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El tren las llevaba a ambas a la isla Perico, Panamá.
Ella le da una última ojeada a su bolso de mano que traía unas galletas de chocolate, un libro policial, cartas de póker y cassettes.
A su lado está la persona más importante en el tren: Su tía Luisana Meyer, la capitana del barco Heavenly Cruises al que un día como hoy, 20 de junio, se dirigen para pasear por lo mares del caribe, algo que ella nunca se imaginó experimentar.
El aspecto de Luisana Meyer no encaja en realidad con sus raíces. Se dice que los alemanes son rubios o pelirrojos, rasgos finos, carácter fuerte.

Hablando de raíces, recuerda todos los días de su vida las veces que viajo en barco con sus padres: Alberto y Josefa Meyer. 
Tenían buen pasar económico y lo aprovechaban bien. Dieciséis años de su vida fueron de puerto en puerto, descubriendo culturas, probando sabores nuevos. Todo eso la convirtió en la mujer que es hoy.

—¿Cuando te cortaste así el cabello Ludovica? —Pregunto su tía con una sonrisa de sorpresa. La adolescente deja de mirar la bolsa sobre su regazo para mostrarle sus ojos grandes avellana.

—En mi cumpleaños, era como una carga muy grande, ¿No te gusta? —Responde llevando mechones de su largo flequillo a un costado del rostro.

—Es diferente, y diferente es algo bueno.

—Esa es mejor opinión que la de mamá.

—Tu madre nunca vivió como quiso, creo que la única buena decisión que tomó fue...tenerte.

—Aveces siento que no soy su hija —Expresó con la vista perdida en el suelo.
Luisiana titubeó, cosa que es muy extraño, acariciando el hombro de su ahijada de catorce años.

—Siempre sucede que vemos a nuestros padres como si estuvieran desconectados de la vida propia. Tienes un bonito rostro Luddi, todo puede quedarte bien.

—En la escuela me dijeron que parecía un niño...¿Sabes que quiero hacerles a mis compañeros por momentos?.

—Puedo imaginarlo, enserio, y no se cómo alguien como tú pueda afectarle esos comentarios, es que siempre fuiste repelente ante todo —Interrumpió Luisana viendo a la ventana.

Las últimas palabras de su tía fueron suficientes para que su sobrina, Ludovica Meyer, se detenga a pensar. "Cuarenta y Siete mil Toneladas, Doscientos metros de eslora,
Once pisos, Teatro, Spa, Cine, Parque Acuático, Biblioteca, Restaurantes de lujo y Sala de primeros auxilios".

Esa información sobre el crucero traía en un papel arrugado donde anotó todo lo que sabía de él. Lo que la mata de intriga es esa "sorpresa" de la que su tía no quiere revelarle aún.

¿Que podría significar una sorpresa para ella? Un concierto de Pink Floyd, una guitarra eléctrica o una cámara profesional.
Sabe que una sorpresa así no será, por lo tanto solo le queda aguardar o insistirle a la mujer que niega firmemente con una sonrisa pintada de rojo vino.

En un hotel cerca de la terminal de barcos, diez encargados de seguridad rodean una camioneta.
Incontables adolescentes se pasaban por encima para al menos tocar el automóvil de metal. ¿La razón? Ahí dentro se encontraba el grupo más exitoso en Latinoamérica: Menudo.

Los repentinos golpes asustaban a los jóvenes integrantes. Gritos, llantos, banderas y carteles adornaban la salida de esta camioneta del hospedaje.
El modesto y ambicioso manager Edgardo Diaz, conserva la paciencia o el impulso de ordenarle al chofer que atropelle a las quince señoritas que impiden el paso.

Los muchachos se ventilaban la cara con sombreros o revistas, ya que el verano había llegado como un incendio en la isla y en todo el país.
El calor parece casi sólido, pesa sobre el cuerpo, oprime, enloquece.

🚢ES POR AMOR | menudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora