Cap 1: Mirar a la muerte a los ojos.

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El fuerte viento helado azotó la ciudad y los cables que sostenían el gran puente, causando un suave silbido del roce. Las estrellas eran prácticamente invisibles ante las farolas y las hermosas luces en su mayoría amarillentas y anaranjadas de la ciudad de Los Santos a lo lejos. El agua debajo de sus pies estaba sorprendentemente calmada, quizá por respeto ante la difícil decisión que estaba tomando el joven hombre sobre ella.

El metal en sus manos era frío pero estable para sostenerse y evitar su caída, pues solamente sus talones tenían la seguridad de un suelo. Los brazos extendidos para rodear la valla de seguridad dejaban al descubierto el abdomen únicamente protegido por una camisa negra insulsa, ya que su abrigo rojo de siempre estaba abierto. El viento golpeaba directamente allí y a su rostro, hace tiempo que se había llevado la gorra militar. Podía sentirse moquear así que sorbió un poco la nariz, pero no tenía solución para el temblor y el entumecimiento. Le dolían los huesos.

Llevaba ahí mucho tiempo, no sabía cuánto, no podía saberlo cuando sus pensamientos alteraban la percepción del mismo. Por el puente no había pasado ni un alma desde que se posicionó ahí ¿casualidad? Quizá el destino sabía lo que tenía que hacer y no quería interrumpir el evento.

Siguió debatiendo en su cabeza si hacerle caso al pensamiento que lo había acosado desde aquellos años en el psiquiátrico. ¿Debería o no debería? ¿es lo correcto o es un error? ¿ser o no ser? Seguía dando vueltas en lo mismo, parecía incluso un puto filósofo en ocasiones.

Pero siempre llegaba a lo mismo y siempre se acobardaba cuando tocaba proseguir. La respuesta a todos sus problemas se hallaba frente a él, en el vacío, y constantemente estiraba la mano para tocarla pero de repente la retiraba como si quemara; una comparación irónica con el frío del invierno en ese momento. Sonrió levemente con humor seco ante el pensamiento.

Lo merecía, merecía todo lo peor que a alguien le puede pasar, lo supo siempre, pero nunca le importó ni aceptó ningún destino desfavorable. Ahora, mirando a los ojos a la muerte, su intención con ella no era verla como un castigo sino como una salida, pues todo lo que él hizo alguna vez fue para sí mismo y siempre fue así. Él era un ejemplo de que el karma no existía, pues a pesar de haber sido tan mal hombre, consiguió amigos que lo querían y un trabajo extremadamente bien pagado.

El único problema con ello es que él no quería a sus amigos (con una excepción) y odiaba su trabajo, pues este de alguna forma le recordaba constantemente la época más agitada de su vida. Todo lo que quería era vivir tranquilo, y lo estaba logrando al volverse un apartado, pero muchas veces cedía a su hermano para seguir involucrándose.

Su hermano... lo único que lo había clavado a tierra toda su vida. Ahora estaba todo el tiempo ocupado y serio, el Horacio que conocía ya no era igual, pero seguía amándolo con todo lo que tiene dentro, no solo el corazón, sino con cada parte de su cuerpo y alma, y sabía que el otro sentía lo mismo, pero él ya había asumido la parte de sí que lo hacía tan egoísta. El de cresta lo superaría; tenía muchos amigos aparte de él, siendo esta una de las numerosas diferencias entre ellos que de alguna forma no evitaron que alguien allá arriba los uniera como hermanos de otra madre.

¿Y Conway? Conway era la segunda persona que más le importaba, pero estaba muy, muy lejos de la primera. Sabía que él iba a estar afectado, pero vivió muchas más muertes ¿qué importa una más? Conway no era su padre y nunca lo sería, no tenía problemas en decírselo a la cara, por mucho que le pusiera expresión de dolido. Él no era alguien al que dar lástima fuera fácil.

Cuando se ponía a pensar ¿por qué? ¿por qué quería él hacer esto? Siempre tuvo el motivo claro. Nunca había sentido ninguna motivación para vivir, nunca desde los primeros años que recuerda, donde su vida consistía más bien en sobrevivir. Incluso cuando cambió de eso a ser un espíritu libre, con Horacio siempre metiéndose en problemas de las formas más creativas; aún cuando encontró un semi-propósito al entrar en la policía. El sentimiento en el fondo de su pecho tuvo sus épocas fuertes y débiles, arriba y abajo como una montaña rusa, pero nunca lo abandonó.

Y eso para dejar la mejor parte para el final. Pogo había lastimado a mucha gente, había tomado su integridad, lo ató a hilos para moverlo a su conveniencia, le había quitado años encerrado, su cuerpo no volvería a ser el mismo y tenía que vivir veinticuatro horas drogado por su culpa. Había jodido todo y todos a su alrededor, aparte de a él.

Extendió un pie, quedando solo con el izquierdo apoyado; no había ningún problema pues la única razón por la que no se había caído eran sus brazos. Miró hacia abajo una vez más, observando en la obscuridad el reflejo de las luces en el agua; era hermoso. Alzó la cabeza en honor a su altivez, cerró los ojos para acumular valentía, y se dejó caer por fin.

El frío viento dolía en su rostro sonrojado por el mismo, fueron los segundos más largos de su vida el ver el agua letal por la altura acercándose rápidamente a él, o más bien él a ella.

Sintió el fuerte corte de la caída de su cuerpo en horizontal contra la superficie y perdió el conocimiento.

Despertó con la leve luz del amanecer iniciando en el horizonte, desorientado, en la orilla de barro. Su rostro y extremidades estaban entumecidos, estaba empapado y le dolía el cuerpo entero. Tardó unos segundos en recordar lo que sucedió horas antes, miró hacia arriba con dificultad, pues sus ojos azules quemaban un poco, y vio asombrado el puente desde debajo.

¿Cómo había llegado ahí? Era imposible, estaba demasiado bien para lo que había sido la caída. De repente escuchó algo en su cabeza.

Llegamos

Se dijo en un susurro, con un tono aburrido, pero era inconfundible. El terror disparó adrenalina por todo su cuerpo y de pronto se sintió energético, el pelo de su nuca se levantó y la sangre calentó lentamente sus extremidades. ¿No había tomado la pastilla anoche? Cree que no, no sabe pues al ser una rutina lo más usual es que no recuerde el momento de tomarlas. Seguramente estaba demasiado distraído por sus planes.

Sus intenciones en el lugar eran matarse, daba igual la ejecución, así que mandó a la mierda el dramatismo y se sentó con cansancio pero apresurado, apoyándose en su adolorida mano izquierda. Levantó la derecha, sacudiéndola un momento para despertarla, y rebuscó en su cinturón hasta sacar la pistola con silenciador que siempre llevaba encima, oculta debajo de la llamativa chaqueta que, notó con pena, se había roto.

Con un coraje bastante nuevo en él, se recostó debajo del puente, se posicionó el arma en la papada casi clavándose por la fuerza de su desición, y sin más apretó el gatillo con el dedo índice que para ese punto era azul.

Pero, otra vez, despertó. Un pitido agudo llenaba sus oídos, la luz solar abarcaba más esta vez, pero él tenía los ojos cerrados y la mandíbula apretada por el dolor abrumador que atravesaba su cráneo en potentes oleadas. Soltó un grito agónico, adornado por graves gemidos constantes y siseos, sonidos que en realidad no podía escuchar, pues mientras él se apretaba la cabeza con las frías palmas en un intento inútil de calmar el dolor, podía oir por debajo del pitido, una cruel risa burlona.

¿Qué cojones?

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