SOMOS LOS REYES DEL MUNDO

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Sobre la luna redonda se dibuja la silueta de un «jato sin cabeza que cuelga amarrado de las patas. En el piso, en tina ponchera, se ha recogido.la sangre. Ahora caen solo gotas de manera intermitente y pausada. Cada gota forma al caer pequeñas olas que se crecen hasta formar un mar tormentoso. Olas que se agitan al ritmo del rock pesado que se escucha a todo volumen. A un lado está la cabeza, que todavía mira con sus ojos verdes y luminosos. Quince personas participan silenciosas del ritual. Al fondo está la ciudad.

En una copa se ha mezclado sangre caliente con vino. Sangre de gatos que trepa muros, que salta con facilidad de una plancha a otra, que camina sobre sus almohadillas silenciosas por los filos de los tejados, que se escurre con facilidad entre las sombras de la noche. Sangre felina que impulsa a saltar sobre la presa con destreza y seguridad. Sangre que convoca extrañas energías y acelera el alma.

Al recuerdo de Toño vienen disparadas las imágenes de su ritual de iniciación en una de las bandas juveniles, allá en un barrio alto de la comuna nororiental. En su sueño febril y agonizante vuelve a verse en la plancha. En el mar de luces de la ciudad se dibujan formas caprichosas. Brindan para sellar el pacto colectivo, sobran las palabras porque conocen el compromiso, la ley, los premios y el castigo. En adelante lodos responderán por lodos, serán como un solo cuerpo. Serán los reyes del mundo.

Ahora Toño se encuentra en el pabellón San Rafael del Hospital San Vicente de Paúl. Un pabellón de guerra que se mantiene rebozado de herirlos y futuros muertos, victimas de una guerra desproporcionada, que sin frentes definidos camina día y noche las calles de Medellín. Un martes, hace ya tres meses, le pegaron un changonazo cuando se iba a subirá un colectivo en el barrio. El tiro de regadera le perforó el vientre, y lo puso a bailar entre la vida y la muerte. A sus veinte años Toño ha frentiado muchas veces la muerte, pero nunca la había sentido tan cerca. Sabe, aunque no lo diga, que este es su final.

Su cuerpo está menudo, el rostro pálido y los ojos negros perdidos en unas grandes cuencas. Con voz tranquila empieza a contarme su vida, mirándose hacia adentro, como haciendo para él mismo un inventario.

Cuando yo estaba pelado me rnantenia por ahí jodiendo con un trabuco, hasta que llegaron los finados Lunar y Papucho que me patrocinaban con armas buenas. Entonces empecé a robar y a matar en forma. Uno se pone violento porque hay mucho man que quiere cascarlo y monopolizarlo, porque es pelado. Pero uno no puede ser bobo, tiene que sacar las alas. Yo saqué las alas y a volar; todo el que tocaba conmigo le iba mal.

Eso lo aprendí de mi familia, de mi cucha que es una teza. Ella conmigo va en las buenas y en las malas. Ahí donde usted la ve menudita responde donde sea por mi. A la larga, lo único que me duele para despegar vuelo de esta tierra es dejarla sola. Saber que puede estar abandonada en su vejez. Ella ha sido muy guerrera y no se merece eso.

El cucho murió hace catorce años. El era un duro, me enseñó muchas cosas, pero como era tan vicioso nos dejó embalados. Entonces me tocó tirarme al rebusque para ayudarle a mi mamá y a mis hermanitos. Por eso me metí a la delincuencia, pero también porque me nacía, yo desde muy pelado he sido maloso.

Lunar, el jefe de la banda, era sardino pero tezo. Ya llevaba su buen tiempo metido en negocios. El vivió un tiempo en Bello y conoció la gente de Los Monjes, con ellos aprendió muchas cosas y cuando se vino a vivir aquí formó su combo independiente. Tenía un (uñaren la cara y por eso le pusieron la chapa. Con él y Papucho que era el otro fuerte, fue que aprendí las cosas en forma.

Yo recuerdo mucho la primera vez que me tocó matar. Ya había herido personas pero no había visto los ojos de la muerte. Fue en Copacabana, un pueblo cercano a Medellín. Un día por la mañana estábamos robando en una casafinca y sin saber de dónde se nos apareció el celador. Yo estaba detrás de un muro, a sus espaldas, asomé la cabeza y de puro susto le metí los seis tiros del tambor. El hombre quedó frito de una. Eso fue duro, pa'que le miento, fue rnuy duro. Estuve quince días que no podía comer porque veía el muerto hasta en la sopa... pero después fue fácil. Uno aprende a matar sin que eso le moleste el sueño.

NO NACIMOS PA' SEMILLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora