· 1 ·

127 25 18
                                    


—¡Castiel! ¡Castiel! —lo llamaron. No conocía la voz así que estaba dispuesto a seguir andando pero un cuerpo casi de su mismo tamaño se estrelló contra el suyo.

Otra vez se quedó paralizado, sin saber que hacer e intentando obligar a su cerebro para que despertara y le dijera quien era ese muchacho que lo envolvía en su brazos con empeño. Cabellos castaños y brazos fuertes.

—Ey —escuchó a Jack del otro lado de la calle. Estaba de pie junto a la puerta del co-piloto, no sabía que pasaba y tampoco podía ver más allá de unos brazos cubiertos con una camisa que rodeaban a su tío —, ¿qué pasa? ¿Quién es?

Castiel creyó que sería de mala educación gritar un "no tengo idea" ahí en medio de la calle. Algunos otros chicos que salían de la escuela observaban el abrazo con confusión, al parecer ellos sí sabían quien lo abrazaba pero no podían entender el porqué.

—Eh... Disculpa pero... —Cas se aclaró la garganta para atraer la atención, el abrazo perdió un poco de fuerza y lo dejó respirar mejor de nueva cuenta.

—Oh sí, lo siento Cas... Es solo que la emoción me gano, es que... eres tú. Mi hermano no sabía si estarías aquí o no —el chico se separó con una brillante sonrisa en su rostro. Sus ojos verdes fueron familiares al segundo siguiente de finalmente vislumbrarlos; mierda, que Dios lo ampare.

Ese verde era claramente de la marca Winchester.

—Sammy —el saludo fue feliz. Era realmente bueno, no sabía que aquello sería tan importante hasta ese momento. No sabía cuan feliz le haría saber que Sam aún lo recordaba.

Ya no quedaba mucho del chiquillo de menos de metro y medio con el que jugaba tiro al blanco en la vieja granja. Sam había crecido, casi a nada de rebasarlo y su cabello era más largo, todavía había brillo en sus ojos pero Castiel sabía que dicho brillo ya no era tanto por la inocencia.

—Finalmente te dejan subir a los juegos en las ferias, ¿cierto? —sonrió haciendo que sus hoyuelos se remarcaran y pequeñas arrugas se formaran alrededor de sus ojos. La punta de las orejas del Winchester menor se colorearon de un leve rosa, casi igual que cuando lo atrapaban a media travesura.

—Y también llegó a los pedales del auto —admitió Sam. Habían pasado 10 años o algo cercano a eso sin ver al bonito chico de ojos color cielo que siempre acompañaba a su hermano a todos lados. Sabe que debería ser raro tener memoria de cuando apenas y tenía cinco años pero ahí estaba, admirando al mejor amigo de su hermano; él mismo que lo había llevado a pescar por primera vez, aquél chico que le había enseñado a tocar el piano aún cuando Gabriel decía odiar ese sonido. Era el mismo chico que aparecía en fotos familiares desde antes incluso de que él naciera, él que le preparaba ensaladas para la cena cuando lo cuidaba los fines de semana aunque Dean estuviera en contra de tal menú.

Era Castiel, su Cas. El chico que llevaba nombre de ángel y cuyos hermanos mayores eran una clara alegoría a la historia bíblica.

—Claro que sí —al pelinegro también le llovían los recuerdos. Intentando solo quedarse con aquellos donde el castaño enfrente suyo fuera el protagonista, porque habían demasiados donde aquella sonrisa tan brillante como el Sol se robaba la atención. Para el pelinegro aún era difícil evocar esas imágenes.

Pasos apresurados se escucharon detrás del par.

—¿Quién e... —Jack detuvó su interrogante cuando reconoció al Winchester delante suyo —. ¿Oh? —le dió una mirada rápida a su tío, sus dudas sobre conocer al nuevo entrenador parecían haber sido confirmadas pero le hubiera gustado más una respuesta verbal —Winchester, ¿cierto?

El Grand Slam de Dean Winchester  ||Destiel||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora