iv

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iv


Los ojos de la pelinegra estaban a punto de salirse ante lo que estaba viendo, tanto así que tuvo que tocar su frente para verificar si tenía calentura y ya estaba alucinando. Él la dibujaba, cada día lo hacía, y con tanto empeño que era digno de admirar.

—Vaya... —el aún más pálido castaño le arrebató el cuaderno, rompiendo la esquina de una hoja—. Jolín, lo siento.

Tim tragó grueso antes de hablar:

—Fue mi culpa.

Se formó un silencio incómodo entre ambos. Timothée no tenía idea de cómo excusarse sin causar una mala impresión y Sharon no encontraba las palabras adecuadas para interrogarle.

Eran tantas las dudas que rondaban por su cabeza que era incapaz de formular una sola oración en su mente que tuviera coherencia. Al igual que el joven enamorado.

Y una vez más perdieron la oportunidad.

(...)

Timothée subió al tren y se sentó justo frente a ella. Estaba frente a frente a Sharon. Podía sentir sus rodillas rozar y desde cerca olía mejor ese aroma tan divino que ella desprendía. Pero no se atrevía siquiera a mirarla. Decidió aparentar extrema concentración mirando por la ventana.

Sharon no apartaba la vista de él, en busca de respuestas, porque sino ¿Para qué se sentó con ella?

Detalló sus rasgos de nuevo y sonrió. Sus ojos verdes hacían contraste con su piel tan pálida, su cabello largo y castaño con risos suaves que tapaba parte de su frente por el peinado a la mitad que tanto le gustaba verle, una linda nariz.

¿Será que este hombre tiene algún defecto?, pensó Sharon.

De pronto el castaño soltó un bostezo, empañando el cristal de la ventana. Y los ojos de la chica se cristalizaron.

Lo sentía tan cerca pero a la vez tan lejos.

—Ti-timothée... —tartamudeó Sharon, roja de la vergüenza.

Se sentía tan avergonzada. Cuando por fin tenía la valentía suficiente para hacerle frente sus nervios la traicionaban.

—... ¿Por qué? —continuó, aún cuestionándose a sí misma por su torpeza.

Volteó y la miró confundido. Ella quería que la tierra se abriera y se la tragara. No podría con el hecho de que él la tachara de tonta.

—¿Por qué que?

—¿Por qué no me hablas? —finalmente se atrevió a preguntar.

Timothée tragó grueso.

—Llevo meses intentando entablar una amistad contigo y nunca cedes. Hasta pareciera que fastidiara.

Él no lo pudo evitar y rió suavemente.

—No me fastidias, tontuela. —le dedicó una leve sonrisa.

—¿Entonces? —enarcó una ceja, curiosa.

—¿Por qué crees que tu rostro está en cada uno de mis dibujos?

Timothée cruzó los brazos, divertido.

—¿Porque no conoces a ninguna otra chica?

Negó con la cabeza y se inclinó hacia adelante. Respiró profundo para llenarse de valor y dijo:

—Porque ni siquiera te conozco y ya me vuelves loco. Porque eres hermosa. Porque necesitaba plasmar tu rostro en un papel para no echarte de menos al bajar del tren.

Apenas terminó de hablar se arrepintió. Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo latir en sus oídos. Sus manos inquietas jugaban con sus anillos mientras tenía la vista fija en ellas. Y el silencio que recibió no ayudó con su nerviosismo.

Sharon no podía salir del shock. Sentía que el mundo se había paralizado. No era capaz de siquiera idear una sola oración con coherencia y su pecho llegó a doler por los latidos tan acelerados de su corazón.

—Esto ni siquiera me deja cerca del trabajo, solo lo elijo para verte. —continuó hablando Tim. Ya nada podría pararlo—. Cuando te conocí era mi primera vez tomando un tren así que confundí las rutas, ¿Y sabes una cosa? Nunca antes me había enorgullecido tanto mi poca capacidad intelectual. 

JUEVES  ↬CHALAMETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora