JUEVES ↬CHALAMET

i

i

Sharon iba camino a la estación de trenes como cada mañana. Su ánimo estaba por las nubes porque por fin era lunes y una vez más vería a aquel paliducho tan enigmático que no se cansaba de admirar.

No pudo evitar observar su reflejo en la ventanilla de un coche que estaba estacionado por allí. Quería verse espectacular, ansiaba poder hablar con él, ser su amiga era uno de sus mayores deseos, pero el chico no se la ponía fácil.

Una vez intentó iniciar una conversación preguntándole la hora, él solo desbloqueó la pantalla de su celular y le mostró los números plasmados en ella. Que gran decepción se llevó la joven asiática ese día, tanta, que dejó de intentarlo.

Todos los días debía tomar el tren para ir a trabajar y no le resultaba para nada fácil. Apenas estaba empezando a independizarse y eso de tomar transporte público no se le daba muy bien.

—Buenos días, señor Tony. —saludó al señor de edad con el que compartía vagón.

—Buenos días, chiquita. —le respondió con una sonrisa y su característico acento español.

Dejó el bolso sobre sus piernas y fijó la mirada en sus manos al notar su presencia. ¿Y si lo intentaba una vez más?

Mejor no, pensó Sharon. Sacudió la cabeza y empezó a jugar con sus dedos, nerviosa. Como quisiera tener un poco más de valentía. Solo un poco.

—¿Qué esperas, Sharon? Aún con mi ceguera puedo ver como te mueres por hablarle.

La pequeña pelinegra —porque para su desgracia no logró crecer mas de un metro sesenta—, se puso roja como un tomate. No podía con la vergüenza. De solo creer que él pudo haber escuchado las palabras del anciano le daban escalofríos.

—¡Eso no fue para nada amable! —lo reprendió, aún colorada.

Antoine carcajeó.

—Ay, querida. Soy todo menos amable.

Sharon sonrió de medio lado, llevó un mechón de su cabello tras su oreja y casi por inercia volteó a verlo. Arrugó el entrecejo al creer haberlo visto apartar la mirada con prisa.

Creyó haber estado alusinando.

Pero lo que no sabía era que aquel paliducho también moría por hablarle.