grace like the heavens, mama.

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— Ya duerme. — Dijo el hombre, con una dulce sonrisa dibujada en sus labios, que inmediatamente contagió a su mujer, haciéndole reír de la misma manera.

Jung EunSook, la nueva mamá adoptiva de Jung HoSeok, había bañado al pequeño con dedicación y cuidado, limpiando toda la suciedad que el chico acumuló de dormir en las calles. Cuando estuvo limpio, le vistió con un camisón de su marido el cual le quedaba gigante. También, con la ayuda de SeoJoon, su esposo, le pusieron banditas a las heridas abiertas de los lastimados pies de HoSeok. Al terminar, llevaron al chico a la cama de huéspedes y el primerizo papá se quedó junto a su nuevo hijo hasta que este se durmió.

HoSeok estaba muy feliz. Nunca en su corta vida había sonreído tanto. Sus pies dolían menos al caminar, no tenía frío, ni hambre, ni sed, ni ese extraño sentimiento malo que le hacía pensar que si algún día moría, podría ser feliz. Se sentía querido, y eso le hacía feliz, muy feliz. Sentía que por fin era como esos niños que veía en la calle por las mañanas, yendo todos a la escuela de la mano con un papá y una mamá. Riendo felices mientras él lloraba escondido en un callejón.

Pero ya era feliz. Ya tenía todo lo que quería. Tenía unos papás que le amaban y se amaban, y HoSeok amaba el amor. Amaba los besos y los abrazos, y amaba sonreír. Amaba la vida por primera vez, y era un sentimiento hermoso que le dejaba ganas de saltar, reír, correr, hacer cosas de niño normal.

Por su parte, los papás adoptivos de HoSeok también estaban muy felices. Incluso EunSook, que al principio no quería al chico, acabó amándole, amando su sonrisa, queriendo estar cada minuto con él, porque de algún modo que no entendía, esa pequeña bolita de amor cuya sonrisa formaba un corazón, le brindaba mucha felicidad; era su pequeño y bonito frasco de serotonina.

SeoJoon también estaba muy feliz con la llegada de HoSeok a la familia. Él y su esposa nunca pudieron tener un hijo, y tampoco vieron la necesidad de adoptar, pero cuando esos ojitos chocolate se encontraron con los suyos, sintió la necesidad de protegerle, de prometerle que todo estaría bien. Y cuando su mujer aceptó al chico en la familia, sintió una oleada de felicidad inundando su cuerpo, y cada vez que veía a su esposa sonriendo gracias al castaño, sentía que nada podría ir mal.



 HoSeok despertó con los primeros rayos de sol alumbrando su rostro. Se removió entre las sábanas; nunca había estado tan cómodo. No quería salir de la cama, pero sólo se levantó al recordar que sus padres estarían esperando sus abrazos.

Corrió al cuarto donde supuso que sus papás estarían, pero extrañamente no había nadie. Frunciendo sus labios en un pequeño puchero, inspeccionó la habitación en busca de alguna pista que le dijera dónde podían estar sus padres. La cómoda estaba abierta, con la ropa tirada por el suelo de forma muy desordenada; las sábanas de la cama estaban iguales o peor que las prendas en el piso, pues estas estaban hechas un ovillo en una esquina del colchón, casi rozando el suelo, y en medio de aquella amplia cama, había una mancha de tomate.

HoSeok había visto la salsa de tomate antes. Sí, cuando su único amigo murió, también derramó ese mismo jugo rojizo.

¿Quería eso decir que...?

No, no podía ser; sus papás no podían haber muerto.

HoSeok corrió ansioso escaleras abajo, hiperventilando, buscando por todas partes el paradero de su mamá y su papá. Pero no los encontraba en ningún sitio.

— ¡Mamá! ¡Papá! — Gritó, desgarrando su garganta. Tenía los puños cerrados con tanta fuerza que sus cuidadas uñas se clavaban en el dorso de sus manitas. — Si es un juego no quiero jugar. — Murmuró, con lágrimas deslizándose por sus mejillas, manteniendo sus ojos cerrados, deseando que para cuando los abriera, sus papás estuvieran ahí, y le abrazarían y llenarían de mimos.

Pero al abrirlos seguía solo.

Solo en esa pequeña casa que ahora se le hacía demasiado grande. Se sentía pequeño, minúsculo, sentía que sin sus papás no era nada. ¿Por qué les había cogido tanto afecto de la noche a la mañana? Quizás porque fueron los únicos que le cuidaron, que le mimaron, que se preocuparon por su salud.

¿Dónde habían ido aquellos que le juraron que novolvería a estar solo?




Rondaba la medianoche. HoSeok estaba envuelto en mantas hecho un ovillo a la esquina del sofá cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Esperanzado, corrió a la puerta y cuando vio la figura de su padre al otro lado del marco se abalanzó sobre él, abrazándole con fuerza, con miedo a que todo fuera un sueño y al despertar siguiera solo.

— Oh, Hobi, lo lamento. — Hobi. Hobi sonaba hermoso. Hobi le gustaba. Quería oír su apodo mil veces. — Papá tuvo que ir a acompañar a mamá al hospital. — El niño alzó la mirada. — Ella está bien, sólo se lastimó. Siento haberte dejado solo, debes haberlo pasado muy mal. — HoSeok asintió, borrando el rastro de las lágrimas que recientemente habían brotado sin que se diera cuenta.

Su padre le alzó para guiarse hasta el sofá, sentándolo en su regazo.

— En unos días mamá volverá a casa y todo volverá a la normalidad. — El castaño asintió con una sonrisa. — No te volveré a dejar solo, ¿sí? — Su papá le abrazó y correspondió necesitado. — Te prometo que no pasará nada.






Mintió.

Mintió y él le creyó como un maldito idiota.

Días después del ingreso a su mamá en urgencias por un simple sangrado, los médicos hallaron una enfermedad auto inmune muy desarrollada. Su madre empeoraba cada día, y el pequeño HoSeok, sin saber nada, siempre iba a visitarla y se quedaba con ella durante horas, contándole todo lo que había pasado en su día, contándole lo feliz que estaba y todos los amigos que hizo en su nueva clase, y sobre todo, agradeciéndole todos los días que le hubiese adoptado. Cada tarde, el chico repetía su pequeño y tierno discurso, en el cual, con su corto vocabulario, agradecía a su mamá por haberle adoptado, por darle comida, agua, cariño, una cama y muchas otras cosas. HoSeok era la única razón por la que EunSook mantenía una sonrisa en su rostro; necesitaba no verse débil ante el pequeño, necesitaba que el brillo de sus ojos, su pequeña esperanza, siguiera sonriendo y contagiando a la gente con su sonrisa. Cuando ella se fuera, HoSeok debía seguir feliz, nada tenía que dañarle, y ella tenía que ser fuerte, debía ser un buen ejemplo para su hijo.

Pero un 18 de febrero, cuando los primeros cerezos florecían, el chico de ahora 10 años corría al hospital a ver a su madre, pero esa vez ya fue tarde.

Contempló el cuerpo sin vida de su madre. Parecía que solo estaba dormida. Tenía la esperanza de que ella despertaría y le sonreiría como cada tarde. Su mamá nunca se iría sin despedirse.







Se fue sola.

Se fue sin nadie a su lado, pasándolo mal, no le pidió ayuda a nadie, no le dijo a nadie que se sentía mal, no le pidió que se quedase con ella por la noche, el "adiós" que le dijo el día anterior fue la última palabra que le entregó.

No pudo despedirse. No pudo abrazarla, besarla, quedarse despierto a su lado, hablarle durante toda la noche, diciéndole lo mucho que la amaba y que nunca la olvidaría, pidiéndole, rogándole que no le dejara solo, que no se fuera, que era muy pronto, que la necesitaba.

Se fue en silencio para no hacerle daño. Poco a poco su vida se desvanecía, y sufrió sola.

Desearía poder hablarle rogado que no se fuera.

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⏰ Última actualización: Jul 18, 2021 ⏰

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❛𝐉𝐄𝐀𝐋𝐎𝐔𝐒𝐘❜ - BTS GREEK GODS AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora