunca cambian. Me tocaba caminar porque mi madre no era de esas que venía a buscarme, como solían hacer la mayoría de las madres. Otros iban en moto y, algunos de segundo de bachiller, incluso en coche.

Pero mis ojos solo se centraron en una persona; Chris. Que tenía una moto de último modelo, brillaba como si fuera nueva del paquete y al parecer al dueño le gustaba acelerarla para escuchar ese tan desagradable sonido para mis oídos.

El chaval tenía estilo, no iba a negarlo yo.

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