Bajo el Árbol Viejo

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Me mojé la cara en el baño, limpiando los restos de lágrimas y tratando de recuperar la compostura. El espejo me devolvió una imagen que ya me resultaba familiar: ojos hinchados, expresión de derrota. Suspiré. Ni siquiera era tan tarde en la mañana y ya sentía que este martes sería uno de esos días eternos. Miré hacia abajo y noté que mi pierna estaba sangrando de nuevo, así que saqué más vendas del botiquín que llevaba en mi mochila y me las coloqué con cuidado. Era una molestia, pero prefería no pensar en ello.

Al salir del baño, fui directo al salón. Como esperaba, la profesora me miró desde el escritorio con expresión de desaprobación.

—Llegas tarde otra vez —dijo con tono severo.

—Lo siento, no volverá a pasar -contesté, aunque ambas sabíamos que tal vez sí pasaría. Aun así, no tenía energías para discutir.

Me senté en mi asiento y saqué mis libros. Traté de concentrarme en la clase, pero mi mente seguía dando vueltas en lo ocurrido esa mañana. Sentía cómo el peso de la soledad se colaba en cada esquina de mi mente, especialmente cuando observaba a mis compañeros en grupos, charlando y riendo. Sin embargo, la voz de la profesora me sacó de mis pensamientos.

—Bien, chicos, para los que no lo recuerden, hoy es martes. Hoy toca hacer grupos de dos para el trabajo práctico.

Un murmullo se extendió por la clase. Alguien levantó la mano.

—¿Profesora, podemos hacer grupos de tres?

—No, ya lo dejé claro, sólo grupos de dos.

Sentí un escalofrío. Recordé que teníamos que formar equipos, pero, con todo lo ocurrido, se me había olvidado que era hoy. Mis manos temblaron un poco. No quería pasar por el proceso de buscar a alguien. Ya había sido suficiente lidiar con las miradas en el pasillo, el incómodo encuentro con esos idiotas, y el recordatorio constante de que aquí apenas conocía a nadie.

—Profesora... —levanté la mano, luchando contra las ganas de que no me notara-. ¿Sería posible que hiciera el trabajo sola?

La profesora me miró un instante, frunciendo el ceño, y luego respondió con voz firme.

—El trabajo es en grupo, no se permite hacerlo de manera individual. ¿Acaso no tienes a alguien con quien trabajar?

Sentí cómo el rubor me subía a las mejillas. Todo el salón estaba en silencio, y aunque sabía que nadie debería juzgarme, me sentía como si todos estuvieran esperando una confesión de mi parte.

—No es que no tenga a nadie... —intenté excusarme, pero ni yo misma me creía.

La profesora dejó escapar un suspiro de frustración, claramente poco impresionada con mi intento.

—Con esa respuesta, parece que no tienes ningún compañero. —Su voz sonaba impaciente, como si acabara de soltar una obviedad. La incomodidad se hizo palpable, y miré a mi alrededor, notando cómo algunos de mis compañeros evitaban mi mirada.

—¿Alguien se ofrece para trabajar con ella? —preguntó, mirando al grupo.

Un silencio incómodo llenó el salón. Nadie levantó la mano, lo cual no era una sorpresa para mí. ¿Quién querría formar equipo con alguien con quien no ha hablado ni una sola vez? Justo cuando estaba a punto de resignarme, una mano se alzó desde la otra punta del salón.

❝ʜᴇʏ ... ꜰᴏʀɢɪᴠᴇ ᴍᴇ.❞ (ʀᴏʏ x ʟᴇᴄᴛᴏʀᴀ) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora