14. Los latidos en mi pecho

2.2K 229 194
                                    

Volvíamos a casa después de que en el hospital aseguraron que todo iba bien, pues solo entonces mis dos hombres favoritos aceptaron que pasara las horas que le restaban a la noche en mi casa.

De camino a casa, mientras creía que yo dormía, Izán habló con Castiel.

—Mi hermana te ama y por ella te aguantaría —dijo—... A ti o a cualquier otro imbécil —aclaró—, eso es solamente si la amaras y fueras capaz de hacerla feliz... pero, si no puedes hacerlo, aléjate de ella o te alejaré yo.

No entendía qué pretendía haciéndose el genial, pero me encantaba. 

Me asustaba un poco que lo asustara, aunque, pensándolo bien, tal vez era mejor así. Así Castiel no se atrevería a jugar más conmigo, si no por consideración hacía mí, sería por miedo a mi hermano.

—Ella es muy importante para mí —dijo Castiel.

—¿Y quién es ella? —preguntó Izán.

Hubo un silencio apabullante que me oprimió el corazón.

—Maryere, por supuesto —dijo después de un rato Castiel y me mordí el labio para no llorar, para no recriminarlo, para no llamarlo mentiroso. 

Él solo quería mi corazón. No, el corazón de Sucrette. O al menos eso era lo que pensaba antes de que Castiel volviera a hablar. 

»Siempre la molesté con Sucrette porque era mi forma de acercarme a ella —dijo—. Ella y yo solo tenemos eso en común, el corazón de esa chica que tanto amé.

—Mary me dijo que siempre las comparabas y las confundías —replicó Izán.

—Por supuesto que las comparaba, era para demostrar que la amaba por ser ella y no Sucrette y, ¿cómo podía confundirlas?, si son como el agua y el aceite. Solo la molestaba para estar más tiempo con ella, pues hace tiempo descubrí que ella está conmigo por consideración o agradecimiento a quien le salvó la vida.

—Imbécil —musité mordiendo mis labios. 

Entonces Izán dijo algo que ambos necesitábamos escuchar para dejar atrás a quien ya no caminaba pero seguía a nuestros lados, atándonos a un doloroso pasado.

—Ella no le debe nada a Sucrette —dijo mi hermano—, yo fui quien le salvó la vida, dos veces con hoy... Ella te ama por ti y no por ella. 

Lo siguiente fue más silencio y el auto deteniéndose frente a mi casa.


* *


Después de arreglar tantos malentendidos entre nosotros, Castiel y yo decidimos terminar de una vez por todas con ese fantasma que arrastrábamos haciéndonos tanto daño.

Llegamos al cementerio y, al ver el nombre de la chica que tanto amó en una lápida, Castiel lloró. 

Vi a Castiel desmoronarse arrodillado frente a esa tumba. Lo vi caer al infierno y revolcarse en dolor y furia. Lo vi sufrir por haber perdido a su amada y también lloré por él.

Solo después de un rato de silencio me atreví a cambiar las flores de las canastas a los lados de esa lápida. Quité las flores marchitas y puse las nuevas que yo le llevaba e, inclinándome en su tumba, rompí el silencio.

—Hola Su, volví y traje conmigo a tu idiota ideal —dije mirando a Castiel con una sonrisa—. Lo lamento, nena —dije con una sonrisa burlona—, pero te advertí que me quedaría con el pelirrojo. Vine a decirte que gané, éste imbécil es mío ahora.

Me senté en el suelo junto a Castiel, recargué mi cuerpo al suyo y guardé silencio como esperando una respuesta. 

Pero era claro que no llegaría, lo sabía, por eso continué.

»Ahora este corazón está con su verdadero dueño — expliqué poniendo la mano en mí pecho—. Este corazón nunca fue nuestro, siempre fue de él. Se lo devolví, con todo tu amor y con todo el mío. 

Castiel me abrazó.

—Pues bueno, tabla, nos vamos —dijo mucho más tranquilo—. Mañana hay examen de francés y yo de eso solo le sé a los besos.

—Igual y el señor Farres te pasa por uno muy bueno —sugerí riendo.

—Ella también era fujoshi —dijo Castiel con esa cara de asco que le provocó mi comentario. 

Dándose cuenta que hizo aquello que tanto me molestaba, el pelirrojo puso cara de susto, pero lo dejé pasar. Después de todo, y como le dije a él, hay gustos que se quedan.

Y, prometiendo ser felices, nos despedimos de esa mujer causante de que en mi pecho algo siguiera latiendo con tanta intensidad.

Gracias a ella yo aún tenía un corazón que me daba una vida y, también gracias a ella, conocí a un imbécil pelirrojo que le daba razón de ser a los latidos en mi pecho.


—FIN—


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Oh chicos, se terminó esta bella historia. Espero hayan amado esta historia que escribí con tanto amor, que hayan llorado y reído con los personajes y conmigo. 

Gracias por leer... Besitos y Saluditos (^3^)/


SUCRETTE ESTÁ MUERTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora