Cap 2: Debo estar volviéndome loco.

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Debo estar volviéndome loco.

Pensó Gustabo mientras tomaba tres pastillas de un trago sin agua, haciendo una mueca cuando razgó su garganta. Sabía perfectamente que se había disparado en la cabeza, entonces, ¿qué sucedió? Que se despertó sin la herida pero con un dolor agonizante y una risa haciendo eco por su cráneo.

¿Lo había soñado todo? Imposible, él mismo lavó su propia sangre con un paño del coche y condujo todo el camino de vuelta a su caravana cuando el horrible dolor cesó, como si nunca hubiera estado ahí. ¿Alucinaciones? Complicado, nunca antes había tenido alucinaciones visuales, ¿Cómo podría haber imaginado todo, incluso el dolor? Y el trapo en la mesa seguía manchado de sangre marrón...

Tal vez necesitaba dormir...

Pero lo volvió a intentar. Con los ojos ardiendo, la piel entumecida y los huesos adoloridos por el frío que había sufrido, pero calentándose lentamente dentro de su hogar, se dirigió con algo de dificultad al baño y tomó una cuchilla de afeitar del borde del lavamanos. Necesitaba comprobar que lo había imaginado, necesitaba comprobar que él era real.

Se sentó en el váter con la tapa cerrada, sin importarle la poca higiene del lugar causada por las ganas de hacer nada, y observó la cuchilla, pensativo, mientras la presionaba contra su pulgar. Cortarse se sentía un método muy adolescente, pero era lo que tenía a mano.

Con decisión, arremangó su sudadera gris a la que se había cambiado al llegar, pues la chaqueta roja estaba fría y mojada. Observó la pálida piel con solo un par de sutiles cicatrices de cortes antiguos, hechos cuando era un dramático quinceañero. Apoyó el filo de la cuchilla en vertical, justo en el medio de las marcas, y dudó un momento; su mano temblaba un poco.

Finalmente, empujó hacia abajo con un siseo. La sangre brotó de la herida rápidamente, y ni corto ni perezoso, Gustabo cortó la piel en línea recta, desde la muñeca en dirección al codo, y apartó la mano a los quince centímetros más o menos. La sangre salía en abundancia, de un potente rojo, manchando su sudadera y pantalón. Gimió de dolor y apartó el brazo herido de sí mismo, evitando mancharse y respirando por la boca para no olfatear el desagradable olor metálico, mirando los chorros viscosos caer y llenar el suelo con una pizca de arrepentimiento por el desastre, pero procedió a hacer lo mismo con el otro brazo.

Su cabeza daba vueltas y había manchas negras en su visión. El intenso dolor de sus brazos se estaba volviendo más soportable a medida que las venas desalojaban la sangre que empapaba el suelo, oscureciéndose gradualmente por el contacto con el oxígeno. No tardó mucho en quedar inconsciente, dejándose caer en la espiral del delirio que se volvía su mente siendo cada vez menos funcional.

Todo se volvió obscuridad.

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Abrió los ojos y lo primero que vio fue rojo. Había una sensación de contacto con un líquido pegajoso que cubría la piel de su rostro y sus brazos descubiertos. Se encontraba de lateral en el suelo frío, sobre los charcos de su propia sangre, pero...

¿Estaba vivo?

No lo había imaginado, o quizás sí, ¿cómo era posible? ¡Seguía haciéndose heridas letales y seguía despertando como si nada! Pensó que tal vez estaba en un sueño muy largo, pero por mucho que se esforzara en ello, no lograba despertar ni ver ningún detalle que demostrara su teoría.

Se apoyó en sus brazos, que dolían pero no tanto como debería, y lentamente levantó su torso, doblando las piernas hasta una posición cómoda. Dejó su cabeza colgar boca abajo para ayudar a que la sangre se escurriera, a ríos viscosos recorriendo todo el lado derecho de su rostro hasta caer por su ceja, nariz o barbilla y unirse con el charco. El olor era fuerte, vomitivo, así que abrió la boca para respirar por ella, solo un poco.

Se levantó con dificultad, algo inestable en sus pies que hacían un sonido desagradable al pisar el líquido. Estaba confundido, pero en su mente solo había estática. Podía escuchar a los irritantes niños skaters que siempre iban a practicar por ahí, riendo escandalosamente, pero aparte de eso, estaba bastante silencioso.

Sin poder pensar en nada, avanzó un paso hasta el lavamanos. Abrió el grifo y extendió sus brazos, dejando el izquierdo debajo del agua corriente, sin moverse más que eso. La sangre fue desapareciendo y dejando atrás una herida que solía ser mortal, pero que ahora era superficial, de esas que se le hacen costras y ya está. Jadeó bajo por la sorpresa y decidió ver debajo de su mandíbula, sintiéndose un poco tonto por no haberlo hecho antes.

Alzó la mirada por primera vez desde que despertó y no se reconoció en el espejo. El hombre frente a él se veía demacrado, ojeroso, con lagañas y despeinado, pero eso no era tanto viendo que todo un lado de su cara estaba manchado en rojo y marrón, aparte de su cabello endurecido por el líquido. En su papada había una cicatriz de bala.

Rápidamente lavó sus brazos y también su cara, resfregándose con rudeza. Lavó la sangre del suelo de madera como pudo, utilizando agua fría y jabón luego de absorber todo el exceso posible con toallas, pero la marca iba a estar ahí probablemente para siempre. Luego la cubriría con algo. Tal vez.

Se desvistió, tirando al azar la ropa manchada en el suelo, y se metió a la ducha, pasándose un par de veces el jabón por el cuerpo, pero la energía se le había ido así que a los minutos solo se sentó y se dejó ser bombardeado por las grandes gotas tibias, sin molestarse en usar shampoo ni nada más. Abrazó sus rodillas contra su pecho y se apoyó para relajarse; su respiración hace rato que se había acelerado un poco.

De su cabeza nunca se había ido la estática.

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Realmente necesitaba saber que estaba pasando.

Tomó la última calada de su segundo cigarrillo consecutivo, para luego apagarlo en el cenicero justo al lado de la cama. Había un peligro de incendio ahí, pero sería... ¿Hipócrita? ¿Irónico? Preocuparse por ello cuando se pegó un tiro en la cabeza el día anterior. Apoyó la espalda contra la pared, permitiéndose relajarse con la sensación fresca después de la ducha. Exhaló el humo que llevaba reteniendo, sin preocuparse por el olor que quedaría dentro de la caravana cerrada.

No podía creer que estaba considerando aquella posibilidad, pero... ¿era él... inmortal? Era ridículo pensarlo en un principio, pero ya no tenía idea de qué pudiera estar pasando aparte de eso. Había descartado todas las posibilidades lógicas a lo que estaba viviendo y solo le quedaba especular, faltando incluso el respeto a su ateísmo original.

Pensó en todas aquellas veces a lo largo de su vida en las que había sobrevivido a todo tipo de cosas, confundiendo a los médicos cuando se encontraban con heridas menos graves de lo que deberían ser luego de choques, caídas, disparos, peleas...

Tal vez se estaba sugestionando, cambiando sus recuerdos a su conveniencia para hacerse creer tal ridícula teoría. Pero a la vez, estaba dudando de él mismo, y dudando sobre sus dudas. No estaba loco.

Llevaba más de treinta horas sin dormir adecuadamente, su cerebro y cuerpo estaban lentos y sus ojos se cerraban contra su voluntad. Decidió no tomar café, sino dormir. Quizá cuando despertara se daría cuenta de que todo fue un sueño o su imaginación o algo así, como en los finales cliché de las series, pero más que decepcionarlo definitivamente lo alegraría.

Se recostó en el incómodo colchón, que en ese momento se sentía como el cielo, y se tapó con la manta de invierno con estampado de esos que usan las abuelas. Abrió el cajón de la mesita de al lado y tomó una pastilla para dormir, tragándola sin más.

Mañana pensaría las cosas, pero necesitaba descansar.

La Realidad Del AsuntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora