Martes de Nostalgia y Dolor

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7:30 a.m.

Era una mañana de martes tranquila, una de esas que ni deslumbra de sol ni abruma de nubes. Los niños del vecindario se preparaban para ir a la escuela, algunos con mochilas enormes, otros aún despeinados y medio dormidos. Yo estaba sentada en la parada de bus, tamborileando los dedos en mis rodillas mientras lanzaba miradas impacientes a la calle, esperando ver aparecer el autobús.

―Odio esperar el autobús... siempre llega tarde, ―susurré, frustrada, mientras miraba a los lados, considerando, como tantas veces, caminar hasta la escuela. Tal vez llegar tarde sería menos molesto si lo hacía por mis propios medios.

De repente, alguien se acercó. Era un hombre con traje de oficina, maletín en mano, que me observaba con una expresión de extraña preocupación.

―Oye, niña, la venda de tu pierna está sangrando, ―dijo, señalando hacia mi pierna herida.

―¿Eh...? ―Bajé la mirada rápidamente, solo para ver que tenía razón. Una pequeña mancha oscura comenzaba a extenderse en la tela de la venda. Suspiré. No podía seguir así sin atenderlo, pero tampoco quería preocupar a un desconocido. Abrí mi mochila, rebuscando entre mis cosas hasta encontrar mi pequeño botiquín de primeros auxilios. Allí tenía unas vendas extra, por si pasaba algo como esto.

―Estoy bien, de verdad, ―dije mientras cambiaba la venda con cuidado, tratando de que mis manos no temblaran tanto―. Solo fue un accidente en clase de educación física. Nada grave, en serio.

El hombre frunció el ceño, todavía visiblemente preocupado. ―¿Segura? ¿No sería mejor que volvieras a casa? No parece que sea algo menor.

Agradecí su amabilidad, pero negué con la cabeza, sin querer detenerme más en el tema.

―De verdad, no es nada serio. Gracias por preocuparse, pero tengo que ir a clases.

Por suerte, justo en ese momento, el autobús apareció en la esquina, y aproveché para subir rápidamente, evitando más preguntas. Nunca he sido buena para hablar con extraños, y me pone nerviosa cuando me interrogan. Mostré mi carnet de estudiante al conductor y me dirigí directamente hacia el fondo del autobús, buscando un asiento donde pudiera aislarme un poco.

Al sentarme, saqué mi viejo reproductor de mp3 y los auriculares, deseando desconectar por unos minutos. Me gustaba imaginar historias mientras escuchaba música, dejando que cada canción me inspirara en algo nuevo: escenas tristes, romances imposibles, aventuras épicas. Cerré los ojos, perdiéndome en mi mundo por un momento. Tener el celular sería ideal, podría jugar mientras tanto, pero mis padres insisten en que no lo lleve a la escuela; les preocupa que se rompa o que me lo roben.

Decidí sacar mi cuaderno de primer grado y hojeé las páginas viejas, llenas de recuerdos de un tiempo que parecía tan lejano. Entre esas páginas, encontré una tarea del primer día de clases:

¡Primer día de clases!

1. ¡Haz un pequeño resumen sobre ti y las cosas que te gustan!

"Hola! Mi nombre es ____ tengo 5 años y me gusta el color violeta el azul no porque es de niños amo los perrosson mi animal favorito tengo uno de mascota se llama koko tengo una mama un papa y un hermano mayor el me cuida y me protege de cosas malas como las hormigas y la oscuridad quiero mucho a mi familia me gustan los dulces y la comida salada y espero tener muchos amigos!"

Sonreí, sintiéndome un poco nostálgica al leerlo. La niña que había escrito esas palabras parecía otra persona, una versión de mí misma que ya no existía, que era tan inocente y segura. No había signos de puntuación, claro, pero era tan libre al expresar lo que pensaba. Era tan distinta de la persona en la que me había convertido, tímida y siempre midiendo mis palabras.

El autobús frenó y me devolvió a la realidad. Habíamos llegado a la escuela. Guardé el cuaderno y el reproductor en mi mochila, esperé a que todos bajaran, y luego seguí el flujo de estudiantes hacia la entrada. A mi alrededor, los demás conversaban en grupos, hablando de videojuegos, planes para el fin de semana o las películas que habían visto. Yo, en cambio, caminaba sola hacia mi casillero, deseando pasar desapercibida.

La mayoría de los casilleros tenían combinación, aunque algunos estaban rotos y podían abrirse sin problema. El mío era uno de esos que solo funcionaba cuando quería. Me tocaba inglés a primera hora, y por suerte era mi materia favorita, así que saqué el libro y mis marcadores, sosteniéndolos con ambas manos. Pero justo cuando me disponía a guardarlos en mi mochila, sentí un golpe fuerte en los libros, haciéndolos caer al suelo.

Ya sabía quién era.

―Hey, perdedora, ―escuché esa voz irritante que conocía tan bien. Sentí que un nudo se formaba en mi estómago.

Era Roy, con su típico grupito de "chicos malos" siguiéndolo como perros detrás de su amo. Se cruzó de brazos, con esa sonrisa burlona que tanto odiaba.

―Pensé que después de lo de ayer te quedarías en casa, pero veo que me equivoqué. ¿Será que en el fondo me extrañas? ―dijo con una risita, mirándome desde arriba.

No respondí. Me limité a agacharme, recogiendo mis cosas sin mirarlo. Tal vez si lo ignoraba, se cansaría de molestarme.

―¡Hey! Te estoy hablando, maldita. ―Uno de sus amigos pisó mis marcadores, rompiéndolos en pedazos, mientras Roy me agarraba del cabello, forzándome a mirarlo.

―¿Es de mala educación no responder cuando te hacen una pregunta, lo sabías? ―dijo, fingiendo una voz de burla. Sus amigos rieron mientras me sostenía firmemente, y mis compañeros de clase solo observaban. Quería llorar, pero sabía que era justo lo que él quería, y no iba a darle ese placer.

―¿Qué pasa, eh? ¿Te comieron la lengua los gatos? ―murmuró, tirando de mi cabello una vez más, disfrutando cada segundo de mi incomodidad.

De repente, el timbre sonó, y Roy soltó mi cabello con una risa burlona.

―Bueno, continuaremos esto más tarde, perdedora. Ah, y no olvides traer siempre tu cabello atado, ¿sí? Es solo una pequeña petición. ―Soltó una carcajada alta y se fue, seguido por su séquito.

Tan pronto como se marcharon, sentí cómo las lágrimas caían, silenciosas pero persistentes. Me apresuré a recoger mis cosas, mis libros, mis marcadores destrozados, y los guardé en la mochila, intentando ocultar el temblor de mis manos. Nadie me ayudó, ni siquiera me miraron; todos se alejaron sin más.

Después de acomodar todo, me dirigí al baño, donde me lavé la cara, esperando que el agua fría me ayudara a recomponerme antes de la primera clase. Pero al bajar la mirada, vi algo peor: mi pierna estaba sangrando otra vez, más que antes. Las gotas caían lentamente por mi pierna, manchando el suelo.

Suspiré. Definitivamente, hoy iba a ser un día horrible.

Fin del capítulo uno
Reescrito el día 26/10

❝ʜᴇʏ ... ꜰᴏʀɢɪᴠᴇ ᴍᴇ.❞ (ʀᴏʏ x ʟᴇᴄᴛᴏʀᴀ) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora