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Sharon venía de un entorno tóxico, donde se encargaron de menospreciarla, humillarla y repetirle una y otra vez que no valía nada. Para ella la mejor decisión que tomó fue haberse ido de casa apenas cumplió veintiún años y qué mejor que un país donde hablaran un idioma del que no entendía ni una palabra y quedaba a un océano de distancia de su familia.

A eso se le sumaba otro problema, no contaba con nadie. Gran parte de su vida la vivió en Estados Unidos y para ella lo más cercano a un amigo era Antoine.

Por ello esa mañana la joven asiática se levantó, se duchó, preparó su desayuno y a medio andar se le antojó llevarle un trozo del pastel que había hecho la tarde anterior en medio de su aburrimiento. Pero olvidó un pequeñísimo detalle: mirar el reloj.

Por la noche configuró mal la alarma de su celular y se dió cuenta demasiado tarde.

No le quedó de otra que tomar un taxi para ir a la cafetería donde laboraba, y Timothée no pudo evitar preguntarle por ella a Antoine.


(...)


Era una de esas mañanas donde el sol brillaba más que nunca, los pájaros cantaban sobre su ventana... y Sharon se levantaba con el pie izquierdo. Pasaba largos minutos frente al espejo criticándose por el más mínimo detalle.

¿Será porque no soy lo suficientemente guapa? ¿Le pareceré tonta? La pobre no paraba de cuestionarse.

—Solo así tendría el valor suficiente para acercarme a él. —dijo, viendo a la actriz del momento en la portada de la revista que había comprado el día anterior.

Joder, verla tan cabizbaja podía llegar a dar lástima, porque nadie estaba allí para animarla, estaba sola, se sentía sola.

Detalló su largo cabello con ondas ligeras y negro como el carbón, ella odiaba su color y él adoraba comprar crayones con esa tonalidad. Los ojos achinados igual de oscuros que su pelo que ella detestaba que casi desaparecieran al sonreír y que Timothée disfrutaba dibujar. Las orejas que para ella eran gigantes e intentaba ocultar con su cabello, y que para él eran perfectas. Criticó su estatura tan baja y se cuestionó a si misma por no saber caminar en tacones, mientras que a él le provocaba ternura el hecho de imaginarse agachado para poder darle un beso.

Esas pequeñas cosas que para ella eran un escándalo, para él eran las más hermosas que había visto. Siempre intentaba memorizar una tras otra para plasmarla en un lienzo nuevo. Nunca se cansaría de dibujarla, era su musa, su fuente de inspiración, su obra más preciada, pero ella no lo sabía.

Ambos tenían miedo. Miedo al rechazo. Pero, ¿Cuántas veces no has dejado pasar una oportunidad por tus inseguridades?


(...)


—Me exasperas muchísimo. —masculló Tony, mirando a Timothée con enojo.

—Cálmate, hombre. Tampoco es para tanto. —rodó los ojos, fastidiado.

—¿Que no es para tanto? ¿Estás escuchando lo que estas diciendo Timothée Hal Chalamet? ¡No entiendo por qué cojones no le hablas!

El anciano estaba que explotaba por la cólera. Estaba cansado de ser el mediador y no sentía correcto contarles a uno los sentimientos del otro. ¿Por qué hacían tan difícil algo tan sencillo?

Ambos esperaban sentados en un banco de la estación a que Sharon y el tren llegaran. La pelinegra ya estaba por llegar, pero el transporte se había retrasado un poco.

—Es que no sé de qué hablarle. —respondió el ojiverde, encogiéndose en el asiento con vergüenza.

—Joder, eres un tonto con todas las letras mayúsculas. —soltó el anciano con desdén

—. Empieza por su nombre por lo menos, tío. No puedo creer que ni siquiera lo sepas.

—Claro que lo sé, Antoine. —rodó los ojos de nuevo—. Se llama Sharon. Te escuché llamarla así.

—Ahí tienes. Porque me oíste. Si fuera por ti nunca hablaríais entonces.

Tim resopló.

—Allí viene. —el castaño informó.

Sharon llegó a donde estaban ambos y los saludó como de costumbre. A los pocos minutos llegó el tren y tras subir se sentaron algo alejados. Tony decidió quedarse con la chica para hacerle compañía.

Arrancó el transporte y ella fijó la vista en la ventana. El paisaje podía verse distorsionado por la velocidad a la que iba el tren, sin embargo, no tenía otra cosa que admirar. Claro, sin contar a Timothée.

Por mucho que se resistiera terminó cayendo en la tentación de observarlo. Para su fortuna, él también volteó a verla y soltó un suspiro. La reacción de la chica le causó gracia a Tony ya que cerró los ojos como si eso fuera a hacerla invisible. Antoine notó que la pelinegra aguantaba la respiración cuando botó el aire al verlo voltear nuevamente.

—Vosotros dos sois... Ugh. —gruñó Tony.

Cruzó los brazos y se recostó en su asiento.

Ya empezaba a darse por vencido con ese par. 

JUEVES  ↬CHALAMETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora